Teología Para Todos

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Adviento, Navidad, Januka y San Nicolás

It’s beginning to look a lot like Christmas…

Para los que leen esto el día de su publicación, ¡Mañana es el primer domingo del Adviento! Esto es, el comienzo del calendario litúrgico para las tradiciones que observan los ritos históricos. Quizás muchos protestantes contemporáneos pueden confundir esto con romanismo pero, realmente la iglesia protestante es la que más ha contribuido a la promoción, observación y celebración de la Navidad y las fiestas que las rodean y, si me lo permiten ¡no podría estar más contento! Los que me conocen personalmente, saben que tengo un personal amor y cercanía a la Navidad. La temporada de abrazos, familia, reflexión, amor, cercanía pero, sobre todo, del Evangelio, es por mucho la mejor época del año -sumado a mi expectante deseo por ver nevar-. 

Lamentablemente, nuestra catolicofobia -y un similar hacia las tradiciones del Antiguo Testamento- nos han hecho olvidarnos de cuatro preciosos elementos de estas fechas decembrinas en las que, por casi dos milenios, la iglesia ha recordado, celebrado y exaltado la Fidelidad de Dios con Su pueblo por medio del mayor de los milagros, el Advenimiento del Señor Jesucristo. Algunos los llaman saturnalia, otros prohiben ciertos adornos y decoros, y unos más consideran un sacrilegio ponerle fecha u ocasión a celebrar el nacimiento del Salvador. Sin embargo, amados hermanos, ¿no es el corazón del Evangelio el hecho de que Dios, estando en Su Poder y Gloria, siendo El Verbo Eterno del Eterno Padre, decidió descender para rescatarnos (Jn. 3:13)? No celebrar la Navidad es cerrarnos a recordar y festejar el mayor milagro entre todos los milagros: El rico se hizo pobre (2 Co. 8:9), el Poderoso se hizo impotente (Mt. 2:13), el Rey se volvió siervo (Mr. 10:45), el Verbo se hizo carne (Jn. 1:14).

Así, nos embarcaremos en un paseo por las cuatro festividades que, a opinión del que toma la pluma hoy, deberíamos observar -o, en un tono más ligero, reflexionar- todos los cristianos, sin importar la denominación o la tradición. Es historia, y la historia no tiene denominaciones. Por ello, nos enfocaremos en aspectos históricos y litúrgicos, antes que en devocionales sobre la fecha. Para ello, quedará recomendar los devocionales de Charles Spurgeon, John Wesley o John Owen, las novelas fantásticas de C. S. Lewis, y los preciosos himnos de Charles Wesley e Isaac Watts.

El Adviento: Venid, fieles todos, ¡a Belén marchemos!…

El Adviento es la temporada más anhelada por todo practicante de la calendario litúrgico cristiano. Simboliza el tiempo de espera a la Primera Venida del Señor Jesucristo, hace más de dos mil años (Is. 7:14; 9:6-7). Es en esta temporada en la que los cristianos preparan el corazón y la mente para recordar que [1] hubo un tiempo antes de Cristo en el mundo (Lc. 1:68-70) y, [2] aún entre los que nacimos en la fe hubo un tiempo antes de que Él nos convenciera plenamente de pecado (Ef. 2:3-5). La idea de observar el Adviento, entonces, es meditar en la santa expectación por la Venida de Cristo (Is. 9:6; 11:1; Dn. 10:5-6, 14) en tiempos anteriores y presentes, pues hoy mismo también le esperamos, por segunda vez (Ap. 22:20 cp. Hch. 1:10-11, 14).

Dicho esto, debe aclararse que el Adviento no es lo mismo que la Navidad, sino que precisamente es la espera, el aguardo de la Navidad. Puede esto compararse mejor con los largos meses que transcurrieron entre el Anuncio del Salvador y el Día de la Navidad, aunque algunos autores (McGovern, 1906; M’Hardy, 1906) prefieren hacer referencia al periodo comprendido entre el Protoevangelio (Gen. 3:15) y el Nacimiento. En las tradiciones más históricas se toman medidas como lo es la lectura de pasajes selectos, el ayuno y el rezo de letanías y oraciones específicas, mientras que en la misma Roma, adicionalmente, se cubren las imágenes e iconos como símbolo de los cuatro mil años de preparación entre la creación y el Advenimiento (Mershman, 1907–1913). Todo lo anterior, obedeciendo a la idea histórica de la purificación y la preparación (Ex. 19:10-13).

Aunque no tenemos registro bíblico de la Iglesia del primer siglo celebrando el Adviento, los santos padres de la iglesia -siglos IV y V- recolectan varias cartas, sínodos y exhortos a observar con ayuno gran parte del invierno temprano y hasta la Epifanía -o Navidad- (McGovern, 1906; Mershman, 1907-1913). De este modo, podemos confirmar que, si bien no es una práctica bíblica en su más estricto sentido, ¡vaya que es histórica y teológica! Y, por si esto fuese poco, varias tradiciones protestantes acompañan cada día del Adviento con un devocional especial, o incluso con colectas -oraciones históricas- e himnos con los cuales acompañar al feligrés en su caminar hacia la celebración de la Navidad, justo como los ángeles acompañaron a los pastores (Lc. 2:12-13).

El ministro romano James McGovern (1906) comenta sobre el Adviento como una fiesta en la que ‘[se] desea que [los fieles] practiquen el ayuno, las obras de penitencia, la meditación y la oración, con el fin de prepararse para celebrar dignamente la venida (adventum) del Hijo de Dios en la carne, promover Su advenimiento espiritual en sus propias almas, y educarse para esperar con esperanza y alegría Su segundo advenimiento, cuando Él venga de nuevo a juzgar a la humanidad’.

En otras palabras, la temporada del Adviento es una bella oportunidad para nosotros como cristianos para recordar que, en medio de un mundo en tinieblas, el Señor ha hecho una Promesa que llegó a nosotros en Belén hace dos milenios (Mi. 5:2) y, al mismo tiempo, que volverá a nosotros después (Hch. 1:11; Ap. 2:20). ¡Venid y adoremos a Cristo, el Señor!

La Navidad: Santa la noche, hermosas las estrellas…

En la opinión de un servidor, la Navidad es, por mucho, la fiesta más importante de toda la tradición cristiana. Aunque algunos argumentarían por la Cruz -con muy justificada razón-, debemos observar que Aquél que fue a la cruz fue la misma Persona que treinta y tres años antes lloraba en el Pesebre (Mt. 1:21; Lc. 1:30-33). Sin la Encarnación, la cruz sería únicamente un mito, una fábula o una profecía de algo que aún no se ha cumplido -nótese que la expiación depende de la encarnación (Col. 2:8-9)-. La Navidad es el primer paso de Jesucristo hacia su muerte expiatoria (Mt. 2:11).

Muchísimo se discute de la fecha de la Navidad. Para aquellos que creen que es una cristianización del Sol Invictus -fiesta pagana de Roma-, no se equivoca (Huggins, 2016). No obstante, era casi natural que así fuese, considerando que las Escrituras identifican a Jesucristo como el «Sol de Justicia» (Mal. 4:2) y que Constantino buscaba reemplazar todas sus prácticas paganas por fiestas cristianas, incluyendo la del Sol Invictus, en el solsticio de invierno. Sumado a lo anterior, la mayoría de los teólogos que han indagado todos los argumentos posibles para hallar la fecha exacta coinciden en que las señales celestiales realmente son del Anuncio, probablemente en la tercera semana de marzo, nueve meses antes de la fecha acordada por Occidente sobre el nacimiento (Martindale, 1907–1913). Otras fechas propuestas han permeado a todo el año solar; se ha propuesto fechas en enero, marzo, abril, mayo, agosto, septiembre y noviembre. Sobre todo lo anterior podemos concluir únicamente que, no sabemos tampoco cuándo fue crucificado nuestro Señor, y los protestantes no parecen discutir tanto al celebrar la Resurrección iniciada la primavera. La belleza de la elección de la fecha decembrina nos permite acordar que, haya nacido un día como hoy o en otra fecha solar, la iglesia celebra que Cristo nació (1 Co. 2:2).

La iglesia desde el siglo IV celebra la Navidad. El código teodosiano prohibió desde el año 425 la celebración de juegos del circo en Navidad. El Segundo Concilio de Tours -en Francia- celebrado en el año 567 canonizó la observación de «los doce días de la Navidad». Como resultado, muchos usaron estos días para representar la Navidad por medio de figuras, teatro y música, cuyas contrapartes contemporáneas son los nacimientos, los villancicos y los autos de Navidad -es decir, teatro navideño genuino, porque las pastorelas son perversiones paganas de los franciscanos tratando de evangelizar a los indígenas en las Américas- (Martindale, 1907–1913).

En especial atención los protestantes -particularmente los metodistas, pentecostales y neobautistas- objetan en contra del árbol de Navidad. Argumentando que es una mutación de la adoración a la Asera (Dt. 12:2-3), prohiben que los cristianos instalen, decoren y disfruten de la práctica que por siglos ha estado con nosotros del árbol, tachándolo como una práctica de idolatría y, en consecuencia, violando el segundo y tercer mandamientos (Ex. 20:3-5). Si tan solo supieran que no fueron los paganos, ni Roma, sino San Martín Lutero mismo quien introdujo esta práctica a la iglesia (Barnes, 2006), pues cuenta la tradición que el reformador alemán caminaba por un bosque en Wittemberg cuando logró distinguir estrellas cuya luz atravesaba las ramas de los árboles y, decidió ir a su casa a replicarlo con velas como un recordatorio de que desde el Cielo descendió el Hijo de Dios hasta nosotros (Jn 8:12 cp. Fil. 2:15). Quizás algunos sigan sin estar convencidos de este bello -y auténtico- significado y prefieran abstenerse, pero la invitación sigue en pie, cantar villancicos junto al árbol, emulando a los pastores agradecidos (Lc. 2:20) es de las prácticas cristianas más hermosas. Hoy, por la fe, llegamos al pesebre a contemplar al Bendito Jesús.

Januká: Oh ven, oh ven, Bendito Emanuel…

La fiesta judía de las luces realmente tiene más significado que únicamente prender velas y rezar. Esta celebración recuerda la dedicación del templo judío después de los sacrilegios cometidos por los seléucidas y donde Judas Macabeo es el líder del movimiento revolucionario (1 Mac. 4:36-61). Esta celebración se acordó hacerse anualmente a finales del año solar (1 Mac. 4:59). La asociación de esta fiesta con la luz proviene con una leyenda hebrea donde el profeta Nehemías mando sacar el fuego escondido del primer templo y Dios lo reavivó al ponerlo en el segundo templo (2 Mac. 1:19-36). Así, el mensaje principal es la honra de lo sagrado, el respeto por lo santificado por Dios y la veneración a Dios por su fidelidad hacia aquellos que le buscan de corazón.

Aunque algunos puedan argumentar en contra de observar fiestas judías, ésta en particular es en la que nuestro Señor Jesucristo se encontraba cuando le cuestionaron si Él era el Cristo o no (Jn. 10:22, 24), muy probablemente como un cumplimiento de que ellos serían libertados una vez más, ahora del imperio romano (Hch. 1:6). Recordando que todas las fiestas del pueblo judío son sombra de lo que ha de venir -entendiéndose la Persona de Cristo- (Col. 2:17), considero personalmente que en Januka se nos presenta el carácter restaurador, santificador y preservador del Señor Jesucristo en nuestras vidas (Jn. 10:9, 16, 18), siendo que nosotros, su Templo (1 Co. 3:9, 16-17), hemos sido purificados en Él para siempre (1 Pe. 1:18-19) y dedicados como un pueblo de sacerdotes (1 Pe. 2:9).

Quien, en su conciencia, considera inoportuno la observación de fiestas judías contrastadas e interpretadas a la Luz de Cristo en el Nuevo Testamento, libre es de abstenerse, no es obligación para la membresía de la Iglesia (Hch. 15:28-29). No obstante, quien desee unirse a la fiesta de las luces podrá ver la Gloria de Cristo como aquél Libertador prometido que, no solo rescató el templo, sino que lo purificó y en Él habita (1 Co. 3:16-17). ¡Cantad, cantad! Pues vuestro Emanuel vendrá a Ti muy pronto, Israel.

San Nicolás: ¡Santa Claus llegó [al Concilio Ecuménico de Nicea]!…

Amo contar esta historia. Por más extraño que parezca a la mente contemporánea, todos aquellos que dicen que «Santa Claus no existe» se equivocan, porque Santa fue en realidad un santo y, ¡vaya hombre usado por Dios para la construcción de Su Iglesia!

San Nicolás de Mira, obispo de aquella ciudad de Licia -actual Turquía- fue uno de los defensores de la fórmula trinitaria -Padre, Hijo y Espíritu, un Dios en Tres Personas- y firme opositor de la postura arriana de que el Verbo -Jesucristo- no era plenamente Dios -homoiousios, esto es ‘semejante’-. Aunque muy pocos registros -y prácticamente ningún escrito- se tiene de su obispado, fuentes (Wheeler, 2010) confirman que asistió -o, al menos fue invitado- al Concilio de Nicea, en el 325 dC para discutir este asunto a detalle. 

Durante los días en que se discutió la naturaleza del Verbo de Dios -es decir, Cristo (Jn. 1:1)-, se pretendía saber si Él era homoousios o homoiousios, términos griegos que significan misma sustancia y casi-misma sustancia respectivamente, refiriéndose a la filiación entre Jesús y Dios Padre. Aquí es donde la historia se torna un tanto interesante. Cuentan las leyendas -es decir, registros vagos y algo dudosos- que, al escuchar a Arrio exponer sus argumentos sobre la no-plena deidad de Cristo, San Nicolás estaba tan irritado por las declaraciones, que yendo a donde Arrio mismo, frente al concilio reunido, lo abofeteó -otras fuentes sugieren un golpe limpio pero, necesidades del guión- y por esto fue encerrado temporalmente. El historiador neerlandés Jona Lendering (2006) sugiere que es probable que no se mencione su nombre -y aún que la historia no lo haya promovido tanto- para evitar controversias mayores dado su incendiaria actitud. En otras palabras, es muy probable que Santa se volvió leyenda para no manchar con un acto tan violento -para ese tiempo- un Concilio Eclesial. 

Sin duda, con la fiel ayuda del capitalismo, Santa se convirtió en un personaje más comercial que litúrgico, al punto de que hoy muy pocos recuerdan que San Nicolas, sea o no real la historia del golpe en Nicea -yo sí creo- desconocen que fue un fiel cristiano y un ávido defensor de la deidad de Jesucristo. Recordar a San Nicolás es recordar la defensa de la fe (Sal. 69:9). Quizás Santa Claus tomó muy literalmente el «estar preparados para presentar defensa» de San Pedro (1 Pe. 3:15) pero, ¿quién pude culparlo? Si un hombre viniera a predicar pavadas frente a una congregación, más de uno de nosotros desearíamos correr a recordarle que es mejor entrar al reino sin boca -quizás alguno le de esa lección con hechos, no tanto con palabras-.

El primer día de la Navidad…

Como lo mencioné al principio, sería inútil esconder que redacto estas líneas con un sesgo considerable hacia las fechas que ahora nos abrazan. Confiésome de que mis fibras más poéticas y sensibles son tañidas con las melodías de los villancicos, el brillo en los ojos es el reflejo de las velas de Adviento y la sonrisa es resultado de leer un devocional de Adviento o Navidad, respectivamente.

Quiero invitarlos, amados hermanos, a que se unan conmigo -y con la Celeste Voz- a entonar juntos “en los cielos, ¡Gloria a Dios!” en esta temporada. Dejemos a un lado los debates absurdos sobre lo que el mundo hace con las fiestas cristianas. ¡Convirtieron la Resurrección en una búsqueda del tesoro de huevos multicolores! Pero eso no nos detiene de celebrar la Santa Resurrección el Domingo de Pascua. Que nada nos detenga de ver el misterio en el pesebre, a Dios encarnado, al Hijo de David, al Mesías prometido, al cuerno de Jacob, al León de la Tribu de Judá, a nuestro Señor Jesucristo.

“¡Él es Cristo, el Rey!” pastores y ángeles cantan; ¡Ven! Venid a Él, al Hijo de María.

A Dios sea la Gloria.

Fuentes de Consulta.

M‘Hardy, G. (1906). Advent. En J. Hastings (Ed.), A Dictionary of Christ and the Gospels: Aaron–Zion (pp. 32-34). T&T Clark; Charles Scribner’s Sons.

McGovern, J. J., ed. (1906). En Catholic Pocket Dictionary and Cyclopedia. Extension Press.

Mershman, F. (1907–1913). Advent. En C. G. Herbermann, E. A. Pace, C. B. Pallen, T. J. Shahan, & J. J. Wynne (Eds.), The Catholic Encyclopedia: An International Work of Reference on the Constitution, Doctrine, Discipline, and History of the Catholic Church: Vols. I–XV. The Encyclopedia Press; The Universal Knowledge Foundation.

Martindale, C. C. (1907–1913). Christmas. En C. G. Herbermann, E. A. Pace, C. B. Pallen, T. J. Shahan, & J. J. Wynne (Eds.), The Catholic Encyclopedia: An International Work of Reference on the Constitution, Doctrine, Discipline, and History of the Catholic Church: Vols. I–XV. The Encyclopedia Press; The Universal Knowledge Foundation.

Huggins, R. V. (2016). NAVIDAD. En S. Pagán, D. G. Ruiz, & M. A. Eduino Pereira (Eds.), Diccionario Bíblico Eerdmans (pp. 1266-1267). Editorial Patmos.

Barnes, A. (2006). The first Christmas tree. History Today. https://www.historytoday.com/archive/history-matters/first-christmas-tree

Book of Martyrs. Catholic Book Publishing. 1948.

Wheeler, Joe L. (2010), Saint Nicholas, Nashville, Tennessee: Thomas Nelson, ISBN 978-1-59555-115-3

Lendering, Jona (2006), "Nicholas of Myra", Livius.org