Desobediencia Civil I
Bajemos un momento las antorchas y las piedras.
La madrugada del 26 de abril de este año, el Senado de la República Mexicana aprobó un dictamen que se encuentra en turno para ser publicado en el Diario Oficial de la Federación, a fin de entrar en vigor cuanto antes. Este tiene como objeto censurar y penar la discriminación por orientación sexual, específicamente cuando una persona transgénero -hombres biológicos que se identifican como mujeres y viceversa- sea forzada a curarse.
El dictamen aprobado (LXV/3SPO-139-3405/142314), supone que “la discriminación [a los grupos LGBTI] se debe a su orientación sexual o identidad de género… [l]os cuales, pueden tener su origen en causas… religiosas… pues en ocasiones la heterosexualidad es concebida como algo ‘normal’, lo que provoca el rechazo social… Muchas personas de la comunidad LGBTTTI son obligadas a soportar sermones… con el objetivo de reorientar su preferencia sexual” (pp. 12-13/53) y así propone “castigar con prisión de dos a seis años y multa de mil a dos mil veces el valor diario de la Unidad de Medida y Actualización [es decir, hasta doce mil dólares] a quien realice, imparta… cualquier tipo de tratamiento, terapia, servicio o práctica que obstaculice, restrinja, impida, menoscabe, anule o suprima la orientación sexual, identidad o expresión de género de una persona… las sanciones señaladas… se aumentarán al doble de la que corresponda, cuando la persona autora… emplee violencia física, psicológica o moral en contra de la víctima” (pp. 20, 23-24/53).
Lamentablemente, muchas personas que tanto el gobierno como medios identifican como «bloque opositor» han respondido a este dictamen (que se viralizó en las últimas semanas) con críticas abiertas, insultos y hasta maldiciones al presidente de México, el partido en el gobierno y los integrantes del grupo LBGTI+. Lo verdaderamente escandaloso de esto, es que gran parte de estos hombres y mujeres argumentan profesar la fe cristiana, lo que contradice directamente el mandato divino de hablar «siempre con gracia» (Col. 4:6). La respuesta de los atacados, naturalmente, ha sido cuestionar la integridad de los primeros, apelando a que profesamos pero no practicamos el “amor al prójimo”, dejando así en ridículo a la comunidad de creyentes. Y, sorprendentemente, tienen razón. Por un lado profesamos creer y compartir el Amor de Dios en la iglesia, pero por otro lado, insultamos y nos burlamos de los encargados de nuestro gobierno, los llamamos «buenos para nada» y aún les deseamos algún mal, sea a ellos directamente o a sus proyectos y programas.
Ahora hermanos, quiero aclarar. En Teología Para Todos NO estamos a favor de la decisión tomada por el Senado. Creemos que hay un límite entre lo que las autoridades civiles pueden regular y lo que no pueden regular, y lamentablemente, con esto cruzaron nuestra libertad de conciencia y están ahora legislando en un ámbito que no les corresponde, tomando el papel ilegítimo de autoridad moral que sólo puede ocupar Dios (1 Co. 2:14-16). Bajo este principio, creemos fielmente que el dictamen aprobado orilla a la iglesia de apelar a la desobediencia civil en favor de la Ley de Dios, pero sin lugar a dudas no le da derecho a despreciar, desconocer o faltar el respeto al gobierno bajo el que se encuentra (Ro. 13:7).
Siendo así, todo esto nos debe hacer reflexionar un poco sobre el actual gobierno, los partidos políticos, y las posturas que lamentablemente tomamos con frecuencia para hacer referencia, critica o incluso burla a ellos, y esto no recientemente, sino desde hace años ya, sea con el gobierno actual, los anteriores o los que pretenden gobernar en el futuro. Es nuestro deseo, entonces, presentar tres principios claves que nos ayudarán a mostrar un carácter cristiano frente a la postura que están tomando los gobierno progresista-humanistas que, en términos democráticos, nos representan. Si deseamos que ellos cambien hacia una actitud moralmente correcta, bíblica y sana, nosotros debemos seguir estos principios cabalmente y en orden.
Debemos respetar a todas nuestras autoridades.
Es muy común que en México califiquemos «esto» o «aquello» a los políticos, más a aquellos que portan el poder en el momento en que los citamos. Ladrones, asquerosos, mentirosos, corruptos y demás peyorativos -muchos peores he escuchado- para referirse a ellos son nuestra jerga vulgar para invocarlos y aún mofarnos de ellos. Sin embargo, esto no solo presta una terrible imagen de nosotros como ciudadanos, sino que también ensucia nuestro testimonio como cristianos delante de los incrédulos.
Fuimos llamados a ser ejemplo delante de los creyentes e incrédulos en nuestras palabras y acciones, a fin de dar imagen de quién es nuestro Señor, irreprensibles e intachables (1 Ti. 4:12 cp. Fil. 2:14-16, 1 Pe. 2:21-22) y nuestro comportamiento exige respeto a nuestras autoridades civiles, sin importar nuestras preferencias políticas. De otro modo, ¿cómo esperamos nosotros ser un ejemplo y pilar para ellos de lo que es correcto? ¿cómo puede un cristiano influir en la sociedad que insulta? Veamos ejemplos de hombres que fueron ejemplo gracias a su respeto por las autoridades civiles, hayan estado de acuerdo con ellos o no.
Daniel.
Daniel es un ejemplo intenso de sujeción y respeto a sus autoridades. Si bien, muchos recuerdan este libro por causa de la desobediencia civil de Daniel (Dn. 6:10) o la de sus tres amigos (Dn. 3:12) -lo cual trataremos más adelante-, en ningún momento Daniel se mostró irrespetuoso de las autoridades a las que él se opuso. Por el contrario, desde el momento de su exilio, Daniel mantuvo una actitud sujeta a la voluntad de sus autoridades durante sus peticiones por abstenerse de las carnes de Babilonia (Dn. 1:8, 12-13), al exhortar al Rey Nabucodonosor a arrepentirse (Dn. 4:19, 27), al leer la escritura en la pared ante Belsasar (Dn. 5:17) y aún después de que el rey Darío lo dejó en una cueva con leones (Dn. 6:21-22).
Ahora bien, preguntémonos, ¿por qué el Espíritu Santo nos deja en las Escrituras un libro donde un solo profeta logró mover el corazón de cuatro reyes malvados e incrédulos? ¿no es esto suficiente indicador para que entendamos que nosotros debemos ser luz y consejeros para ellos, y no sus más aguerridos críticos y detractores?
Pablo.
El apóstol Pablo es una referencia indubitable por las palabras que dio a los romanos, “sométase toda persona a las autoridades que gobiernan. Porque no hay autoridad sino de Dios, y las que existen, por Dios son constituidas” (Ro. 13:1-4, énfasis añadido). Pero esto no solo debe ser visto a la letra, sino por su testimonio. Éstas palabras las escribió el mismo hombre que sufrió persecución del pueblo (Hch. 14:4-6, 19, 22; 21:30-36) y por parte de las autoridades civiles (Hch. 16:22-24) donde, en este particular caso, ¡Pablo le predicó al carcelero mismo, el hombre que lo tenía encerrado!
Por si fuera poco, durante su arresto en Jerusalén, Pablo se mostró respetuoso del pueblo que lo quería matar (Hch. 22:1), ante el concilio y el comandante Claudio que lo arrestó (Hch. 23:1), fue respetuoso con Félix (Hch. 24:10-11), ¡y aún con Festo, cuando apeló a ser enjuiciado por César, un hombre corrupto! (Hch. 25:10-12). En ninguna de estas circunstancias, Pablo se mostró contrario a una actitud mesurada, prudente y respetuosa a sus autoridades, hayan sido religiosas o políticas.
El Señor Jesucristo y ‘la zorra’.
Finalmente -y, claramente, no menos importante- nuestro Señor es el ejemplo de sumisión y respeto a nuestras autoridades. Si bien, la sumisión a Dios Padre es sencilla de entender (Mt. 3:15; Jn. 4:34), Jesús también se sometió a sus autoridades humanas y civiles, tanto que enseñó acerca del pago del impuesto al César (Mt. 22:20-21), Él mismo pagó sus impuestos religiosos aún cuando no tenía por qué hacerlo (Mt. 17:24-27). Y, aún al reprender a los escribas y fariseos los reconoció como maestros válidos de la cátedra mosaica (Mt. 23:2-3a), tanto que durante su juicio no se manifestó contra las injusticias que contra Él se mencionaban (Mt. 26:62-64; 27:11-14). Si Aquél a quien somos llamados a imitar no fue irrespetuoso a sus autoridades, ¿por qué nosotros habríamos de serlo?
“¡Pero, Poncho!” Podrían argumentar algunos, “¿no fue Jesús mismo quien se refirió a Herodes como una «zorra» en Lc. 13:32 (RVR60)?” Y la respuesta es ¡en efecto! Jesús llama a Herodes ‘zorro’ (ἀλώπεκι), pero debemos entender el contexto del texto mismo.
Primeramente, el marco del texto indica la predicación de Cristo en camino a Jerusalén (Lc. 13:33 cp. Lc. 19:28) y sus enseñanzas y fama habían despertado el enojo de Herodes (Mt. 14:1) aunque las Escrituras no parecen indicar que el tetrarca tuvo la diligencia de investigar más sobre el Señor en términos teológicos, salvo su expreso deseo de conocerlo (Lc. 9:7-9), que probablemente era una forma sutil de manifestar que querían matarlo (Lc. 13:31 cp. Lc. 11:45). El motivo para matar a Jesús era sencillo, el Señor acababa de enseñar que Herodes no tenía el poder sobre los hombres, sino solo Dios (Lc. 12:4-5, 11-12) ¡¿cómo no querer matar a un traidor a Roma?!
Bajo este contexto, unos fariseos se acercan a Jesús para que no vaya hacia Jerusalén (probablemente como una trampa para matarlo afuera de la ciudad, cp. Lc. 11:45), a lo que nuestro Señor responde con las famosas palabras «vayan y díganle a esa zorra…». Ésta expresión, entonces, no es necesariamente un insulto -bajo el contexto histórico-, sino una descripción de alguien astuto y sumamente malvado (Swanson, 1997; García, 2016), algo que encaja perfecto con el carácter de Herodes (Lc. 23:8-11 cp. Ez. 13:4; Miq. 3:1-3; Sof. 3:3).
Dicho de otro modo, Jesús llamó malvado, astuto y/o perverso a Herodes, pero jamás como un insulto, sino como una conclusión de sus acciones. De lo contrario, Jesús se hubiese exhibido como cobarde insultando a Herodes en privado, pero callando delante de él en público (Lc. 23:9 cp. Mt. 27:12; Mr. 15:5).
Así, amados, debemos ser respetuosos a nuestras autoridades. Quizás ganó (o gane) el candidato que no era de nuestro agrado, pero eso no nos da derecho a dejar a nuestro Dios a un lado para ser un mal testimonio al ganador. ¡Debería darnos vergüenza referirnos con términos despectivos a nuestras autoridades! Ofenderlos a ellos es ofender la Soberanía y Providencia de Dios, pues Él los puso ahí (Dn. 2:20-21; Ro. 13:2)
Debemos orar por todas nuestras autoridades.
El texto por definición que hallamos en las Escrituras es 1 Ti. 2:2, donde se nos exhorta a orar por todos aquellos en autoridad. Muchas veces tomamos este texto de forma egoísta, orando por ellos para que nos vaya bien a nosotros y, no que sea algo malo, ¡Samuel mismo oró a Dios para que Saúl fuese un rey benévolo hacia sus súbditos y ellos fieles a Dios! (cp. 1 Sa. 12:13-14, 23-24). En su momento, Salomón, Ezequías y Josías pidieron intercesión por ellos como monarcas (2 Cr. 1:10; 32:20-22; 34:21) Pero, amados hermanos ¿no es la oración una herramienta más para la Gran Comisión (Mt. 28:19-20)? ¿no sería un logro para la Iglesia de Cristo que nuestro presidente o primer ministro comparta la fe que nosotros profesamos? De ser así, ¿por qué no pedir por sus almas y su salvación?
Como cualquier otro hombre, los políticos y mandatarios están necesitados del evangelio tanto como cualquiera de nosotros (Jn. 3:15). Aún más podemos argumentar que nuestras oraciones por ellos deben ser más fuertes, pues ellos no solo son cegados por sus pecados, sino por una capa aún más gruesa de ambición y avaricia en su hambre de poder y fama; ¿o acaso olvidamos al joven rico que a grandes voces llamaba a Jesús «bueno» para ser visto de los demás (Mt. 19:16)? ¿No llegó con la frente en alto y se fue con el rostro en tierra por su codicia (Mt. 19:22)? Citando a nuestro Maestro “para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible” (v. 26). Oremos por nuestras autoridades, en lugar de insultarlas o criticarlas.
Debemos auditar a todas nuestras autoridades.
Ahora bien, todo lo anterior no significa que debamos seguir ciegamente sus políticas y decisiones. Jesucristo pagaba el impuesto del templo y las Escrituras parecen indicar que también pagaba el impuesto romano, pero jamás adoró a Apolo, al César o a ningún otro dios (Mt. 4:10). Juan no negó a su Señor a pesar de que Roma lo quería obligar, orillándolo hasta el exilio (Jn. 1:9), Timoteo estuvo en la cárcel por predicar fielmente a nuestro Maestro (He. 13:23) y Esteban conoció la muerte por no someterse a las leyes farisaicas contra la proclamación de Cristo como Dios Verdadero (Hch. 7:57-60). Aún en el Antiguo Testamento vemos a Rahab desobedeciendo al rey de Egipto para mantener con vida a los espías enviados por Josué (Jos. 2:4-5).
Es decir, en las Escrituras sí que hallamos algunos -por no decir, varios- casos donde se practica abiertamente la desobediencia civil. Sin embargo, todos comparten un común denominador: la Ley de Dios prevalece cuando la ley del hombre se le opone. Algunos ejemplos clave nos pueden orientar en cómo es que se debe ejercer éste recurso como cristianos, pues no se trata de apelar a éste cuando no me agrada algo del gobierno, sino cuando algo del gobierno no le agrada a Dios.
Las parteras de Israel.
«#AbortoLegalYa» era la política del rey de Egipto que se levantó varios años después de José (Ex. 1:8), sus ideales y políticas eran la esclavitud (Ex. 1:11) y el trabajo duro (v. 14). Cuando los israelitas crecieron a un número que suponía una revolución -de la cual, las Escrituras ni siquiera levantan sospechas, confirmando la sujeción-, los egipcios tuvieron la maravillosa idea de cometer genocidio, abortando a todos los jóvenes que nacieran de una generación (Ex. 1:15-16).
Sin lugar a dudas Dios nunca ha consentido la muerte del inocente (Gn. 22:12; Nu. 14:18 cp. Ro. 6:23a), por lo que dar muerte a los hijos de los israelitas sin motivo aparente era un acto barbárico y totalmente contrario a la ley de Dios (Ex. 20:13). De este modo, las parteras hebreas se propusieron obedecer la ley Dios sobre la ley del hombre y salvar a los bebes varones de ser abortados, sencillamente porque ellas temían a Dios (Ex. 1:17). ¿Les dio esto derecho a insultar, criticar o maldecir al Faraón? ¡Al contrario! Al razonar con Faraón se mostraron respetuosas de su autoridad (Ex. 1:18-19) tanto que Dios las bendijo (vv. 20-21). No cabe duda que algunos médicos harían bien en seguir éste ejemplo a la letra hoy, teniendo temor de Dios (Ex. 1:17).
Daniel y sus amigos.
Como lo habíamos prometido, los casos descritos en el libro de Daniel son muy particulares cuando de desobediencia civil se trata, no debido a las acciones de Sadrac, Mesac y Abed-Nego, finalmente ellos desobedecieron por que se rehusaron a adorar al hombre antes que a Dios (Dn. 3:17-18) guardando así el segundo mandamiento (Ex. 20:3); sin embargo, pareciera que Daniel es un caso excepcional al desobedecer un edicto que lo priva de practicar algo que, a primera vista, no parece un mandamiento divino.
Recordando la historia, Darío publica un decreto por consejo de sus sabios para que todos los habitantes de Media y Persia se abstuvieran de toda práctica religiosa y plegaria en un lapso de treinta días (Dn. 6:7-9). A primera vista, pareciera una medida que cualquier cristiano pudiese acatar sin problemas de conciencia.
Sin embargo, ¿acaso no nos ha dicho Dios que debemos buscarlo todos los días? (Sof. 2:3 cp. Lm. 3:25) ¡Aún más! Olvidamos que, aún si Daniel se abstenía de orar durante seis días, el sábado llegaría y, como lo ordena el Señor, debe consagrarse para Él (Ex. 20:9-10). Debemos recordar que Daniel estaba en el exilio, probablemente su cabeza daba vueltas en la oración del rey Salomón acerca del pueblo que suplica desde el exilio (2 Cr. 6:36-39), sumada a los deseos nacidos del corazón de David por buscar diariamente a Dios (Sal. 27:4; 63:1). La razón y la conciencia pueden, entonces, responder al planteamiento: David hubiese roto el primer mandamiento de haber obedecido a Darío: «Yo Soy tu Dios» (Ex. 20:2) y, así, podemos ver nuevamente que la ley de Dios está por encima de la ley del hombre. No cabe duda que algunas congregaciones hubiésemos hecho bien en seguir este ejemplo cuando cerraron nuestro lugar de adoración por dos años, pero dejaron abiertos bares, restaurantes y clínicas de aborto.
Pedro y Juan.
El ejemplo que más se acerca al caso detonador de este artículo lo hallamos en Hechos 5, donde Dios bendijo grandemente la predicación de Pedro y Juan en el templo (Hch. 5:12-14) a quienes las autoridades civiles y del templo ya habían ordenado no predicar a Jesucristo (Hch. 4:18) porque era un mensaje contrario a sus políticas, atentaba contra su ideología y les ofendía como judíos. Si bien, este caso de desobediencia civil a veces pasa por desapercibida por favorecer la que veremos a continuación, considero que es sumamente importante porque éste menciona algo que la siguiente no, «más y más creyentes en el Señor, multitud de hombres y de mujeres, se añadían constantemente al número de ellos» (Hch. 5:14, NBLA). Es decir, ¡Dios estaba bendiciendo su desobediencia! Pero no lo hacía por ser desobediencia mera, sino porque esa desobediencia era resultante de reconocer y poner la ley de Dios por encima de la ley del hombre.
El momento clave de esto fue cuando fueron encarcelados (Hch. 5:18) y, ¡al siguiente día estaban predicando de nuevo! (Hch. 5:21). Cualquiera de nosotros podríamos pensar “¡Vaya atrevimiento! ¿No pudieron ir a predicar a algún otro lado para no tener problemas? ¿por qué exponerse otra vez frente a sus opositores?”, lo cual fue exactamente la postura del sumo Sacerdote (Hch. 5:27-28), pero aún más potente resonó la respuesta de los apóstoles: «Debemos obedecer a Dios en vez de obedecer a los hombres» (Hch. 5:29). La postura de Pedro y Juan era sencilla: Cuando Dios habla, el pueblo debe escuchar, sin importar si le convenga al gobierno o no esto.
Hermanos, no cabe duda que la iglesia se encuentra en el momento de hacer bien en seguir este ejemplo y hablar lo que dicen las Escrituras, aún si la pena por hacerlo es la cárcel: La transexualidad es perversión delante de Dios (Gen. 5:2), así como toda orientación sexual ajena a la establecida por Dios (Lv. 18:22, 23), el trasvestismo es abominación a Dios (Dt. 22:5) y Dios los llama a arrepentirse y cambiar. Sí, puede que ellos hallan nacido así, pero es necesario que nazcan de nuevo (Jn. 3:3)
Aún en la oposición, el cristiano sabe amar al opositor.
Hermanos, definitivamente no voy a defender las decisiones del Gobierno, del Senado de la República (pues solo hubo cuatro votos en contra de ciento sesenta y ocho, ¡cuatro!) o de cualquier institución que vaya en contra de la Voluntad y Decretos del Señor, nuestro Dios. Sin embargo, sí que debemos meditar en lo catastrófico que es querer sacar la paja de su ojo, mientras la viga de críticas, insultos y burlas está en el nuestro (Mt. 7:3-4), más cuando son los incrédulos quienes señalan nuestra hipocresía. Debemos siempre tener presentes que sí somos guardas de la verdad, y debemos oponernos a todo aquello que se levante contra el conocimiento de Dios (2 Co. 10:5), pero también debemos andar sabiamente con los de afuera (Col. 4:5), siendo ejemplo, siendo luminares en el mundo, siendo «cristianos» (Hch. 4:13; 11:26).
Desde Teología Para Todos, afirmamos nuestra nula afiliación política. No escribimos esto por interés político o partidista, no afirmamos ni sostenemos candidatura alguna, ni tenemos intenciones de favorecer un partido político con nuestro artículo. Nuestro interés es Cristo, su Iglesia y que el mundo, de Él, escuche (1 Co. 2:2).
Amados, si después de todo esto, aún desean criticar abiertamente a nuestro gobierno, les ruego que recuerden que la Constitución nos da la libertad de expresión, pero el Espíritu Santo, la sabiduría para ejercerla.
A Dios sea la Gloria.
Fuentes de consulta.
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