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¿Debería un cristiano elegir a sus propios jueces?

Mexico no deja de sorprenderme como país. Sin duda, con el ambiente político que vivimos en el mundo done términos como “extrema derecha / imperialista” y “extrema izquierda / comunista” parecen ser las únicas dos ideologías y, sumados a la influencia mediática -la influencia en nuestra opinión personal que ejercen los programas, noticiarios y periódicos que consumimos- la opinión popular se convierte en un juez que nadie votó, pero que todos tenemos en los oídos.

En un par de días -escribo esto en agosto de 2024- comenzará una jornada sin precedentes donde, entre otras cosas, se sancionará si los ciudadanos podremos elegir democráticamente a nuestros jueces y magistrados, algo que no sucede en ningún otro país del planeta como se plantea -con asteriscos-, y que ha despertado el gigante de las opiniones, tanto a favor o en contra, pero que se acompañan de insultos, comentarios irónicos y desafortunados argumentos que terminan por fracturar la unidad que somos llamados a practicar (Ef. 4:2-3).

Prueba de lo anterior es que medios opositores no han cesado de advertirnos del fracaso de éste sistema democrático al magistrado en Bolivia, ‘el único país en el mundo’ con dicho sistema y que recientemente atravesó por un -controversial- intento de golpe de Estado. No obstante, olvidan que en Suiza el magistrado local es totalmente popular, en Japón se practican referéndums a nivel nacional para aprobar o destituir a los jueces puestos por el gobierno, en las Islas Marianas los jueces pueden solicitar una extensión a su periodo por medio del voto popular y, los Estados Unidos, nada más y nada menos, escogen a algunos de sus magistrados estatales y de condado por medio del voto popular, ya sea para institución o renovación de periodo; todo lo anterior sumado a que, en todo Europa -prácticamente-, el ingreso al poder judicial no es simplemente por título y/o comisión, sino que hay una serie de exámenes intermedios que van discriminando a los candidatos más aptos para el puesto, algo que también se persigue con la reforma. 

Asimismo, los defensores del gobierno predican a diestra y siniestra que el sistema judicial del país ha sido corrompido por el nepotismo, la avaricia y la ambición desmedida de algunos que, según autores, podrían rastrear sus lineas sanguíneas hasta los mismos terratenientes durante el Porfiriato, prácticamente hijos del poder autoritario en México. Claro está, dejando a un lado que es ese mismo sistema judicial el que ha velado por la institucionalidad y la legitimidad del gobierno que ahora parece darles la espalda, ¡aún más! Hay quienes argumentan, correctamente, que no se requiere democratizar el sistema completo para poder limpiarlo de la corrupción que, argumentan, tiene. Basta revisar casos en los países de Europa oriental -los exsoviéticos- para comprobar que un sistema judicial sólido no necesariamente debe ser popular-democrático sino, sencillamente, constantemente auditado por los otros dos poderes.

Así pues, me gustaría tomar un par de párrafos para analizar, no desde el punto de vista político -eso se lo dejaré a los expertos politólogos de Twitter… léase con sarcasmo- sino moral y bíblico, la importancia que sí tiene esta reforma en nuestro país y, de paso, considerar si realmente es correcto que un cristiano vote por sus propios jueces y magistrados, en caso de que esto sea realidad en nuestra nación. Como se hace siempre que tocamos un tema de política, adelanto que Teología para Todos no tiene ninguna postura al respecto, sea a favor o en contra, de la presente propuesta de reforma y, todos los comentarios que se presenten sobre lo mismo, deberán entenderse en el contexto de lo mencionado, a fin de no concluir -erróneamente- sesgo. Dicho esto, ¿deberíamos escoger a nuestros jueces y magistrados? 

Siempre hay alguien escogiendo, Dios.

Sé que repitiendo estas palabras parezco disco rayado. Sin embargo, creo que un repaso más a la Soberanía de Dios jamás estará como extra en nuestro caminar en la teología cristiana. ¡Dios es Soberano! Éste “sencillo pero complejo” concepto es muy, muy amplio para nuestras mentes humanas. Como cristianos, estamos acostumbrados a recitarlo y rezarlo una y otra vez: “Dios es Soberano / Dios está en control”. No obstante, olvidamos todas las implicaciones que esto conlleva.

Dios es Soberano. El Dr. Robert Charles Sproul presentaba la idea de la soberanía de Dios bajo una condicional cierta, pero muy controversial, argumentando que todo el curso de la historia, con sus altas y bajas, con sus claroscuros y sus paradojas, ha sido permitido y, subsecuentemente, aprobado por Dios. Él decía que, si al menos una molécula en el universo puede, por su propia voluntad y fuerza, no hacer lo que Dios ordena, entonces Dios no puede ser Soberano, y si Dios no es soberano, entonces Dios no puede ser Dios -yo lo dije al principio, el hombre era controversial-.

El párrafo anterior, aunque controversial, es cierto. Dios fue quien decidió crear el mundo (Gn. 1:1) junto al hombre (v. 26) y, a pesar de lo controversial que pueda sonar, es Dios mismo quien decide permitir la entrada del pecado en el mundo (Gn. 3:1 cp. Ef. 1:4-5; Ro. 6:20-21). Sin duda, es Dios quien igualmente decide salvar a los hombres (Ef. 2:4-5 cp. Gn. 3:15; 6:8). Esto, definitivamente incluye la elección de nuestros representantes, donde Dios es quien les concede temporalmente la espada para gobernar (Ro. 13:4) y, nuestra rebeldía y desaprobación como cristianos -sobre todo cuando nos lleva a ser peyorativos, insultar y maldecir a nuestras autoridades civiles- es una directa oposición a Dios (Ro. 13:2 cp. Ro. 9:20-21).

Trayendo esto al contexto de votar por nuestros ministros y jueces, debemos saber que, sea por un medio o otro, ¡realmente solo son eso! ¡medios! Es Dios quien determina quién toma el poder -el mallete, en este caso- por el sencillo hecho de que es Su Poder siendo parcialmente delegado a los civiles (Ro. 13:1 cp. Dn. 4:35). Si ha sido la Voluntad del Dios Altísimo que ahora haya una boleta electoral para escoger a los jueces y magistrados en nuestro país, ¡pues así ha de ser! Puede que no estemos de acuerdo, pero nuestra labor no es llamar a las armas a las masas, sino a la buena conciencia, la sumisión y la oración para que el gobierno ratifique sus buenas decisiones y se retracte de las malas (Ro. 13:5; 1 Ti. 2:1-2).

Como nota adicional -y quizás de consuelo para los que hoy se oponen a la corriente política que gobierna nuestro país-, debemos recordar que Dios, el verdadero Rey del Universo, que está sin duda alguna sobre el gobierno de México -y de las demás naciones del mundo-, no toma consejo ni espera aprobación de sus delegados (Sal. 33:10-11), ¡todo lo contrario! Son los gobernantes humanos los que deben temblar, sabiendo que su responsabilidad es representar el poder civil del Creador delante de Su creación (Ro. 13:6). Quizás no coincidimos con el gobierno actual, pero es virtualmente imposible que neguemos la Mano Soberana de Dios en el hecho de que ellos estén allí (Pr. 16:33 cp. Est. 3:7; Jon. 1:7). En lugar de echarles tierra y desearles el mal, ¿por qué no oramos por su arrepentimiento? ¿no es, acaso, lo que nuestro Dios quiere de nosotros (1 Ti. 2:3-4)? 

El problema no es quién elige, sino el elegido.

Los defensores de la actual reforma judicial, como lo discutimos ya, promueven que los jueces están corruptos, junto con el sistema que controlan, por lo que la democratización es vital para limpiar al tercer poder. Si bien, coincido totalmente con lo primero, debo guardar mis tenores con lo segundo y, ¡no se me malentienda! Lo anterior no es para presentar una postura a favor o en contra de la reforma, sino para recordar que el problema no está en la elección, sino en el elegido.

Dios es Justo. Y, la Justicia de Dios de hecho puede dividirse en -o ‘analizarse como’- varios aspectos como relativa -es decir, su rectitud en sí mismo y por sí mismo-, absoluta -en comparación a la no-justicia relativa de todos los demás seres en el universo-, rectora -dicta todas las leyes naturales y morales del universo, las cuales son buenas todas- y distributiva -Dios remunera en Amor y retribuye en Ira-. Si Dios no tuviese esta virtud intrínseca, entonces nunca pudiese haber visto a la creación -Su creación, por cierto- y juzgarla como buena (Gn. 1:31).

Desarrollando lo anterior, es sumamente necesario detenernos a notar que el hombre y el árbol del conocimiento del bien y del mal, los actores en el pecado original, fueron juzgados como buenos (Gn. 1:12, 27, 31; 2:9). Algún lector rápido podrá decir “¡Hey! Y la serpiente ¿no es actora en el pecado original?”. La serpiente es la fuente, por lo tanto, es origen y motivación del pecado, pero no hizo la acción (Gn. 3:1, 6). En otras palabras, el problema verdadero en tanto a la justicia se refiere es el corazón del hombre el cual, desde aquél momento, tiene conocimiento de lo que es bueno y lo que es malo (Gn. 3:7), pero también tiene un profundo sentido por la justificación y la evasión de la justicia que ahora conoce (Gn. 3:10, 12-13).

Si avanzamos en el tiempo, cuando el hombre comenzó a tener más responsabilidades el sentido no murió; todo lo contrario, corrió como la sangre de Abel (Gn. 4:8-9, 19 cp. Gn. 6:3, 5-6). Y la razón es sencilla. No es que Dios quisiera que el hombre gobernara la creación en ignorancia -o inocencia, como algunos lo llaman-, sino en obediencia, ¿u olvidamos que sojuzgar la tierra era/es un mandato divino? (Gn. 1:28). A pesar de esto, los sistemas de gobierno que el hombre se hizo mostraron las consecuencias putrefactas que un simple mordisco pudo ocasionar.

Israel vivió un periodo particular de su historia donde, en lugar de ser gobernados por patriarcas -como en las tribus, hasta Moisés y Josué- o por reyes -como Saúl y David- fue gobernado por jueces (Ex. 18:13-26 cp. Jue. 2:16). ¡Obsérvese que Dios puso a esos jueces! ¿Cuál sería el problema entonces? Que los hombres pecadores, sin importar el método de elección, jamás estarán a la altura del llamado divino a la autoridad civil. Como prueba leemos sobre estos jueces que, si bien fueron libertadores, no pudieron consolidar la justicia como una realidad social permanente, sino que siempre se volvía a la apostasía (Jue. 3:7, 12, 31, 4:1; 6:1; 10:6; 13:1) al punto de que era común la idolatría (Jue. 17:4-5; 18:30), el fraude y la apropiación ilegal de propiedades (Jue. 18:1), tráfico de influencias y corrupción religiosa (Jue. 18:19-20), adulterio y perversiones sexuales (Jue. 19:2, 22) y maltrato (Jue. 19:24, 27-28). No hay duda de por qué el libro insiste en que, aún habiendo jueces ‘cada uno hacía lo que le parecía bien ante sus propios ojos’ (Jue. 21:25).

Como si toda la corrupción que pudimos leer no fuese suficiente, las voces de los profetas deberían terminar por convencernos de la terrible idea es, no el cómo llegan los jueces al magistrado, sino cuáles. Como juez principal sobre Israel, el rey inicialmente era la figura principal de injusticia (1 Re. 21:1-13; 2 Re. 21:16; Jer. 36:26), de quien desprendían sus delegados, objeto de las acusaciones de los profetas (Is. 1:23; 5:23; 10:1; Am. 5:12; 6:12; Miq. 3:11; 7:3).

¿Realmente la justicia humana… es justa?

Amados hermanos, la realidad es que, basados en lo que estudiamos, por más términos jurídicos y legales le quieran dar al órgano que reformarán en nuestro país, el hombre nunca podrá servir justicia. Los hombres somos seres corruptos, sedientos de sangre y venganza; quien no me crea, que lea su Biblia y me diga quién -o quiénes- causan los problemas en el mundo desde Génesis 3:6. El país puede reformarse para modificar sus métodos al momento de ejercer el derecho, pero la justicia siempre ha sido, es y será exclusivamente un privilegio divino (Sal. 75:7; Is. 33:22; Stg. 4:12).

¿Qué podemos hacer como cristianos? ¡Lo que dice la Biblia! En lugar de confiarle la justicia a aquellos que no pueden juzgarse a sí mismos (1 Co. 4:6), hay que ser ejemplo de verdadera justicia (1 Co. 6:2-3), que no es otra cosa que soportarnos unos a otros en Amor y Unidad (Ef. 4:1-6; Col. 3:12-13), sabiendo que con el Espíritu Santo viene la sabiduría para no solo distinguir entre lo bueno y lo malo, sino la sabiduría para juzgarlo justamente (1 Co. 4:5-6).

Al final del día, amados hermanos, puede que la reforma proceda y votemos por los jueces y magistrados que se propongan; puede que la reforma no proceda y el gobierno ponga los jueces y magistrados que ellos propongan. Como lo vimos hoy, ¡Dios está en control de ello! Nuestra labor no es oponernos -o lo que es peor, insultarlos- por asuntos triviales como lo es el derecho en la tierra, sino enfocarnos en la Justicia del Reino de los Cielos, recordando que nuestro Juez Verdadero, el Único al que debemos acudir por justicia, está en los cielos (Col. 3:1-2).

… Oh! Y por si no fui obvio, ¡oren por los jueces en este país! Sea que los escojamos democráticamente o no, la elección que importa no es la de su puesto en el poder judicial, sino la elección divina para incluirlos en la Familia de Cristo (Mt. 4:17), que Dios mueva sus corazones y los traiga al arrepentimiento, a la Justicia que hay solo en Cristo (Ro. 5:1).

A Dios sea la Gloria. 

Fuentes de Consulta.

  • Judicial Selection | Judiciaries worldwide. (n.d.). https://judiciariesworldwide.fjc.gov/judicial-selection

  • Douglas, J. D., & Tenney, M. C. (2011). SOBERANIA DE DIOS. En J. Bartley & R. O. Zorzoli (Eds.), & R. J. Ericson, A. Eustache Vilaire, N. B. de Gaydou, E. Lee de Gutiérrez, E. O. Morales, O. D. Nuesch, A. Olmedo, & J. de Smith (Trads.), Diccionario biblico Mundo Hispano (Novena edición, pp. 694-695). Editorial Mundo Hispano.

  • Talbert, L. (2018). Soberanía de Dios sobre la creación. En M. Ward, J. Parks, B. Ellis, & T. Hains (Eds.), Sumario Teológico Lexham. Lexham Press.

  • Goddard, B. L. (2006). JUSTICIA. En E. F. Harrison, G. W. Bromiley, & C. F. H. Henry (Eds.), Diccionario de Teología. Libros Desafío.

  • Oswalt, J. N. (2014). JUSTICIA Y VIRTUD. En B. T. Arnold & H. G. M. Williamson (Eds.), & R. Gómez Pons (Trad.), Diccionario del Antiguo Testamento: Históricos (pp. 752-755). Editorial CLIE.

  • Satterthwaite, P. E. (2014). JUECES. En B. T. Arnold & H. G. M. Williamson (Eds.), & R. Gómez Pons (Trad.), Diccionario del Antiguo Testamento: Históricos (pp. 724-736). Editorial CLIE.

  • Douglas, J. D., & Tenney, M. C. (2011). JUECES, LIBRO DE. En J. Bartley & R. O. Zorzoli (Eds.), & R. J. Ericson, A. Eustache Vilaire, N. B. de Gaydou, E. Lee de Gutiérrez, E. O. Morales, O. D. Nuesch, A. Olmedo, & J. de Smith (Trads.), Diccionario biblico Mundo Hispano (Novena edición, pp. 429-430). Editorial Mundo Hispano.