Evita ser un pastor maquiavélico (P. M. II).
El fin justifica los medios… ser temido es mejor que ser amado. Así aconsejó Nicolas Maquiavelo al ‘gobernador’ en su famosa obra “El Principe”, dedicada al estadista y político italiano Lorenzo de Medici. Para muchos, la obra maestra para entender el gobierno, para otros, la clave para hacer gobierno.
Pero los pastores no somos príncipes, ni estamos llamados a enseñorearnos sobre los demás, ni tenemos un ministerio sin limites para cumplir nuestros objetivos. De hecho, no tenemos derecho a tener objetivos personales que requieran la utilización -entiéndase, como instrumento- del pueblo de Dios. Cristo destaca esto cuando habla con sus discípulos y les advierte «el que entre ustedes quiera llegar a ser grande, será su servidor, y el que entre ustedes quiera ser el primero, será su siervo; así como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar Su vida en rescate por muchos» (Mt. 20:26-28).
Para evitar ser un pastor maquiavélico -descrito breve pero sustancialmente por nuestro hermano Alfonso en el artículo anterior- debemos seguir algunos consejos prácticos y descansar en la ayuda poderosa de Dios, quien nos llamó a servirle y de quien dependemos en todo momento.
Recordando tu condición de oveja.
Antes que pastor, eres oveja (1 Co. 12:12). Y como oveja necesitas ser pastoreado por Cristo al igual que los demás (He. 3:13). No puedes descuidar por nada en el mundo tu tiempo de comunión e intimidad con Dios y Su Palabra. Procura leer todo lo que puedas de la Biblia y ten siempre a la mano una pluma para hacer anotaciones sobre todo lo que Dios esta trabajando contigo (2 Ti. 4:2). Que tus sermones sean primeramente para ti (2 Ti. 3:14-15). Deja que la Palabra de Dios te llene para que puedas dar de lo que tienes (2 Ti. 2:15).
Nadie puede dar lo que no tiene y nadie puede ser admirado por lo que no es. Tus ovejas son ovejas, y si quieres que sean buenas ovejas, debes estar más preocupado por ser una buena oveja, antes que por ser un buen ministro. Los buenos ministros son buenas ovejas (1 Co. 11:1). Busca a Dios con todo tu corazón, se vulnerable delante de Él, confiesa tus faltas, arrepiéntete de tus pecados, pide perdón, alábalo por su Gracia, llórale en secreto, deléitate en Su cuidado personal y luego sal a trabajar. Eres oveja, no lo olvides. Olvidarte de eso es olvidarte del rol de Cristo, el Buen Pastor, en tu vida (Sal. 23:1 cp. 1 Pe. 5:4).
Recordando que eres un miembro más del cuerpo con una función especial.
Cuando nacimos de nuevo no nacimos como ministros (1 Ti. 3:6). Fuimos hechos hijos de Dios como los demás y recibimos dones como todos los demás. Nuestro don de enseñanza y nuestro llamado ministerial no nos hace de otra especia distinta al resto de los cristianos (1 Co. 12:4, 13, 22-24). Somos miembros de un Cuerpo cuya cabeza es Cristo (Col. 1:18). Al ver a nuestros hermanos a quienes tenemos el privilegio de servir, debemos recordar que somos iguales en dignidad, iguales en cristianismo, iguales en la esperanza y que lo único distinto entre un congregante y el pastor es el trabajo que desempeñan en la congregación. Nuestro trabajo pastoral es honorable y debe ser respetado porque es un trabajo donde desempeñamos una función de liderazgo y enseñanza de la Palabra Santa de Dios. Pero recuerda siempre que los pastores no lo hacemos como entes privilegiados que tengan algún tipo de naturaleza distinta al resto (1 Co. 3:5, 7). Somos hermanos sirviendo con nuestros dones a nuestros hermanos. Cuando me preguntan a que iglesia asisto, yo digo; «Soy miembro de ‘Luz Admirable’», otros dirían «soy el pastor -o maestro-». Esto último es verdad, sin duda, pero nada es más auténtico y certero que mi membresía a la iglesia. Somos miembros los unos de los otros (Ro. 12:5).
Procurando un ministerio exegético.
Lo que El Príncipe de Maquiavelo fue para Lorenzo de Medici, la Biblia lo debe ser para los pastores. La exégesis bíblica significa extraer del texto el significado real del texto. Muchos ministerios introducen en la iglesia ideas que nada tienen que ver con el texto. Esto explica por qué el pastor no tiene derecho a perseguir ambiciones personales, ¡porque es cautivo de la Palabra de Dios y de lo que la Palabra enseña! (Gal. 1:6-8).
La Biblia dice claramente cuál es tu función pastoral y como debes cumplirla. No existe un hilo negro o secreto por descubrir para ser pastor. Necesitas estudiar las Escrituras y permitir que las Escrituras sean tu guía de liderazgo (2 Pe. 1:19-20). En las Escrituras están nuestras obligaciones pastorales, nuestros derechos y nuestros límites. No hagamos menos, no pidamos más ni vayamos más lejos de lo que permite la Biblia. Tienes que trabajar duro y estudiar mucho para encontrar el significado del texto y, cuando lo hayas encontrado, sométete a éste (2 Ti. 4:2).
No siendo un llanero solitario.
Pablo encargo a sus dos pastores amigos que establecieran pastores en cada ciudad (1 Ti. 1:3; Tit. 1:5). El plural esta presente. La iglesia local no debe ser gobernada por un solo hombre. Al principio es normal que sea así, pero ora para que, de entre tus hermanos, Dios llame, capacite y confirme a otros que te puedan acompañar en la labor ministerial (1 Ti. 3:7). Esto te protege contra el maquiavelismo. Que haya otro(s) pastor(es) que pueda(n) escucharte, corregirte, apoyarte y orar por ti es un regalo divino para tu ministerio (2 Ti. 4:11). No seas envidioso y avaro con la administración de la iglesia. La gente va a la iglesia para ser edificada por la Palabra de Dios administrada mediante hombres sabios y no para disfrutar del show de un solo hombre (Sal. 122:1). El compartir la función pastoral te protege del ego, la soberbia y el maquiavelismo. También te permite tener un colega y amigo con quien puedas descargar tus preocupaciones ministeriales y compartirlas. «¡Ay del solo!» dice la Biblia (Ec. 4:10). Estar solo no es mejor que estar acompañado. No cedas ante la idea de que tú trabajas mejor en soledad que acompañado. Si no permites que otras personas te acompañen en tu trabajo, podrías terminar siendo un pastor maquiavélico.
Cumpliendo con un ministerio sufrido.
Trabajar duro y sufrir el ministerio es una protección contra el maquiavelismo. Estamos llamados a ser fieles en nuestro servicio. El Espíritu de Dios forma en nosotros el carácter de Jesús cuando lo obedecemos y lo imitamos (1 Pe. 2:21). Debemos prepararnos mucho para predicar la Palabra, debemos visitar a los enfermos, orar por los desanimados, escuchar a las personas que tienen mucho que decir, debemos ser mas que pastores, debemos ser padres, hermanos, hijos, amigos y compañeros (Mt. 25:40). A veces nos van a maltratar, y ¿qué crees? ¡También eso debemos aceptarlo con gozo! (Mt. 5:10-12) Nuestros aguijones en la carne son una bendición para nosotros. En el sufrimiento somos humildes y capaces de reconocer la Mano de Dios sosteniéndonos (Hch. 5:41). No podemos ser pastores que dejen de sufrir. Debemos estar presentes en la vida de los demás. Una vez estaba sufriendo, muy preocupado por una situación muy personal. Dios habló a mi corazón y me dijo: DEJARAS DE SUFRIR EGOISTAMENTE CUANDO SUFRAS MAS INTENSAMENTE EL SUFRIMIENTO DE TU PROJIMO. Los pastores debemos acompañar a la viuda en su dolor y al huérfano en su perdida. Debemos ser paño de lagrimas y oído atento. El servicio sacrificial nos da inmunidad contra el maquiavelismo ególatra.
Limitando sanamente tus finanzas.
Aléjate del dinero de la iglesia (1 Ti. 6:10). Delega la responsabilidad de administrar los recursos a gente de buen testimonio, que sea madura en la fe y que tenga buen discernimiento (Hch. 6:3-4). Ellos te fijarán un salario y te darán cuentas de los fondos, las necesidades y las capacidades financieras de la iglesia. No descuides tu ministerio para atender la bolsa (Hch. 6:2). Pide que no te den más de lo que necesitas para no envanecerte, ni menos para tener que enrolarte en asuntos mundanos para sostenerte (Pr. 30:8-9). Si tienes otros ingresos económicos, libera a la iglesia de tu mantenimiento y vive con eso. No ambiciones y no le pongas precio a tu trabajo por los demás. Disfruta lo que tienes, pero con moderación. Da a tu familia lo que necesita, pero enséñales contentamiento (1 Ti. 6:8). Educa a tu mujer y a tus hijos para la vida sencilla y humilde. Una familia ambiciosa provoca grandes tentaciones. No lo permitas. Si no quieres una iglesia codiciosa, cuídate tu mismo y a tu familia de la codicia. Nunca atesores para ti solamente, no te olvides de dar a los pobres en medida de tu posibilidad (Gal. 2:10). Comparte tu casa y tu comida con tus ovejas. Cuando visites una casa, lleva algo para compartir. Acepta humildemente las invitaciones a comer y los detalles de tu gente, pero nunca pierdas la intención de participar. Recibe las bendiciones que Dios te da, pero no como parasito sino como siervo. Si tienes un salario pastoral como yo, desquítalo dignamente, que la gente vea que lo que recibes lo has trabajado honradamente (1 Ti. 5:17). Evita que tus sermones sean improvisados, tu ausencia en los hospitales, la casa de los enfermos, los velorios, los cumpleaños o las bodas sean un testimonio en tu contra. Y si un día no recibes nada de la gente por lo que haces, síguelo haciendo con amor y entrega, porque fuiste llamado como servidor y tener el privilegio de enseñar la justicia a la multitud ya es mas de lo que podríamos pedir en esta vida (Gal. 2:20; Fil. 4:12-13).