Teología Para Todos

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De Lenguas, Arengas y Trabalenguas III: Cornelio.

Cornelio y el ‘bautismo del Espíritu Santo’.

Si algo ha llegado al núcleo mismo de las iglesias -sobre todo de corrientes pentecostales y carismáticas- es la equiparación de las expresiones don de lenguas con el bautismo del Espíritu Santo. A tal grado ha llegado la práctica, que muchas veces se llega a enseñar que un creyente no tiene al Espíritu Santo hasta que son bautizados en agua e impuestas las manos para recibir al Espíritu y, como evidencia de esto, deberán orar en lenguas. Es decepcionante el sumamente alto número de decepciones y falsas manifestaciones de glosolalia -recordando el término, es la expresión verbal en un idioma o lenguaje no-humano- que esto ha generado. Hoy, aunque de forma breve -y como un anexo a nuestro artículo anterior sobre Pentecostés- estudiemos el caso.

“Osea sí, pero no”.

Muchos asocian la venida del Espíritu Santo en casa de Cornelio como un evento totalmente aislado de Pentecostés. Y, aunque muchos podrían argumentar que San Pedro mismo da cuenta de que no fue así  sino que, fue el mismo don (Hch. 11:15, 17), podemos valernos de algo especial que tiene este pasaje para estudiar el particular concepto del bautismo del Espíritu Santo.

El pasaje del bautismo con el Espíritu de los gentiles en casa de Cornelio (Hch. 10:44-48) halla su única controversia en la teología en que, la señal que se presento del derramamiento del Espíritu Santo es «hablar en lenguas» (lit. λαλούντων γλώσσαις) y se da antes del bautismo en agua pero después de la fe en Cristo (Hch. 10:37-38), proponiendo así que el Espíritu Santo es una segunda unción o un bautismo especial que Dios dispone a los creyentes después de cierto tiempo en la fe, cuya señal definitiva es el don de lenguas. Ahora, resolvamos rápidamente el tema de las lenguas para después hablar del tema del derramemiento y del bautismo.

En casa de Cornelio ¿hubo xenoglosia o glosolalia?

El texto griego reza «ἤκουον γὰρ αὐτῶν λαλούντων γλώσσαις καὶ μεγαλυνόντων τὸν θεόν. τότε ἀπεκρίθη Πέτρος·» (Hch. 10:46) cuya traducción literal puede ser ‘escucharon, pues, [que] hablaban lenguas y  exaltaban a Dios. Entonces, dijo Pedro…’. El núcleo de la controversia del texto se halla en «λαλούντων γλώσσαις» (lit. hablaban lenguas), donde el aspecto dativo de «γλώσσαις» puede ser instrumental, de modo que ‘hablaban lenguas’ puede traducirse también como ‘hablaban [con/mediante] lenguas’ (Holmes, 2011–2013; Aland et al., 2012). Así, el texto se traduciría ‘hablaban [con] lenguas y exaltaban a Dios’, de modo que sus alabanzas a Dios eran en otra lengua, pero eran distinguibles -si no, ¿cómo podría el autor distinguirlas?-. Del mismo modo, los judíos que venían con San Pedro (Hch. 10:45) reconocieron las lenguas como algo que el Espíritu dio «καὶ ἐπὶ τὰ ἔθνη» (lit. también a las etnias/gentiles). Es decir, ellos eran judíos que venían de Jope y que habían creído (Hch. 10:23 cp. Hch. 9:41-42) ahora estaban viendo que los dones y milagros no solo se manifestaban entre los judíos, sino en todas las naciones, justo como en Pentecostés (Hch. 2:8-11). El evento de Cornelio también fue xenoglosia -lenguas humanas-.

El derramamiento del Espíritu Santo.

La expresión derramar (lit. ἐκχέω) puede ser interpretada como provocar una experiencia completa (Swanson, 1997; Ro. 5:5), como inspiración extática y renovación interior (Kittel, Friedrich & Bromiley, 2002; Ez. 39:29 (LXX) cp. Hch. 2:17) o ser vertido sin restricción (Brannan, 2020; Tit. 3:6). La idea, podemos concluir, es efectivamente una experiencia que conlleva las tres definiciones. Los gentiles experimentaron completamente al Espíritu Santo (Hch. 10:44), resultado de la renovación interior que Él hace en quienes habita (Hch. 10:46 cp. Jn. 16:8-9) y esto fue sin restricción alguna (Hch. 10:47). En otras palabras, la idea detrás de la expresión «ha sido derramado» (lit. ἐκκέχυται) no es otra sino reforzar la idea de la extensión del don del Espíritu Santo. Esto es, demostrar que el Espíritu Santo no vino solo a los judíos, sino que la salvación sería tanto recibida como administrada -entiéndase predicada o anunciada- por los gentiles igualmente (Hch. 11:1, 17-18, 20-21, 26 cp. Hch. 13:1).

Así, queda demostrado que no hay nada especial en términos metafísicos con que unos tengan al Espíritu Santo y que otros aseguren que recibieron el derramamiento del Espíritu Santo, son exactamente lo mismo. Y si alguien aún tiene dudas al respecto, una breve lectura de Efesios 4 nos ayudará a todos: ‘hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como también ustedes fueron llamados en una misma esperanza de su vocación’ (Ef. 4:4). Si hay alguna comparación válida para esos hombres que desean distinguirse como aquellos sobre los que vino un derramamiento especial, puede ser la de aquellos judíos que, tratando de tener atención y hacer negocios, realizaban exorcismos «en el Nombre de Jesús a quien Pablo predica» (Hch. 19:11, 13).

Espera, ¿cuántos bautismos hay?

Ahora entonces, ¿qué es todo esto del bautismo del Espíritu Santo? Bien, este concepto teológico es debatido por dos eventos más en Hechos aparte del ocurrido en casa de Cornelio. Refiérome a los creyentes de Samaria (Hch. 8:16-17) y a los creyentes de Éfeso (Hch. 19:2, 5-6). Y, ¡claro que es controversial! ¿Cómo es posible que ellos hayan recibido al Espíritu Santo después de haber creído en Cristo? ¿No contradice esto toda la teología que hemos escuchado del Espíritu Santo haciendo toda la obra de convicción, comprensión y conversión? La realidad es que no, no lo contradice en lo absoluto.

En teología tenemos dos conceptos para poder explicar con mayor precisión lo que sucede en todo el libro de los Hechos. Estos son ordo salutis -término latino para describir el ‘orden de la salvación’- e historia salutis -es decir, el latín de ‘historia de la salvación’-. Aunque muy relacionados, uno explica cómo es que Dios salva al hombre -ordo salutis- mientras que otro explica como Dios hizo posible esta salvación a través del tiempo -historia salutis-. Al hablar de los casos de Samaria y Éfeso, Dios permitió un segundo Pentecostés (Huffman & Hausherr, 2016) para que el Espíritu Santo comenzara su obra entre los creyentes. En otras palabras, ellos creyeron en Cristo por medio del Espíritu Santo -ordo salutis- pero se manifestó externamente más adelante como evidencia de su conversión -historia salutis-.

Veamos esto en las Escrituras. San Pablo expone en varias epístolas que el Espíritu Santo es requerido para la conversión y anterior a esta (Ro. 8:9; 1 Co. 12:13; Gal. 3:2-3; 4:6; Ef. 1:13-14), siendo esto eco de las perfectas palabras del Señor Jesucristo mismo ‘Jesús respondió: «el que no nace… del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios»’ (Jn. 3:3, 5). Aunque San Pedro expone un orden alterno -primero la fe, luego el Espíritu-, mantiene la relación inmediata de la una y la otra (Hch. 2:38), de modo que ambas son tratadas como un mismo evento. El teólogo anglicano J. I. Packer lo describe de este modo:

Es evidente que los discípulos de Jesús eran creyentes nacidos del Espíritu antes de Pentecostés; por tanto, su bautismo en el Espíritu, que llevó poder a su vida y ministerio (Hechos 1:8) no fue el comienzo de su experiencia espiritual. En cambio, para todos cuantos han llegado a la fe desde la mañana de Pentecostés, comenzando con los mismos que se convirtieron en aquel día, el hecho de recibir al Espíritu en la plenitud de bendición del nuevo pacto ha sido uno de los aspectos de su conversión y nuevo nacimiento (Hechos 2:37; Romanos 8:9; 1 Corintios 12:13). Todas las capacidades para servir que aparecen posteriormente en la vida de un Cristiano deberían ser consideradas como algo que fluye desde este bautismo inicial en el Espíritu, que une de manera vital al pecador con el Cristo resucitado. (Packer, 1998).

Realmente la interpretación de que hay un segundo derramamiento como un acto de ‘gracia adicional’ es una doctrina que se popularizó y, podríamos decir, se canonizó bajo la influencia de los movimientos carismáticos del siglo pasado, especialmente por las campañas de las denominaciones pentecostales que abrazaron, entre otras enseñanzas, la pneumatología de los metodistas liberales de finales del s. XVIII (Calhoun, 2018).

Así, retomando una de las definiciones propuestas por Calhoun (2018), el bautismo del Espíritu es sinónimo del Espíritu que viene a morar en una persona en el momento de la conversión. Los dones, que algunos entienden como derramamientos o segundos bautismos, realmente es el Espíritu ya habitando, pero habilitando en el creyente dones para la edificación de la iglesia. 1 Corintios 12:13 resume perfectamente todo lo que hemos estudiado hoy, pues ‘por [medio de, y en] un mismo Espíritu todos fuimos bautizados’ de modo que todos, judíos y gentiles, compartimos igualmente (Gal. 3:28).

Concluimos, entonces, que el bautismo del Espíritu Santo no es hablar en lenguas, ni un segundo derramamiento de la gracia divina, sino el mayor precursor, agente activo y fiel esperanza de todo creyente, el Guía de nuestra salvación, el Pastor de nuestro andar en este mundo, el Sello de nuestra salvación, el Dios Espíritu.

A Dios sea la Gloria.

Recapitulación.

  • Romanos 8:26 - El don de lenguas no está presente en este texto. La referencia hecha sobre orar en el Espíritu apunta a algo más profundo, siendo esto el que Él mismo intercede por nosotros -y junto a nosotros- delante del Padre.

  • Hechos 2:1-6 - El don de lenguas en Pentecostés es xenoglosia, esto es, la habilidad sobrenatural que el Espíritu le dio a los primeros cristianos para cumplir la Gran Comisión del Evangelio, predicándoles en su propia lengua materna. 

  • Hechos 10:44-48 - El don de lenguas no es equivalente ni prueba del bautismo del Espíritu Santo. El bautismo del Espíritu es un sinónimo teológico de la salvación de todos los creyentes, dado de forma plena y universal en la fe, mientras que el don de lenguas es una expresión de gracia con la que el Espíritu capacita a ciertos hombres, mas no a todos.

Fuentes de Consulta.

Louw, J. P., & Nida, E. A. (1996). Greek-English lexicon of the New Testament: based on semantic domains (electronic ed. of the 2nd edition.). United Bible Societies.

Holmes, M. W. (2011–2013). The Greek New Testament: SBL Edition. Lexham Press; Society of Biblical Literature.

Tischendorf, C. von, Gregory, C. R., & Abbot, E., eds. (1869–1894). Novum Testamentum graece. Giesecke & Devrient.

Aland, K., Aland, B., Karavidopoulos, J., Martini, C. M., & Metzger, B. M. (2012). Novum Testamentum Graece (28th Edition). Deutsche Bibelgesellschaft.

Swanson, J. (1997). En Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo testamento) (Edición electrónica.). Logos Bible Software.

Kittel, G., Friedrich, G., & Bromiley, G. W. (2002). En Compendio del diccionario teológico del Nuevo Testamento. Libros Desafío.

Brannan, R., ed. (2020). En Léxico Lexham del Nuevo Testamento Griego. Lexham Press.

Calhoun, S. (2018). El bautismo del Espíritu Santo. En M. Ward, J. Parks, B. Ellis, & T. Hains (Eds.), Sumario Teológico Lexham. Lexham Press.

Huffman, D. S., & Hausherr, J. N. (2016). Baptism of the Spirit. En J. D. Barry, D. Bomar, D. R. Brown, R. Klippenstein, D. Mangum, C. Sinclair Wolcott, L. Wentz, E. Ritzema, & W. Widder (Eds.), The Lexham Bible Dictionary. Lexham Press.

Packer, J. I. (1998). Teologı́a concisa: Una guı́a a las creencias del Cristianismo histórico. Editorial Unilit.