Teología Para Todos

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De Lenguas, Arengas y Trabalenguas I

Romanos y el Poder de orar en el Espíritu…

De toda la teología sistemática -el estudio de lo espiritual, distinguido por temas específicos-, quizás la pneumatología -el estudio de la Persona y Obra del Espíritu Santo- es la que más llama mi atención. Quienes me conocen, sabrán que es por su carácter controversial y, sin dudas, el don de lenguas es uno de los temas que más controversia ha causado entre laicos y ministros por igual. Algunos hermanos de trinchera de tiempo atrás sabrán que éste tema lo considero de toda mi devoción y mi fascinación. De mi devoción porque es un elemento central de la pneumatología y, de mi admiración por la sorprendente falta de seriedad académica de algunos hermanos de la iglesia de Cristo -en general- al hablar de sus implicaciones y prácticas.

En particular, hay quienes igualan el hablar en lenguas -por ahora no lo definiremos- con la práctica conocida como orar en el Espíritu. Orar en el Espíritu, entonces, es uno de los temas que más controversia causa entre las iglesias, por el sencillo hecho de ser «en el Espíritu». Muchos creen que lo anterior parece distinguirse de la oración común, elevándola a niveles metafísicos superiores. Como fruto de lo anterior, algunos han promovido que ésta oración es más virtuosa y espiritual y, por ende, es mejor perseguir ésta otra en momentos de crisis y de necesaria intercesión. De hecho, varios movimientos y denominaciones han predicado incansablemente a través de la historia ésta práctica como su insignia y bandera. Repito mis palabras iniciales, controversial, cuando menos.

Las enseñanzas en tanto al orar en el Espíritu pueden resultar tanto virtuosas como desastrosas. Virtuosas porque pueden unir a la iglesia a orar en un solo Espíritu (Ef. 4:4-6), y de forma constante (1 Ts. 5:17) y, todos sabemos cuál es el resultado de una iglesia que permanece constantemente delante del Trono de Dios (Mt. 24:13; Stg. 5:16). No obstante, un entendimiento erróneo de la oración en el Espíritu puede ser igualmente desastroso porque, si no somos prudentes y estudiamos, puede dividir iglesias enteras (1 Ti. 6:3-5), puede dar paso a doctrinas no-bíblicas (1 Ti. 6:20-21; 2 Ti. 2:16-18) y aún ser objeto para ejercer control sobre los hermanos (Tit. 1:10-11), a fin de usurpar el lugar de Cristo en Su Iglesia y convertirlo en una secta más (Gal. 3:1-3; Col 2:8, 16, 20).

Así quisiera entonces, con este artículo, dar inicio a una serie de los mismos donde vamos a repasar, uno a uno, los textos que las denominaciones e iglesias han usado, desde las Escrituras, para justificar sus abusos en tanto a lo que llaman el don de lenguas. Obsérvese que hago referencia a los abusos específicamente, pues no es mi deseo pautar divisiones en el Cuerpo de Cristo -¡el llamado es a la unidad, no a la división!-. Observada mi nota, también destaco que podrá haber diferencias en cuanto a precisiones, términos y aún aplicaciones prácticas de los textos. A esto ruego su paciencia con un servidor. Iremos poco a poco viendo todos los textos respecto del don de lenguas y, quien sabe, quizás pronto podamos compilarlos todos en un estudio académico más completo. ¡Estudiemos!

El texto.

San Pablo reza en su epístola a los Romanos “Ὡσαύτως δὲ καὶ τὸ πνεῦμα συναντιλαμβάνεται τῇ ἀσθενείᾳ ἡμῶν· τὸ γὰρ τί προσευξώμεθα καθὸ δεῖ οὐκ οἴδαμεν, ἀλλʼ αὐτὸ τὸ πνεῦμα ὑπερεντυγχάνει στεναγμοῖς ἀλαλήτοις·” (Ro. 8:26; lit. Así también, el Espíritu nos está siendo ayuda [a] la debilidad nuestra, pues no hemos sabido orar como debemos, pero éste Espíritu está intercediendo [a] gemidos inexpresables).

Algunos autores sostienen que la expresión τῇ ἀσθενείᾳ -lit. la debilidad- realmente es της δεησεως -lit. las oraciones-, de modo que la ayuda del Espíritu no es solo en nuestra debilidad, sino en medio de nuestras oraciones. Esto cobra importancia cuando leemos que la intercesión del Espíritu Santo es con στεναγμοῖς ἀλαλήτοις -lit. gemidos inexpresables-; es decir, que el Espíritu se expresa de un modo con el que nosotros físicamente no podemos. Este es el núcleo de la controversia.

Muchas escuelas proponen que el Espíritu Santo habilita en nosotros el llamado don de lenguas, refiriéndose a un talento sobrenatural, provisto por el Espíritu mismo, donde podemos comunicarnos con Dios de forma más íntima por medio del uso de un lenguaje pseudohumano e incomprensible para el que lo pronuncia, el término técnico es glosolália -existe otra definición acerca del don, pero la abordaremos en un escrito distinto-. Lo anterior se ha enseñado por la iglesia históricamente desde el metodismo del tardío siglo XIX y hasta los movimientos contemporáneos del continente americano; en éstos, muchas interpretaciones han surgido acerca del don, de modo que vemos una incontable cantidad de prácticas en las iglesias sobre el hablar u orar en lenguas. Es en las definiciones múltiples que hallamos el primer problema con el hablar en lenguas.

La expresión para gemidos -στεναγμός- implica un gemido de súplica o un lamento (cp. Hch. 7:34 ‘he oído sus gemidos’) por lo que, a pesar de lo controversial de lo enunciado, el texto sugiere que el Espíritu, en un acto de intercesión sumamente amoroso, se comunica con el Padre con súplicas a nuestro favor. En otras palabras,, este texto no puede ser usado para sustentar que se puede hablar en lenguas con intenciones conversacionales; si acaso, las lenguas -y llegaremos a definirlas- solo pueden ser elevadas en súplica y oración al Padre.

Si lo pensamos fríamente, tiene mucho sentido que el Espíritu Santo, por medio de Pablo, manifestara la censura del don de lenguas de Romanos 8:26 a la oración y no a la conversación. El hombre pecador, que es una prestigiosa máquina de orgullo y autoalabanza (Ro. 7:18; Col. 3:5) se la pasaría de gira, visitando de una en una a todas las iglesias de su barrio o región, buscando el aplauso ajeno por su humilde privilegio -cualquier parecido con la realidad, no es mera coincidencia-. Así, al menos en este pasaje no hallamos que el don de lenguas implique poderes conversacionales con glosolália -lenguaje pseudohumano-.

Ahora bien, el don de lenguas se extiende más allá de la simple conversación. Como lo mencionábamos antes, uno puede defender que no habla sino que ora en el Espíritu cuando atiende a la glosolália. Sin embargo, el adjetivo indecibles -o inexpresables- proviene del griego ἀλάλητος -haláletos- y, creo que será necesario tomar dos minutos más para ver cómo el idioma original se explica solo.

En griego, el verbo para ‘hablar’ es λαλέω -laléo- y, cuando uno quería negar, se prefijaba la letra α -una ‘a’ griega-, como vemos en los casos de ateísmo, asimetría, anormalidad o afonía. Así, decir ἀλάλητος -entiéndase a/lale/tos-, el mismo idioma nos revela que los gemidos con los que el Espíritu intercede por nosotros son (1) silenciosos, de forma que no se expresan por sonidos de ningún tipo o (2) indecibles, de modo que la lengua humana no puede replicarlos, sino únicamente los puede enunciar el Espíritu. En cualquiera de ambos casos, el tema está cerrado, el hombre no puede hablar u orar en lenguas, al menos basado en este texto -más sobre esto último en nuestra conclusión de hoy-.

El contexto.

Sumado a nuestro estudio exegético del pasaje, el contexto inmediato y completo de la epístola de San Pablo a los romanos es más que evidente en tanto al significado que debe entenderse del texto mismo. Si nos sentamos a leer cada capítulo hasta este punto, veremos cómo es que el apóstol no está tratando de justificar una práctica en tanto al uso de un don espiritual, sino destacando todo lo que Dios ha hecho por nosotros por mera Gracia y Misericordia. ¡Es más! ¡Tenemos tiempo! ¿Por qué no lo estudiamos de una vez?

Desde su saludo, el apóstol habla de la Obra de Dios quien menciona en el tercer vocablo de su carta -en griego- y califica que éste lo ha apartado (Ro. 1:1), el corazón del saludo lo vemos en su quinto versículo (Ro. 1:5) donde claramente nos introduce a la obra monergista -otra forma de decir ‘unilateral’- de Dios al mencionar que es διʼ οὗ -di’ uh, lit. por medio de [o, gracias a] Él-. Unos versos más adelante, San Pablo entrega lo que muchos consideran el corazón de la Reforma -de 1517- cuando menciona que el Evangelio de Jesucristo es el Poder de Dios para la salvación (Ro. 1:16), de modo Él revela su Justicia por medio del Mensaje del Señor Jesús y es recibido únicamente por la fe (Ro. 1:17). Aún más, el autor expresa que Dios mismo ha hecho esto conocido entre los hombres (Ro. 1:19-20), pero el hombre se niega a reconocerlo (Ro. 1:22-23), de modo que Dios, pacientemente, en lugar de inducir su castigo eterno inmediatamente, los ha entregado a la necedad en la que persisten (Ro. 1:24, 26, 28).

Bajo este principio, uno podría pensar que Dios no nos juzgará, a lo que San Pablo es rápido en responder «No. Lo hará, pero en su debido tiempo» (Ro. 2:5-6), sea que uno sea judío o gentil (Ro. 2:11) porque, aquí no se trata de una ley humana escrita en piedras, sino la ley que Dios ha escrito en el corazón de cada hombre (Ro. 2:15). De este modo, el hombre debe ser cuidadoso en decir que cumple la ley y no cumplirla (Ro. 2:21-23) porque muchos, diciendo ser creyentes, realmente son de mal testimonio para los que aún no conocen (Ro. 2:25).

El apóstol, entonces describe que aún nuestros pecados son usados por Dios para manifestar que Él, contrario a nosotros, sí es Justo (Ro. 3:5-6) y, si alguno se atreve a decir «espera, yo soy buena persona», San Pablo enlista por qué no (Ro. 3:10-18), de modo que no hay excusa, todos somos culpables delante de Dios. «Pero ahora» continúa el autor «aparte de la ley, la justicia de Dios ha sido manifestada» (Ro. 3:21); es decir, Dios ha decidido que Su Justicia no solo sería visible en contraste con nuestros pecados, sino encarnada y aplicada a nosotros en la Obra de Jesucristo (Ro. 3:21-22), de modo que la justicia es un obsequio que nos es ofrecido por Gracia (Ro. 3:24), de modo que nuestras obras, junto a la Obra de Jesús, resulta totalmente ineficiente, restando la fe en Cristo como único recurso (Ro. 3:28).

Un ejemplo ideal, considerando que había muchos judíos que insistían que debemos esforzarnos por alcanzar la salvación, es Abraham mismo del que las Escrituras dicen que «creyó» (Ro. 4:3), de modo que la obediencia de Abraham no es un requisito para ser salvo, sino una respuesta de agradecimiento (Ro. 4:11-12). Y ¡aún el término lo explica! Pues, San Pablo argumenta, la gracia no sería gracia si hay requisitos de por medio (Ro. 4:16, 20) y así, recibir la fe que Dios entrega gratuitamente es lo que cuenta al hombre como justicia (Ro. 4:22-24).

Una vez establecido que somos salvos, entonces, únicamente por la Obra de Cristo y la fe en Él, es que podemos entender que ya no estamos en rebelión abierta contra Dios, sino que llegamos a la paz (Ro. 5:1-2) y ¡aún esta fe no es nuestra! San Pablo nos ilustra al mencionar que ésta fe es respuesta de la contemplación del Amor de Dios derramado por nosotros en la cruz (Ro. 5:5-6), sin dudas, la muestra de Amor más grande que habrá en toda la historia (Ro. 5:8). Ahora que vemos que fue el Hijo de Dios quien murió por nosotros, ¿cómo es que Dios no contará la fe en tan grande regalo como justicia a nuestro favor? (Ro. 5:9-11). La Obra de Cristo es tan grande y majestuosa que tiene alcances más grandes que todos los pecados de Su pueblo, todos juntos pues, ese Amor Supremo los perdona (Ro. 5:15, 18-19) de modo que, en tanto a la fe, «donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia» (Ro. 5:20).

Ahora, vale la pena preguntarse, ¿entonces, puedo seguir pecando? «De ningún modo» dice el apóstol (Ro. 6:1-2) pues aquél que está vivo en Cristo es porque ha reconocido que él mismo -su viejo hombre- ha muerto con Cristo en la cruz (Ro. 6:4, 6) y se ha vuelto un hombre totalmente nuevo, viviendo -entiéndase, actuando- como Cristo (Ro. 6:8, 10-11). San Pablo, de hecho, procede a dar instrucciones omisivas «no reine el pecado… no se presenten como instrumentos de pecado» (Ro. 6:12-13). Aún más, tenemos una deuda de amor y conciencia con Cristo por nuestra salvación (Ro. 6:22-23), por lo que nos debemos a nuestro Señor en obediencia y lealtad por el Amor que Él nos tiene.

Aquí es donde se pone interesante pues, ¡seguimos siendo hombres de carne y hueso! De este modo, la carne sigue deseando rebelarse, ¡aún la del apóstol! (Ro. 7:9-11). Así, por más que hemos sido salvados por Dios y para Dios, aún no podemos obedecer por nosotros mismos porque, aunque nuestra salvación está en el espíritu, seguimos siendo carne (Ro. 7:14), de modo que no hacemos lo que quisiéramos hacer -obedecer- sino lo que la carne desea (Ro. 7:15-16, 18-20, 22-23) ¡Miserables de nosotros! Aún siendo salvos por amor, no podemos obedecer, ¿¡Quién puede librarnos de este maleficio!? (Ro. 7:24) porque, si seguimos pecando, volvemos al paso uno, donde estamos bajo juicio.

No obstante, llegamos a nuestro capítulo, ¡No hay condenación para los que creen! (Ro. 8:1) porque Dios no nos ha librado solamente del las consecuencias de nuestros pecados pasados, ¡sino de todas las consecuencias eternas de ‘el pecado’ sobre nosotros! (Ro. 8:2-3), de modo que ahora nosotros no tenemos que poner la mente en la carne, sino en las cosas del Espíritu (Ro. 8:5-6). Porque, si eres cristiano, ya tienes el Espíritu Santo en ti (Ro. 8:9-10). Y es este Espíritu el que evita que vuelvas a morir, pues Él te sostiene con vida (Ro. 8:10) y nos guía a actuar de forma piadosa (Ro. 8:13-14) de modo que nuestra relación con Dios llega a ser tan íntima que Él no solo es nuestro Rey, sino también nuestro Padre (Ro. 8:15-16). También éste Espíritu nos anima a caminar a pesar de la maldad de este mundo (Ro. 8:18) porque la creación se lamenta por la maldad en ella (Ro. 8:22), ¡aún nosotros nos lamentamos y rogamos a Dios! (Ro. 8:23) y esto podría desanimarnos pues, la fe espera una promesa futura, pero -como dirían nuestros hermanos de Argentina- no la vemos. Así, también el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad. No sabemos orar como debiéramos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles (Ro. 8:26). ¿Vieron que tan natural se leyó ese texto en su contexto? ¿Cuáles lenguas? 

El pretexto.

Amados hermanos, queda solamente razonar un poco ambos argumentos y entender que este texto no justifica el don de lenguas, ¡todo lo contrario! ¡el texto ni siquiera propone que exista un don de lenguas para empezar! Ahora, mucho ojo aquí. No estoy diciendo que no haya don de lenguas, ¡por supuesto que lo hay! Sin embargo, este pasaje no habla de ello. En otras palabras, Romanos 8:26 habla tanto del don de lenguas como lo hace de la Navidad; ambos son conceptos bíblicos, pero no se hallan expresados aquí.

¿Qué si encontramos aquí? Algo todavía más profundo y hermoso. En este texto hallamos que es el Espíritu Santo mismo el que intercede en nuestro favor por nosotros delante del Padre (Ro. 8:27; Ef. 6:18; Fil. 1:19 cp. 1 Jn. 5:14), cumplimiento fiel de la Promesa Intercesora del Consolador (Jn. 14:26; 16:13; He. 4:16). No creo que haya mayor privilegio que el cristiano pueda gozar que, a pesar de sus pecados, a pesar de sus faltas, el Espíritu sigue llevándonos delante del Padre, haciendo nuestras oraciones aceptas en Él (Ef. 2:18). ¡Eso es orar en el Espíritu! No es orar con glosolália, sino con fe.

Así, orar en el Espíritu, podemos ejemplificar, es lo que hizo Habacuc -los que me conocen, saben que amo ese ejemplo-. El profeta, al escuchar que Dios estaba mandando a Babilonia a conquistar Judá (Hab. 1:6), su primera reacción fue reconocer la Soberanía de Dios (Hab. 1:12) pero, igualmente, al tener más preguntas acerca del por qué los Babilonios, con mucha fe oró (Hab. 2:1). Ahora, me gusta siempre comentar que, entre este verso y el siguiente, imagino a Habacuc orando todos los días con insistencia pero, sobre todo, con fe. Estoy confiado de que puedo decir que así fue porque él mismo comenta que estaría de guardia -atento a Dios- y, mientras tanto, suplicando. Y lo siguiente que leemos de Habacuc no fue otra cosa sino el resultado de esas oraciones: «Entonces el Señor me respondió»  (Hab. 2:2). Si lo vemos más abiertamente, podemos confirmar que todas las oraciones hechas por creyentes en la Escritura fueron oraciones en el Espíritu (Ro. 10:8-13).

Oremos en el Espíritu, oremos con fe, oremos sabiendo que el Espíritu nos presenta limpios delante del Padre -en Cristo-, oremos confiado de que Él nos escucha gracias al Espíritu, oremos escuchando la guía del Espíritu que nos lleva a pedir bien. Oremos para la Gloria de Dios. De las lenguas… De las lenguas habrán más versículos que estudiaremos.

A Dios sea la Gloria.

¡Caray con el vigesimo sexto!

Dado que los artículos al respecto de las lenguas irán creciendo y creciendo, me gustaría dedicar las últimas líneas de este para especificar. Cuando veamos más sobre el tema, dejaré un anexo al final de ellos -como es el caso- para recapitular lo que ya hemos visto en otras ocasiones, así podamos ir construyendo juntos una conclusión acerca del tan hermoso y divino don de lenguas el cual, si Dios nos concede la vida, veremos cómo es que tanto ha servido para edificar a la Iglesia de Jesucristo a través de las eras.

  • Romanos 8:26 - El don de lenguas no está presente en este texto. La referencia hecha sobre orar en el Espíritu apunta a algo más profundo, siendo esto el que Él mismo intercede por nosotros -y junto a nosotros- delante del Padre.

Fuentes de Consulta.

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