Una pena atemporal.
En el bélico terreno ubicado entre mis dos orejas, se ha dado en repetidas ocasiones la batalla por la paz y la conciliación, entre la transgeneracional idea de que todo parece empeorar con el paso del tiempo, y la verdad antigua de que “nada hay nuevo debajo del sol” (Ec. 1:9-10).
El hombre que navega en la oscuridad de su tiempo, suele navegar hacia el pasado en busca de un faro y su luz. Da la espalda al lugar donde se pone el sol, dirigiéndose así al lugar de donde éste salió. Le dijeron que la comida era mejor, que los libros eran mejores. El arte, en cualquiera de sus formas, era una realidad. Que había decencia y que había virtud. Suele visitar ese mencionado mundo y descansa ahí, aunque sea un poco.
Puede parecer insensato vivir así, y tal vez lo sea. Pero la búsqueda lejos del presente, de un tiempo mejor, parece ser un deseo natural y noble del hombre.
“A los hombres les gusta consolarse de las miserias del mundo, soñando con un tiempo ideal; algunos lo colocan en el pasado, otros en el futuro.” V. Pareto
La convicción de que “el mundo ideal” está en otro tiempo, trae al choque, de manera “paradójica”, esta otra verdad: Todos los tiempos padecen. Lo que hoy sufrimos, se sufrió antes. Lo que antes se sufrió, hoy lo sufrimos.
“¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del sol.” (Ec. 1:9).
En el largo curso de la historia, ciertamente han existido lapsos de tiempo, en los que distintas sociedades o civilizaciones han sido impactadas por los dorados rayos del sol de la prosperidad y el orden, pero este mundo jamás ha podido ser totalmente alumbrado por el astro mayor (ni literal, ni metafóricamente hablando). Las generaciones y las ciudades han tenido que turnarse la luz del día y las sombras de la noche, y para continuar es importante tener claro esto, pues no ha habido (y no habrá) generación que burle a las dificultades, al dolor, y al sufrimiento, porque NADA HAY NUEVO DEBAJO DEL SOL. Por lo tanto, si hubiera yo sido puesto, en esta o en aquella generación, habría tenido que ser, inevitablemente, testigo y participe de los padecimientos humanos, dado que absolutamente todos, sin importar la época o zona geográfica, nacemos bajo los efectos de una maldición llamada “pecado” (Is. 53:6 cp. Jn. 3:3). Podemos viajar al pasado en busca de paz y nos encontraremos con ese mismo sujeto que lastima nuestro presente: el hombre pecador.
Ahora, con esto no ignoro el evidente valor del pasado. El pasado, como dije antes, no se libró de nosotros, por lo tanto, nos regala muchas lecciones.
Clive Stapples Lewis escribió:
“Lo que necesitamos por encima de todo es conocimiento íntimo del pasado. No porque el pasado tenga en sí alguna clase de magia, sino porque no podemos estudiar el futuro y necesitamos algo con lo que comparar el presente. No es probable que un hombre que ha vivido en muchos lugares se le engañe con los errores locales de su pueblo natal; el erudito ha vivido en muchas épocas y es, por lo tanto, inmune en cierto grado a la enorme catarata de tonterías que se vierte desde la prensa y los micrófonos en su propia época”.
Alimentarse del pasado, mas no vivir en él. Tomar lo que nos da para no tomar todo lo que el presente ofrece, y entender que el pasado es útil para aquellos que no se han despojado de la capacidad que les ha sido dada para aprender. Si el recuerdo puede mover nuestros sentimientos, pero no nuestras reflexiones, entonces este solo será un terrible aguijón estomacal y no un excelente combustible para nuestras conciencias. Todos conocemos el antiguo proverbio que nos alienta a aprender del pasado, con la finalidad de no repetirlo, y pocas cosas son y serán tan ciertas, como la increíble capacidad humana para encontrarse con la misma roca una y otra vez. Podemos garantizar que una de las cualidades del pasado, es la de ofrecer cosas bellas o trágicas por las cuales emocionarnos o conmovernos, pero dudo que el fin mismo de recordar, sea sentir. El pasado no es un inútil maestro de Yoga, sino un excelente maestro de historia, lógica, filosofía y teología. Cuando miro atrás para recordar esos mágicos y maravillosos primeros días con mi ahora prometida, no solo es para producir el inevitable aleteo de las mariposas dentro de mi estómago, sino para corregir, para enderezar, para no repetir los errores que dificultarán el futuro. Al final, todo lo que se nos pide para poder avanzar, se obtiene de las manos del pasado. El mandamiento más grande (el de amar al Santísimo por sobre todas las cosas; Dt. 6:4), es posible cumplirlo, solo si accedemos a ese material que Él mismo brindó tiempo atrás. ¿No nos anima su Palabra en repetidas e incontables ocasiones, que recordemos (Dt. 6:7; Jos. 1:8; Sal. 1:2; 78:4; 119:11; Pr. 6:23; Is. 8:20; Ef. 6:4, et. al.)? No solo es que recordar sea ayuda. Es que es imposible emprender cualquier tarea (en especial la de ser un buen cristiano), sin la ventana al pasado bien abierta (aún con todos los peligros que ésta ofrece).
Me acordaré de las obras de JAH; Sí, haré yo memoria de tus maravillas antiguas. Meditaré en todas tus obras, y hablaré de tus hechos
Bien, como mencionaba unos renglones arriba, el aula del «Sr. Pasado», no es para hacer morada. Es más una biblioteca, o un museo, que una casa, pues quedarnos ahí más tiempo del debido, es perder lo más valioso y más parecido a la eternidad que poseemos en tierra: EL PRESENTE. Aquí (y solo aquí), es donde el pasado puede tener algún valor. El pasado no tiene ninguna propiedad de valor en su tiempo, sino en el nuestro. Hay que disectar al pasado para que éste viva, y esto solo es posible AQUÍ. Afrontar la realidad de nuestro tiempo es duro y, dejar de retroceder puede ser insoportable. El presente es duro y constantemente trabajamos para convencernos de que éste, en efecto, no es nuestro tiempo. Las noticias suelen ser promotoras clave de este sentir, pues confieso que, si algo digiero mal, son las novedades. Y no tiene sentido alguno aclarar a qué clase de “novedades” soy intolerante, pues solo hay de un tipo, tan solo se requiere prender la televisión, darle un vistazo a cualquier red social, sostener una conversación en el comedor de la oficina, o con cualquier familiar de pensamiento moderno, para darme cuenta de que ya surgió alguna estupidez (igual de brillante) que la que escuché el día de ayer, y que la que escucharé el día de mañana. Es ver al presentador de las noticias, y escucharle decir “que el mundo ha avanzado, cuando la legalización del aborto lo ha hecho” una fuerte patada en la parte más blanda de mis emociones. Es ver un video, proveniente de la decadente y abandonada tierra americana, sobre degenerados disfrazados de prostitutas bailando en un aula escolar frente a niños; sin dudas, un excelente combustible para avivar en mí un deseo ferviente (¿y pecaminoso?) de juicio divino…
Señor, permítenos orar para que caiga fuego del cielo y destruya a todos los que viven aquí
Pero entonces viene el más terrible golpe del presente, el más siniestro y doloroso encuentro que podemos tener con la cruda realidad, cuando un mal día, un mal momento, refleja delante de nosotros a nuestro peor enemigo para vestirnos con un vergonzoso rostro. Este golpe viene confrontarnos con la verdad, de que no importa que vayamos al pasado o al futuro, nuestro «yo» nos va a seguir y éste, amigos y amigas, es el primer y más importante enemigo a reconocer. Tal vez no hay peor dolor que darnos cuenta de un mal que hemos cometido. Al menos, para un creyente, este es el peor de los sentimientos (Pedro levanta la mano para dar fe). El mal no solo nos rodea. Penosamente nacimos y crecimos con él (Ro. 3:10-18). ¿Cuál es el resultado? DOLOR. Constante, punzante y aparente eterna PENA.
El pecado, la maldad, lo que otros hacen y dicen, nuestros propios errores, dan por resultado un profundo dolor para quienes conservamos un amor por la justicia y La Verdad, y trae consigo una pregunta… ¿POR QUÉ? ¿CUÁL ES EL FIN DE ESTA PENA ATEMPORAL?
Busco la respuesta, en las palabras que inspiraron este escrito:
Yo el Predicador fui rey sobre Israel en Jerusalén. Y di mi corazón a inquirir y a buscar con sabiduría sobre todo lo que se hace debajo del cielo; este penoso trabajo dio Dios a los hijos de los hombres, para que se ocupen en él. Miré todas las obras que se hacen debajo del sol; y he aquí, todo ello es vanidad y aflicción de espíritu. Lo torcido no se puede enderezar, y lo incompleto no puede contarse.
La línea “este penoso trabajo dio Dios a los hijos de los hombres, para que se ocupen de Él”, vino a impactar, no solo la manera en que veía el asunto del dolor, sino la forma misma en que veía la vida. Es inevitable que haya un cambio drástico en cómo vemos las cosas, cuando leemos en la Palabra de Dios que observar y meditar sobre todo cuanto nos rodea es una tarea, más que un pasatiempo y que, sobre aviso se inscribe, es penosa. El fin de este trabajo individual de melancólica observación, es que lleguemos a la misma conclusión a la que llegó el Rey Salomón, cuando expresó precisamente que “todo es vanidad y aflicción de espíritu”. Es cuando hemos tenido este encuentro con la realidad, desnuda y cruda, que recibiremos el coraje necesario para soportar un poco más. Es cuando entendemos que todo es vanidad debajo del sol y que podemos, por primera vez, anhelar algo que debe haber más allá de éste.
Estimado lector… El Pasado sufrió, el futuro lo hará, y hoy mismo sufrimos por estas cosas. No hay a donde huir. Inténtalo, pero cuando voltees al cielo para conocer tu paradero, y haya sobre ti luz del sol o luz de luna, sabrás que, en efecto, no escapaste a ningún lado.
Todo es aflicción de espíritu pero, el punto es: ¿se le puede prometer consolación al que no lloró? Me parece que todo aquello que lastima, duele, y retuerce, no es sino el mejor combustible dado por Dios mismo para avivar en nosotros un anhelo por el lugar donde Él está. No se trata de buscar en ninguna de las tres dimensiones del tiempo (pasado, presente, futuro) la calma que tanto anhelamos, porque nada hay nuevo debajo del sol. Pero, qué tal si lo hay por encima ¿hay, acaso, una dimensión desconocida que aguarda por nosotros? El deseo de lo infinito y el anhelo por ese lugar, lo puede tener solo quien ha sentido dentro de su pecho un genuino malestar por los padecimientos de esta tierra. Dios nos debió dar este penoso trabajo, de observarlo y sentirlo todo, para que en aquel día, nos sea fácil reconocer que el lugar en el que estamos, definitivamente ya no es el mismo.
Es importante (más importante que cualquier otro punto), mencionar que Dios no mantuvo su distancia… Hablamos del Ser que vino y se hizo participe de los sufrimientos de este mundo, y lo hizo hasta la cruz (Fil. 2:5-8). Dice el libro de Hechos que “Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” (Hch. 14:22). Creo que solo escaparemos de este tormento quienes nos identifiquemos con Jesús. Pero no solo con su Mensaje, sino con su Persona, y Él no fue, sino nuestro amado siervo sufriente. Amigos, tal vez debamos sufrir para dejar de hacerlo algún día…
“El Hijo de Dios padeció hasta la muerte, no para que los hombres no sufriéramos, sino para que nuestro dolor, pudiera ser como el suyo”. -Geogrge MacDonald.
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A mi prometida, a mi papá, y a mi hermano, quienes me han dejado ver su dolor. Su Gracia nos guiará a casa…