Confiar en un Dios que «siempre dice que ‘no’».

Todos tenemos «deseos frustrados». Ya sea trabajar en alguna empresa en particular, estudiar una carrera específica, formar una familia, servir dentro de la iglesia, emigrar a otro país, ser parte de una institución u otros sueños, todos nos hemos visto en momentos donde lloramos delante del Altar de la Gracia, clamando delante de Dios por «este» o «aquél» anhelo. Sin embargo, con el paso del tiempo y del silencio, o cuando éste no se cumple, el corazón atraviesa por un dolor extraño que puede ser exagerado para algunos, pero para quien lo experimenta, las palabras de Job son equiparables con las de Salomón (Job 3:11-13 cp. Ec. 1:2-3), siendo el nacimiento de preguntas totalmente válidas en el hombre como «¿por qué, Dios?». De ahí que muchos usen la frase que titula nuestro estudio el día de hoy: Dios siempre me dice que «no».

El asunto se vuelve más confuso cuando nos acercamos con nuestros maestros, líderes, consejeros y pastores -y no, esto no es una indirecta a mis autoridades locales- y ellos nos dicen «es parte del Plan de Dios» o «recuerda que esto también está dentro de Su Providencia». Si bien, seguramente ellos están en lo correcto -pequeño secreto, lo están-, el que nosotros desconozcamos este concepto teológico y cómo se aplica en nuestras vidas puede frustrarnos todavía más, haciendo más dolorosa la situación. Y es que, la Providencia es como aquella canción que todos hemos escuchado alguna vez, pero no logramos recordar «cómo va», o también como aquél tema importante que teníamos que decir frente a la familia pero que, al momento en que tenemos la atención de todos, no recordamos siquiera por qué pedimos la palabra en primer lugar. Sencillamente, la Providencia pasa de ser un consuelo a un verdugo que nos atormenta todavía más pues, antes que decirnos el «por qué Dios permitió ‘esto’ o ‘aquello’», parece señalar a nuestro dolor mismo y culpar a nuestra incredulidad, nuestra tristeza u alguna otra causa, un terrible círculo vicioso que puede deprimir al cristiano.

Así, en esta ocasión estudiamos las características de la Providencia, el por qué sucede de la forma en que sucede, y como podemos tener gozo, aún cuando la Providencia nos dice que «no». 

El concepto de la Providencia.

La Providencia Divina puede ser definida como «El Plan de Dios». De hecho, muchos autores equiparan los términos Plan Divino y Providencia Divina (Wilson, 2014). Otros la definen directamente como la actividad de Dios que conserva y preserva su creación, y dirige todas las cosas hacia su destino final (Metz, 2009). En otras palabras, la teología abraza como esencial y necesaria la definición de la Providencia Divina como algo íntimamente relacionado con su Soberanía y Provisión (Col. 1:17).

No obstante, el término providencia no aparece en las Escrituras -en sus manuscritos originales- como tal (Parker, 2006). Su término más cercano es πρόνοια (prónoia) que se traduce 'prudencia y consideración’ (Hch. 24:2) y ‘provisión’ (Ro. 13:14) La palabra española «providencia», entonces, se deriva del sustantivo latino providentia: «previsión, prevención», y del verbo relacionado providere: «tener previsto, tomar precauciones a favor o en contra» (Bowe, 2016). Con esto en mente, la definición de la providencia sí que aparece en las Escrituras, puesto que su provisión a la Creación es visible (Sal. 104:10; 136:25) y Su Propósito final está revelado (Ro. 11:36; Fil. 2:10-11).

De este modo, entonces, podemos definir nosotros a la Providencia Divina como ‘la provisión y gobierno de Dios hacia su creación para el cumplimiento de Sus Propósitos y Planes’. El motivo de esta definición es sencillo, Sus Propósitos y Planes para la humanidad incluyen que Él se sirva de acciones que a nosotros nos pueden parecer anormales o incluso contrarias a Su Carácter Santo (Hch 14:16-17), pero que realmente exaltan su Soberanía (Sal. 115:3; 135:6; Douglas & Tenney, 2011), su Misericordia (Ro. 9:15) y su Gloria (Is. 43:7; Jn. 9:3). En otras palabras, la Providencia de Dios, en efecto, es equivalente a el Plan de Dios.

Un punto a considerar, como aclaración, es que la Providencia Divina no es equivalente a una “Dictadura Divina”. Dios, a pesar de tener un Plan perfecto que ha de cumplirse, provee al hombre de tener libertad de decisión, de modo que los pecados del hombre, por ejemplo, son actos de rebelión y carnalidad humanas, no de Providencia Divina. Pese a ello, aún estos actos no se escapan de Su Gobierno. En otras palabras, Dios permite que el hombre decida voluntariamente pecar, de modo que Él no es responsable por las acciones humanas, pese a que las conoce (Gn. 50:20; Sal. 81:12-13; Hch. 14:16; Ro. 1:24, 28).

El problema con la Providencia.

Visto todo lo anterior, ¿cómo se relaciona esto con nuestro planteamiento inicial? ¿qué tiene que ver que Dios alimente a las aves a diario con nuestro crédito rechazado, o nuestra visa cancelada, o nuestro trabajo perdido? Bien, como lo dijimos al principio, estos deseos y anhelos son nuestros, no Suyos y, como hombres caídos y pecadores que seguimos siendo (Ro. 7:15), muchas veces nuestros deseos son pecaminosos. Siendo sinceros con nosotros mismos, ¿Realmente damos gloria a Dios ganando en el casino? ¿Es Dios exaltado en medio de un divorcio exitoso? ¿Podemos decir que Dios se agrada cuando pasamos el examen sin haber estudiado? ¿Dios muestra su Poder en medio de un problema del que Él nos deja escaparnos? Creo que todos reconocemos que, evidentemente, Dios no nos va a conceder los deseos de nuestro corazón (Sal. 37:4b) cuando nuestro corazón nos está engañando (Jer. 17:9) -obsérvese que el Salmo comienza diciendo ‘pon tu delicia en el Señor’-.

La Providencia Divina no es nada cercano a una máquina de cumplir deseos carnales. Muy por el contrario, ésta Virtud de Dios implica algo más profundo que proveer -como lo hemos llamado hasta ahora-, sino cuidar. Y, ¡claro!, un padre puede proveerle a su hijo de seis años los ingredientes para que él se alimente, pero sólo un padre que cuida de su hijo entiende el amor de preparar los alimentos para ellos. Un padre que provee puede cumplir dándole dinero a su hija de dieciséis años para que pague sus estudios por ella misma, pero sólo un padre que cuida de su hija tiene la prudencia de no dejarle la tarjeta de crédito un viernes por la noche. Jesús nos habló de un padre bueno que no le daría una serpiente a su hijo si éste le pidiera un pescado (Mt. 7:10) pero, ¿y si el hijo le pidiera una serpiente? ¿sería el padre un proveedor solamente o cuidaría de su hijo?

Nuestro Dios no tiene problema con proveernos a nosotros. Por el contrario, somos nosotros los que tenemos un problema con Dios porque no nos provee lo que nosotros queremos. Éste es el núcleo del problema. No es que Dios sea un ‘ser aburrido’ que no quiere que vivamos felices, sino que, como el Buen Pastor que es, sabe cuando es bueno que la oveja ande libremente por el campo (Sal. 23:3), y cuando es necesario que Él esté observando, guiando y determinado cada movimiento (Sal. 23:4); solo por esto es que el primer verso del maravilloso salmo reza con tanta confianza «El Señor es mi Pastor, nada me faltará».

De este modo, debemos aprender que Dios no nos va a conceder cualquier cosa que nosotros tratemos de pedirle con una intención escondida a Él -porque, ¿quién se atrevería a creer que puede esconderle algo a Dios Todopoderoso? (Jn. 2:25)-. Por el contrario, es muy probable que una petición semejante sea hallada con una respuesta más compleja que un sencillo «no», sino que Dios mismo puede servirse para darnos una lección del Poder de Su Soberanía (Mt. 16:22-23).

Amados, a veces las decisiones de Dios duelen, pero debemos aprender que el «no» de Dios sí que viene con un ‘por qué’, y este es ‘porque sería letal si Él lo concediese, cada quién haría como le venga en gana, olvidándose de Dios’ (Jue. 21:24-25 cp. Pr. 30:9).

El gozo en la Providencia.

Ahora bien, alguien podría decir «pero, por ejemplo, casarme no es un deseo pecaminoso, ¿por qué Dios me negaría algo que Él mismo comanda en las Escrituras?». Evidentemente, la postulación anterior no puede aplicar puesto que la acción -casarse, en este caso- no es pecado en sí mismo, pero sigue habiendo un problema en nuestro planteamiento y, que igualmente revela la solución de este tipo de casos: «me negaría». Ésta sencilla pero profunda expresión es el gran fondo de aquellos deseos que parecen piadosos y santos, pero que fallan en dar únicamente a Dios la Gloria. Notar que Dios «me» niega algo es tomar la misma postura que aquél joven rico que, en lugar de acercarse humildemente al maestro por enseñanza, llegó a Él exigiendo reconocimiento (Mt. 19:16).

El orgullo es la única semilla que se puede plantar en el corazón del hombre y que puede dar todo tipo de frutos; lamentablemente, todos echados a perder. El orgullo hace que nuestras buenas intenciones se vuelvan «mis buenas intenciones», que nuestras batallas en el mundo se vuelvan «mi lucha», que nuestra humildad ante el Salvador se vuelva contra Él al decirle «yo soy una buena persona». El orgullo echa a perder rápidamente el Fruto del Espíritu, de modo que la paz será guerra, el amor será indiferencia, la paciencia será inquietud, la templanza será ansiedad, la mansedumbre será la imprudencia y la fe será rebelión contra Dios. Bueno es Dios, hay una esperanza para el cristiano que se acaba de dar cuenta de que está en este camino tan escalofriante -una vez que se da cuenda de que está ahí-.

Un diccionario de teología agrega un término a su concepto de la Providencia que, considero personalmente, es clave para saber gozarnos en medio de los «no» de Dios; este es: «La providencia es el obrar misericordioso del propósito de Dios en Cristo que deriva de sus tratos con el hombre» (Parker, 2006; énfasis añadido). Observemos que, junto al cuidado, necesariamente está la Misericordia de Dios, pues nosotros nada podemos hacer sin Él (Jn. 15:1-5), incluyendo el poder acercarnos a Él a pedirle nuestros egoístas deseos (He. 4:16). Aún en esto, Dios muestra su Providencia, porque es parte de Su Plan que entendamos que Él está en control (Jn. 16:33).

Ahora bien, esto tiene una gran consecuencia para todos nosotros que sufrimos de constantes ansiedades, porque la Providencia es el obsequio de Dios para los cristianos que sufren de "inseguridad"; no hay mayor garantía que saber que Su Plan está en ejecución y Él está en control. Y como dice aquél coro infantil, la barca de nuestras vidas «se ladea para acá, se ladea para allá, pero Cristo la sostendrá» (Hch. 27:23-25).

Amado hermano, con ojos rojos escribo esto, porque confieso que con ustedes debo aprender esto: Si tenemos a Cristo, ya tenemos todo lo que necesitamos en esta vida. No hay nada en el mundo, ni el trabajo, ni el dinero, ni el matrimonio, ni los hijos, ni los estudios, ni el gobierno, ¡nada!, que pueda igualar el valor de nuestro Señor Jesucristo. Si a Él lo tenemos, podríamos dejar el mundo mañana, y no nos habríamos perdido de nada, porque junto a Él, nada más tiene el valor que implica el sacrificio de seguirle (Fil. 3:8). Y si ya lo tenemos a Él, todo lo demás es un valor agregado a nuestras vidas, obsequios de Su Providencia. Como el Espíritu lo dijo por medio de Pablo, junto con Él -es decir, con Cristo- tenemos todas las cosas (Ro. 8:32).

Una vez escuché a mi director de seminario, el Mtro. Antonio Ortega, predicar lo siguiente ‘en lugar de quejarnos con Dios por lo que no tienes, deberías estar siempre dando gracias a Dios por lo que sí tienes’. Y creo, amados hermanos, que esto resume el cómo confiar en un Dios que nos dice que «no». Podemos creerle a ese Dios porque, como lo vimos, Él nos dice que «no» porque nos cuida de nosotros mismos, nos dice que «no» porque sabe que nosotros estamos escogiendo un camino distinto a Su Plan, y nos dice que «no» porque ya tenemos algo mejor que aquello que pedimos, lo tenemos a Él. Y, varias veces tendremos que escuchar «no» de su parte para entender que el hombre más bendecido no es aquél que consigue todo lo que quiere, sino aquél que recibe todo lo que necesita (Mt. 28:20b). Así, nosotros debemos apelar a que nuestro Dios siempre oye nuestras oraciones y, todas las contesta, aún si esto implica «aceptar un ‘no’ por respuesta» (Mt. 7:8).

Dios es un Buen Padre, y aunque los hijos al principio no entienden las difíciles decisiones que deben tomarse, no dejan de ser para el bien de ellos. Ese es nuestro Dios. Ese es nuestro Señor Providente.

Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a Su propósito (Ro. 8:28).

A Dios sea la Gloria.

Fuentes de Consulta.

    • Wilson, K. (2014). Providencia. En J. D. Barry & L. Wentz (Eds.), Diccionario Bíblico Lexham. Lexham Press.

    • Parker, T. H. L. (2006). PROVIDENCIA. En E. F. Harrison, G. W. Bromiley, & C. F. H. Henry (Eds.), Diccionario de Teología. Libros Desafío.

    • Metz, D. S. (2009). PROVIDENCIA. En R. S. Taylor, J. K. Grider, W. H. Taylor, & E. R. Conzález (Eds.), & E. Aparicio, J. Pacheco, & C. Sarmiento (Trads.), Diccionario Teológico Beacon. Casa Nazarena de Publicaciones.

    • Bowe, B. E. (2016). PROVIDENCIA. En S. Pagán, D. G. Ruiz, & M. A. Eduino Pereira (Eds.), Diccionario Bíblico Eerdmans (p. 1460). Editorial Patmos.

    • Douglas, J. D., & Tenney, M. C. (2011). PROVIDENCIA. En J. Bartley & R. O. Zorzoli (Eds.), & R. J. Ericson, A. Eustache Vilaire, N. B. de Gaydou, E. Lee de Gutiérrez, E. O. Morales, O. D. Nuesch, A. Olmedo, & J. de Smith (Trads.), Diccionario biblico Mundo Hispano (Novena edición, pp. 603-604). Editorial Mundo Hispano.

    • Easton, M. G. (1893). En Illustrated Bible Dictionary and Treasury of Biblical History, Biography, Geography, Doctrine, and Literature. Harper & Brothers.

    • Hastings, J., Selbie, J. A., Lambert, J. C., & Mathews, S. (1909). En Dictionary of the Bible. Charles Scribner’s Sons.

    • Lambert, J. C. (1906). Providence. En J. Hastings (Ed.), A Dictionary of Christ and the Gospels: Aaron–Zion (pp. 448-449). T&T Clark; Charles Scribner’s Sons.

Alfonso I. Martínez

Estudiado en TMAI, maestro dominical y escritor académico y de ocio, Poncho decidió fundar el ministerio de "Teología Para Todos" como una apertura e introducción de la teología académica para la comunidad laica de habla hispana, sosteniendo que ésta es esencial para el cristiano que desea conocer a Dios. Se dice discípulo de John Owen.

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