De Lenguas, Arengas y Trabalenguas II

Pentecostés y el «don de lenguas».

Uno de los temas que más ha dividido a la iglesia contemporánea, al punto incluso de la excomunión y la separación de miembros de la iglesia es el mismo don de lenguas. Algunos creen que son idiomas humanos, otros creen que son lenguas espirituales o angélicas -algunos incluso aseguran ambos-. Hay grupos que aseguran que el don está plenamente presente entre nosotros, mientras que otros sugieren que el don, sencillamente cesó -y otros tienen posturas en medio-. Al haber tanta diversidad en tanto al tema, es totalmente comprensible que incluso denominaciones enteras han surgido alrededor de este único punto de la pneumatología -el estudio de la Persona y Obra del Espíritu Santo- y la eclesiología -el estudio de la composición, estructura y funciones de la Iglesia-.

En particular, hoy quisiera que abordásemos dos términos que rodean el texto central del don de lenguas. Esto es, la glosolalia y la xenoglosia. La glosolalia, en palabras de Douglas & Tenney (2011) se refiere a ‘transportes extáticos de oración y alabanza, en los cuales las expresiones se tornaban a menudo anormales e incoherentes, y que la conexión con la actividad intelectual consciente del que hablaba era suspendida… las expresiones eran incomprensibles tanto para el orador como para los oyentes’ mientras que la xenoglosia se define como ‘idiomas extranjeros que quienes los hablaban eran capacitados milagrosamente para hacerlo sin haberlos aprendido previamente’. Purkiser (2009), por otro lado, define a la glosolalia como ‘sonidos como de lenguaje ininteligibles para el emisor y para el receptor, a menos que se los interprete’, dejando la xenoglosia como su antítesis, es decir, como lenguajes extranjeros inteligibles. Con estas definiciones, entonces, podemos concluir que una postura apunta a un idioma, lenguaje o expresión no-humano -esto es, la glosolalia- mientras que el otro apunta exclusivamente a idiomas humanos.

Aunque hay cierta variedad de pasajes que se usan para argumentar en favor de una postura o la otra -o inclusive, ambas-, el más conocido se halla en el libro de los Hechos de los Apóstoles, particularmente en Hechos 2:1-4, donde se narran los eventos del primer Pentecostés de la Iglesia. La cantidad de argumentos que rodean a este pasaje son tantos que, como en las carreras de automóviles de fórmula, o al momento de una jugada controversial en el fútbol, el mero hecho de parpadear nos podría hacer perdernos de uno que otro detalle, o incluso del mismo final de fotografía que a veces llega a darse, y es que libros enteros se han escrito alrededor del evento de Pentecostés apoyando a tal o cual posturas al grado de que uno podría fácilmente -y me atrevo a decir, con justificada razón- rendirse de ahondar en el tema por lo abrumador que puede llegar a ser estudiar tan delicado, complejo y profundo tema.

Por este motivo, iremos en cámara lenta, viendo ‘versículo a versículo’ -quienes entiendan esa referencia, tienen toda mi admiración, y agradecimiento- los argumentos en favor del don de lenguas en el texto de Hechos de los apóstoles, buscando confirmar que la postura de xenoglosia es la que se presenta en este pasaje.

La última curva (Hch. 2:1).

La fecha de Pentecostés.

Muchos afirman que Pentecostés mismo es la primera prueba de la glosolalia, afirmando que es el nombre con el que se identifica a la venida del Espíritu Santo. Sin embargo, esto está muy fuera del contexto bíblico. La palabra ‘Pentecostés’ no es una traducción sino una transliteración, esto es, que usamos el término con el mismo nombre como se conoce en su lengua original. El griego πεντηκοστῆς -lit. pentikostís- hace referencia a la festividad judía que se celebraba cincuenta días después de la pascua, correspondientes a la última cosecha de la jornada (Brannan, 2020; Jub. 6.17–21; Ex. 34:22; Dt. 16:9–11; Nm. 28:26).

La razón por la que tantos consideran que es una festividad que nació en la era de la iglesia es por el evento que estudiamos hoy -la manifestación del Espíritu Santo-, sumado a que es en esta fecha donde probablemente se realizaron los primeros bautismos (Hch. 2:41; Douglas & Tenney, 2011). Sin embargo, como ya lo vimos, realmente se trata de una fiesta judía cuyo propósito, puede uno pensar, era precisamente ser una sombra del cumplimiento que vemos aquí (Col. 2:16-17) tal como la Pascua lo es del sacrificio de Cristo (1 Co. 5:7). En otras palabras, la etimología y simbología presentada en Pentecostés, aún apoyando esta postura, no sostiene en absoluto que se refiera a las lenguas como los frutos que se recogen, en todo caso el fruto recogido sería a los creyentes mismos, quienes el Espíritu incorpora al Cuerpo de la Iglesia (Hch. 2:41, 47).

Con todo lo anterior, la misma fecha de Pentecostés puede estar sujeta a revisión, lo que reduce aún más la infructuosa teoría etimológica del Pentecostés como defensa de la glosolalia. Algunos teólogos y estudiantes de la gramática histórica argumentan que el término griego pentecostés también pudo haber sido usado para referirse a un día específico en el que se realizaba un cobro de impuestos (Moulton & Milligan, 1930). De este modo, aún nuestra postura sobre la paridad de fiestas debe someterse a escrutinio. Nada más queda por decir en este punto, el término pentecostés no apoya a la glosolalia.

Y, para dar gusto a mi hermano listillo que quizás guste de esquinarme en algún comentario, lo acepto. Pentecostés -la expresión- tampoco argumenta en favor de xenoglosia. Sencillamente, es una fecha con sus respectivas implicaciones teológicas y, según nuestra hermenéutica, tipológicas.

La oración en lenguas.

Otro argumento que algunos proporcionan para defender la glosolalia se encuentra basado en que los hombres probablemente estaban, como en otras ocasiones, constantes en la oración (Hch. 1:14), considerando que estaban cerca de la hora de la oración matutina (Hch. 2:15 cp. Lc. 1:10), de modo que las lenguas no pueden sino estar íntimamente conectadas con el acto mismo de orar, considerando que son uno y el mismo acto -es decir, el don de lenguas es equivalente a orar en el Espíritu-.

Sumado a que nosotros ya hemos hablado de que orar en el Espíritu y el don de lenguas son dos cosas distintas, deben entenderse las implicaciones de que el Espíritu capacite milagrosamente a un hombre a orar en una lengua distinta a la suya pues, ¿que servicio presta la oración sin la predicación (Hch. 2:14 cp. 1 Co. 1:21)? Es decir -y con mucho cuidado debe decirse… y leerse- aún la oración, sin la predicación ferviente de las Escrituras, no puede producir fruto alguno en el incrédulo. El Espíritu puede capacitarme hoy para orar perfectamente en Mandarín pero, si yo no entiendo Mandarín, y mis hermanos hispanohablantes tampoco entienden Mandarín, ¿que servicio presta el don? Digo, recordando que todos los dones del Espíritu Santo son para edificación mutua (1 Co. 14:12).

Del mismo modo y, por si fuera poco, el argumento de la oración en lenguas no explica por qué el Espíritu vino cuando Pedro predicaba a Cornelio, y no mediante la oración (Hch. 10:44). Si el don de lenguas, sea glosolalia o xenoglosia, se recibe y practica por medio de la oración, entonces la respuesta de Pedro a la manifestación del don hubiese sido predicarles, no llamarlos al bautismo (Hch. 10:47 cp. Hch. 2:14). Y, si alguno duda de que sea el mismo don, ¡de eso se trata el pasaje con Cornelio! (Hch. 10:34-35, 44-45).

La llegada a la meta (Hch. 2:2-4).

El viento impetuoso.

El siguiente texto a estudiar reza que la llegada del Espíritu Santo fue como ‘la ráfaga de un viento impetuoso’ -lit. g. καὶ ἐγένετο… ἦχος ὥσπερ φερομένης πνοῆς βιαίας, esto es, y vino un sonido como una propulsión de viento fuerte [o violento]- y éste llenó -lit. g. ἐπλήρωσεν; eplírosen- la casa (Hch. 2:2). Con esto, algunos consideran que así viene el Espíritu Santo, de modo que todo cristiano debe experimentar algo similar en su vida como confirmación del mismo Espíritu en su vida (Hch. 10:44-46). Incluso comparan este hecho con aquella ocasión en que el Padre sopló aliento de vida a Adán (Gn. 2:7) y cuando Cristo mismo sopló el Espíritu Santo a sus discípulos (Jn. 20:22).

Primeramente, debemos aclarar que el argumento por la experiencia sobrenatural obligatoria del Espíritu Santo es totalmente falsa. Y, no me confundan, amados hermanos, no estoy diciendo que el cristiano no pueda experimentar la Obra del Espíritu Santo de formas excepcionales pero, por algo se llaman excepcionales y no regulares. El Espíritu se manifiesta, en mayor parte, por medio del Fruto mismo que hace crecer en el Cristiano (Os. 14:8; Mt. 12:33; Ef. 2:10; Col. 1:10). Los eventos excepcionales, sea que ocurran hoy o no -de nuevo, hay muchas posturas en la fe-, fueron excepciones en las Escrituras, y resulta erróneo esperarlos como norma.

Dicho lo anterior, es necesario que veamos al viento impetuoso como una imagen o una referencia a lo que Cristo anunció antes sobre la venida del Espíritu Santo (Dessain, 1953) y, esto no solo en las palabras recibiréis poder o seréis mis testigos (Hch. 1:8), sino también como la Promesa prometida del Padre (Hch. 1:4 cp. Hch. 2:33; Jn. 7:39; 14:16). La importancia es grande porque, así como el cumplimiento de la Pascua de Cristo fue acompañada con un terremoto (Mt. 27:51), el inicio del ministerio directo del Espíritu Santo lo fue con un viento recio; pero así como no ocurre un sismo cada que tomamos la Santa Comunión, tampoco debemos esperar que haya un soplido cuando el Espíritu se manifiesta en y entre nosotros (Alford, 1976).

Del mismo modo, si somos tan rigurosos con que esta experiencia es necesaria acompañante de la Venida del Espíritu Santo -aún hasta en las experiencias personales-, como se espera por los que defienden el argumento del soplo para justificar la glosolalia, tendríamos que [1] o los apóstoles recibieron el Espíritu Santo dos veces (Jn. 20:22 cp. Hch. 2:4), o Cornelio y su casa no recibieron al Espíritu Santo -porque ese viento no se escuchó- (Hch. 10:44-46), [2] o Jesús no les dio el Espíritu Santo la primera vez, mintiendo. Y, ¿alguien de entre nosotros está dispuesto a sostener tan atrevida tesis? Supongo que no. Comprobado queda, entonces, que esto realmente alude a una muestra del inicio del ministerio del Espíritu. En otras palabras, tampoco es argumento en pro de la glosolalia o la xenoglosia.

El hablar en lenguas.

Ahora sí, llegamos. El argumento estrella del texto se encuentra en los versículos tercero y cuarto, que dicen textualmente que ‘se les aparecieron lenguas como de fuego que, repartiéndose, se posaron sobre cada uno de ellos… y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba habilidad para expresarse’ (Hch. 2:3-4). Sorprendentemente, hay quienes hasta hoy defienden que esto es una definitiva y final muestra de que esto justifica la glosolalia por el sencillo hecho del uso la expresión griega ἤρξαντο λαλεῖν ἑτέραις γλώσσαις -lit. irksanto laléin jerérais glóssais; comenzaron a hablar en otras lenguas- (Hch. 2:4) justificando que la intención de la expresión otras -o diversas- necesariamente implica una diferencia no solo en forma -otro idioma humano- sino también de fondo -otro tipo de idioma-.

Para comenzar, será bueno notar que la expresión aparecieron lenguas -lit. g. ὤφθησαν… γλῶσσαι; óftisan glóssai- implica algo visible y no audible, de modo que esto debe considerarse junto al viento del verso anterior, esto es, al caso único que manifiesta la Venida del Espíritu Santo y no como un patrón esperado entre los creyentes. San Juan Crisóstomo hace bien en llevarnos a comparar esta señal visible como la paloma que viene sobre Cristo, ambas con la misma connotación, el Espíritu está en Él/ellos (Chrysos., Hom. Act. 4 cp. Mt. 3:16). Tan simbólico es el evento de Pentecostés, que se cree que ésta imagen de la flama sobre la cabeza de los apóstoles es la que inspira la forma de la mitra -el sombrero que usa el Papa y otras figuras religiosas en el mundo- (Spence-Jones, 1909).

Del mismo modo, la expresión ἕτερος -lit. heteros- no siempre hace referencia a una diferencia de fondo, sino que puede hablarse de una comparación de algo o alguien de características similares, una figura retórica constante en la literatura de San Lucas (Lc. 3:18; 4:43; 6:6; 8:3; 9:56, 59, 61; 10:1; 11:26; 16:18; 17:36; 22:65; Hch. 4:12; 15:35; 27:1). En este particular caso, el término se refiere a distintos idiomas del mismo tipo, es decir, lenguas humanas. Y, antes de que alguno quiera decirme que me decanté muy rápido hacia la xenoglosia, leamos juntos el resto del pasaje:

Había judíos que moraban en Jerusalén, hombres piadosos, procedentes de todas las naciones bajo el cielo. Al ocurrir este estruendo, la multitud se juntó; y estaban desconcertados porque cada uno los oía hablar en su propia lengua.

No hace falta que seamos graduados de seminario para ver que [1] estaban hablando -λαλεω-, no orando -ευχομαι- y [2] lo estaban haciendo en la lengua materna de los extranjeros. Aquí radica el corazón de este pasaje, éste es el don de lenguas de Pentecostés, lenguas humanas, xenoglosia. Lo que estaba sucediendo en aquél momento es que el Evangelio comenzó la expansión explosiva que se prometió, a través de la predicación en lengua extranjera (Hch. 2:11).

La idea del texto es similar a lo que hallamos en la narrativa de Mateo respecto a ‘no morir hasta ver al Hijo en Gloria’, cuyo cumplimiento es inmediato al ver la Gloria del Hijo en la Transfiguración (Mt. 16:28 cp. Mt. 17:1-2) -algunos consideran la visión del Apocalipsis, pero la idea se sostiene, a menos que alguien sepa de alguno de los Doce que siga entre nosotros-. Así, Cristo dijo que el Evangelio crecería como levadura en la harina (Mt. 13:33) y que los discípulos testificarían hasta los confines de la tierra (Hch. 1:8), ¿¡qué mejor manera de iniciar esa expansión que predicando el Evangelio a todos los residentes de Jerusalén en su lengua materna!? (Hch. 2:11).

Aún más, estas lenguas son una señal del juicio que Dios estaba ejerciendo sobre el pueblo étnico judío por haber rechazado a Cristo. No como que Dios trate de forma especial a los judíos -porque en Cristo no hay judío ni griego (Gal. 3:28)-, sino que era una muestra de que la salvación es por la fe en Cristo, no por los privilegios que ellos pensaban que tenían por su ascendencia (Ro. 1:16; 4:12, 16). Tan cierto es esto, que el mismo San Pedro lo relata en su sermón inicial (Hch. 2:16, 18, 21), los judíos estaban enfrentando el castigo por el pecado final, esto es, haber matado al Hijo de Dios (Hch. 2:36), ahora el Evangelio confirmaba lo que todos sabemos, que el acceso al Padre no es por nuestro linaje propio, sino por el linaje divino del Señor Jesucristo (Hch. 2:38-39).

VAR bíblico.

En el fútbol, cuando hay una jugada polémica que es difícil captar a simple vista, o que resulta sumamente controversial, el árbitro tiene acceso al “VAR”, es decir, al asistente arbitral virtual. Después de revisar en las pantallas las repeticiones de la jugada desde varios ángulos, el juez puede deliberar con mayor seguridad, apegado a las reglas -a menos que sea en favor de cierto equipo europeo-, cuál es la sentencia correcta. Si están dispuestos a perdonar mi comparación de la hermenéutica de Hechos 2 con la herramienta más controversial en el fútbol contemporáneo, podríamos decir que acabamos de hacer algo muy similar.

Si observamos todas las aproximaciones al texto, notaremos que la xenoglosia es la única explicación, no solo razonable, sino bíblica, a este asunto. No es que los hermanos parecían ebrios (Hch. 2:13) porque estaban practicando la glosolalia, sino que estaban predicando, desde la perspectiva de los judíos, absurdos (Hch. 2:22, 24 cp. Hch. 2:11-12). La única conclusión lógica para entender este texto, es que los receptores del don de lenguas en Pentecostés, milagrosamente fueron capacitados para predicar en xenoglosia, dando a conocer el Evangelio en lengua extranjera. El don de lenguas, entonces, a la luz de Hechos 2, es xenoglosia, no glosolalia. Caso cerrado.

Ahora, quiero aclarar dos cosas muy importantes. Primeramente, esto no significa que la glosolalia no esté presente en las Escrituras; hay textos que estudiaremos dentro de unas semanas que parecen indicar la posibilidad de que la glosolalia también se practicaba y, sería imprudente negar su trasfondo espiritual sin antes hacer una exégesis. Como lo dije, nuestras conclusiones sólo son a partir de Hechos 2, nos queda por visitar el resto de los textos que abordan el tema.

En segundo lugar, no estamos diciendo que el don de lenguas cesó o continúa, ese también es otro tema completamente distinto. Pero, si puedo darles una probadita de mi postura… Cuando regresé de un viaje que el Señor me permitió realizar, mis hermanos, contentos por mis experiencias, me pedían que hiciera una oración en lengua extranjera. Pese a mis posturas sobre el don de lenguas en lo general -quien me conoce, sabe de qué hablo- debo reconocer que el Espíritu me ayudó en ese momento a que no me trabara u olvidara tal o cual regla gramatical, porque definitivamente no soy fluido en el idioma en el que elevé aquella oración. Quizás esto no satisfaga las condiciones que uno quisiera para llamarlo parte del don. No obstante, tampoco puedo decir que fui solamente yo orando en aquella sala, el Espíritu me ayudó a elevar dicha oración y, toda oración por medio del Espíritu, en la lengua que sea, siempre será de agrado al Padre. Suficientes pistas. Por ahora, demos gracias a Dios porque, mientras nuestro pecado nos separó en Babel, Jesucristo nos ha alcanzado hasta donde estamos.

A Dios sea la Gloria.

Recapitulación.

Si alguno recuerda el artículo anterior sobre el tema, quedamos de agregar un anexo al final de los mismos para recapitular lo que ya hemos visto en cada ocasión, para así ir construyendo juntos una conclusión general acerca del tan hermoso y divino don de lenguas el cual, si Dios nos concede la vida, veremos cómo es que tanto ha servido para edificar a la Iglesia de Jesucristo a través de las eras.

  • Romanos 8:26 - El don de lenguas no está presente en este texto. La referencia hecha sobre orar en el Espíritu apunta a algo más profundo, siendo esto el que Él mismo intercede por nosotros -y junto a nosotros- delante del Padre.

  • Hechos 2:1-6 - El don de lenguas en Pentecostés es xenoglosia, esto es, la habilidad sobrenatural que el Espíritu le dio a los primeros cristianos para cumplir la Gran Comisión del Evangelio, predicándoles en su propia lengua materna. 

Fuentes de Consulta.

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Brannan, R., ed. (2020). Léxico Lexham del Nuevo Testamento Griego. Lexham Press.

Spence-Jones, H. D. M., ed. (1909). Acts of the Apostles (Vol. 1). Funk & Wagnalls Company.

Tuggy, A. E. (2003). Lexico griego-español del Nuevo Testamento. Editorial Mundo Hispano.

Ortiz, P., V. (2000). Lexico Hebreo-Español y Arameo-Español. Sociedades Bı́blicas Unidas.

Alford, H. (1976). Alford’s Greek Testament: an exegetical and critical commentary. Guardian Press.

Dessain, C. S. (1953). The Acts of the Apostles. En B. Orchard & E. F. Sutcliffe (Eds.), A Catholic Commentary on Holy Scripture. Thomas Nelson.

John Chrysostom. (1889). Homilies of St. John Chrysostom, Archbishop of Constantinople, on the Acts of the Apostles. En P. Schaff (Ed.), & J. Walker, J. Sheppard, H. Browne, & G. B. Stevens (Trads.), Saint Chrysostom: Homilies on the Acts of the Apostles and the Epistle to the Romans (Vol. 11). Christian Literature Company.

MacEvilly, J. (1899). An Exposition of the Acts of the Apostles. M. H. Gill & Son; Benziger Brothers.

Douglas, J. D., & Tenney, M. C. (2011). DON DE LENGUAS. En J. Bartley & R. O. Zorzoli (Eds.), & R. J. Ericson, A. Eustache Vilaire, N. B. de Gaydou, E. Lee de Gutiérrez, E. O. Morales, O. D. Nuesch, A. Olmedo, & J. de Smith (Trads.), Diccionario biblico Mundo Hispano (Novena edición, pp. 236-237). Editorial Mundo Hispano.

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Purkiser W. T. (2009). DON DE LENGUAS. En R. S. Taylor, J. K. Grider, W. H. Taylor, & E. R. Conzález (Eds.), & E. Aparicio, J. Pacheco, & C. Sarmiento (Trads.), Diccionario Teológico Beacon. Casa Nazarena de Publicaciones.

Alfonso I. Martínez

Estudiado en TMAI, maestro dominical y escritor académico y de ocio, Poncho decidió fundar el ministerio de "Teología Para Todos" como una apertura e introducción de la teología académica para la comunidad laica de habla hispana, sosteniendo que ésta es esencial para el cristiano que desea conocer a Dios. Se dice discípulo de John Owen.

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