Teología Para Todos

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La gran farsa de «Sola Scriptura»

El gran peligro de leer ‘sólo’ la Biblia…

No, no estoy negando las Escrituras. Sin embargo, hay un gran peligro en usar -erróneamente- el recurso de “la Escritura solamente” -Sola Scriptura, en latín- cuando apelamos a la teología y la hermenéutica, y es justo de eso de lo que quisiera que hablásemos en esta ocasión, aprovechándonos de este precioso mes de la Reforma Protestante, de donde ésta frase fue uno de sus principales cantos.

Primero, debemos viajar en el tiempo a finales del siglo XIX, cuando el darwinismo y el freudismo explotaron como fuente de pensamiento moderno e impulsor de la academia de su tiempo. La humanidad estaba sumergiéndose en su segunda revolución industrial y abrazando las ideas sociales descritas en la Historia de Jules Michelet y la radicalización de la escuela capitalista de David Ricardo empujaban a la casi arcaica iglesia de las escuelas y las universidades, para rezagarla a la misa dominical únicamente. La principal impulsora de las ciencias, las artes y el pensamiento hasta ese momento fue catalogada de misticista, oscurantista y anticuada, y sustituida por las palabras que en un futuro inmortalizarían al matemático alemán David Hilbert «debemos saber, sabremos».

En medio de este caos donde parecía que el ateísmo finalmente se impondría y la luz admirable se fugaría como el pabilo consumido de una vela, Dios tenía un plan -como siempre-. En 1909, Lyman y Milton Stewart -dos empresarios y fervientes creyentes cristianos- pagaron por la publicación de 12 libros de calidad rústica, titulados The Fundamentals [Los fundamentos], y pusieron en circulación 3 millones de copias. El teólogo presbiteriano James Orr y el cofundador del Seminario Teológico de Dallas -anglicano, por cierto- el Dr. W. H. Griffith Thomas fueron autores prominentes (Taylor, Grider, Taylor, González & Rodriguez, 2009). El objetivo de estas obras era, con academia e investigación seria, levantar un baluarte que se opusiera a la corriente modernista de su época. En otras palabras, responder con argumentos a los ataques del enemigo por derrumbar la iglesia con pseudociencia (1 Ti. 6:20; 1 Pe. 3:15)

Al movimiento que continuó bajo la enseñanza de los noventa artículos hallados en los Fundamentos se les llamó, naturalmente, fundamentalistas. Ésta nueva corriente cristiana incluyó a varios teólogos de la Sociedad de los Amigos (de Plymouth) -es decir, a cuáqueros- de los que destaca C. I. Scofield, así como a otros distinguidos nombres, tales como Dwight L. Moody o Clarence Larkin. Sus representante más conservadores fueron Cornelius Van Til y J. Gresham Machen, dos de los teólogos más respetados de su época -y ambos sumamente recomendados para una enriquecedora lectura teológica-. Para aquellos que han ojeado dos o tres veces sus libros de historia de la Iglesia, sabrán que estos nombres no son poca cosa, al punto de que, personalmente -y con el riesgo de recibir piedras en respuesta- pienso que el fundamentalismo puede considerarse como un verdadero avivamiento, sino es que una segunda reforma protestante que defendió a capa y espada que la Escritura no debe estar junto a los libros de ficción, sino por encima de las grandes enciclopedias de las ciencias exactas.  

Después de esta clase de historia, uno podría preguntarse «bueno y, ¿dónde está la controversia de la Sola Scriptura? Yo solo he leído puras cosas buenas de estos hombres». La respuesta se halla en los años posteriores al surgir del movimiento. Con el pasar del tiempo, el fundamentalismo o, mejor dicho, los fundamentalistas, abandonaron el debate académico, creyendo que los fundamentos lograron demostrar que la Escritura debe ser la fuente y dedicándose a exponer dicha fuente, sin mantener la altura académica, de investigación o incluso argumentativa que los pioneros de dicha escuela tuvieron alguna vez. Rápidamente el fundamentalismo pasó de ser una defensa por la veracidad de las Escrituras, en un casi fanatismo por la Biblia al punto de despreciar cualquier otro escrito en la historia humana. El término fundamentalista empezó utilizarse para designar a un hombre o un movimiento cuya perspectiva cristiana puede ser digna, pero peligrosa desde el punto de vista intelectual. Llamar fundamentalista a un hombre se convirtió rápidamente en un sello de oscurantismo o de alguien pueril, la forma más barata de descartarlo (Pollock, 1956). Así llegamos al fundamentalismo de hoy -al que llamaré fundamentalismo moderno en adelante-, donde ya no vemos eruditos, sino fanáticos; ya no hay argumentos, sino gritos; donde Sola Scriptura, irónicamente, no significa Sola Scriptura, sino Solissima Scriptura. Para aquellos fanáticos de las lenguas muertas -como un servidor-, solissima es el superlativo de solus, que es el adjetivo ‘sólo’.

No obstante, antes de adentrarnos, cabe aclarar que no todo está perdido en el movimiento fundamentalista. En los recientes años, este fundamentalismo moderno también ha contribuido al clima teológico de Estados Unidos. En agudo contraste con el evangelio social -predominantemente moralista-, en el que la muerte expiatoria de Cristo es hasta negado -ya hablaremos de esto-, en el f.m. -a pesar de su fanatismo- se encuentra a menudo una sincera piedad interior, especialmente un gozo en la sangre de la expiación y en la gracia del Espíritu Santo. Caracterizado por un respeto incondicional al testimonio de las Escrituras, el fundamentalismo moderno considera la crítica bíblica contemporánea como una seria amenaza para el verdadero cristianismo. Retiene incondicionalmente la inspiración plenaria de la Biblia y exige que, por encima de todo, uno debe inclinarse en fe ante lo revelado en las Escrituras (Wurth, 1957). Así entonces, tal como lo dijimos al hablar de Roma, debemos mostrar un profundo amor al hablar con los fundamentalistas modernos, pues ellos siguen siendo nuestros hermanos pese a todo, ¡aún más! ¡Muchas veces nosotros aprendemos de ellos! Nuestra única advertencia hacia ellos es la radicalización de exclusividad que le dan a las Escrituras y que, como estudiaremos enseguida, notaremos que puede poner en serio peligro a sus seguidores. Estudiemos.

Sola Scriptura no niega otras fuentes de sabiduría.

Primeramente, debemos reconocer que los f.m. proclaman con toda seguridad que las Escrituras son la única, verídica, suficiente, inerrante -e infalible- y total revelación de Dios. A esto, solo un neófito -o un necio- podría estar en contra. Las Escrituras revelan plenamente que solo ellas son la Verdadera y Única Palabra de Dios revelada al hombre (2 Ti. 3:16). De hecho, el texto de San Pablo a Timoteo es perfecto para este punto pues, al referirse al carácter de las Escrituras, el apóstol las describe como θεόπνευστος -lit. Teópnestos-, a lo que Louw y Nida (1996) nos ayudan a entender el concepto, refiriendo que en varias lenguas es difícil encontrar un término apropiado para traducir "inspirada". En algunos casos, "Escritura inspirada por Dios" se traduce como "Escritura cuyo autor fue influido por Dios" o "...guiado por Dios". Sin embargo, es importante evitar una expresión que signifique únicamente “[narrada] por Dios”. Lo anterior, porque el original griego θεόπνευστος etimológicamente incluye el término πνεῦμα -lit. (p)néuma- que implica soplar o exhalar (Moulton & Milligan, 1930; Lexham, 2011), lo que significa que todo aquello que queramos considerar como revelación debió ser literalmente dicho por Dios. Esto decanta, necesariamente, en que los apóstoles consideraban todo el AT como hablado directamente por Dios; en términos actuales, no solo como si Él lo hubiese dictado en narrativa o dado ideas generales, sino que Él mismo, en su perfecta Voluntad, habló -para practicidad, entiéndase dictó- cada letra y cada vocablo en el texto original, algo que a los académicos les gusta llamarlo, inspiración plenaria o verbal

Quiero hacer aquí una pausa para una excepción que, con su paciencia, estudiaremos con mayor detalle la siguiente semana, y se trata de los deuterocanónicos; es decir, aquellos libros que por mucho tiempo se discutieron si eran considerados como inspirados y, después de varios debates y deliberaciones, se reconoció que no estaban a la altura de los que hoy hallamos en el Antiguo Testamento. Ruego al lector que pongamos un clip a este punto y, por ahora, confiemos que los treinta y nueve libros del AT fueron los únicos considerados como inspirados, y nos leeremos el próximo sábado para solucionar esta controversia -que adelantando, muchos ya sabrán resolver apelando a la providencia; es decir, Dios así lo permitió-.

Continuando con nuestro argumento sobre las Escrituras como fuente única de Revelación, particularmente del AT, el ejemplo más contundente -y que tanto fundamentalistas como las demás denominaciones coincidiremos- es Cristo. Jesús mismo usó el canon veterano como fuente para sus enseñanzas (Mt. 21:42; 22:31-32, 43; 26:54, 56), así como San Pedro y los demás apóstoles de Cristo (Hch. 1:16; 7:48b; 15:14-15; Ro. 15:4). Así, decir que la Escritura no es la única y suficiente fuente de revelación divina, queda demostrado, no solamente es absurdo, sino herético (Gal. 1:6-8).

No obstante, la controversia -para algunos- comienza cuando algunos de nosotros usamos otras obras para reforzar nuestras conclusiones respecto a lo que dicen las Escrituras o, lo que es pecado a ojos de un f.m., usar fuentes externas para presentar principios morales, e instrucciones que se alinean al pensamiento cristiano. Para algunos dentro del movimiento contemporáneo, la línea de qué se acepta y qué no se marca en los mismos catecismos y concilios de la iglesia, de modo que nada después de éstos puede llegar al púlpito. Imaginen entonces, cuál es la sorpresa de nuestros hermanos del f.m. cuando algunos pastores citan a comentaristas bíblicos -tanto del periodo reformador como contemporáneos-, cuando otros hermanos apelan a las grandes obras de filosofía y pensamiento cristiano de los puritanos y los metodistas clásicos, o cuando los ‘más perdidos’ -sus palabras- están dispuestos a citar a novelistas como Tolken o Lewis -algún u otro loco ha tenido el atrevimiento de hacer coincidir a San Mateo y a Gustavo A. Becker, cada quien-.

Amados hermanos, muchos recursos sumados a la Escritura pueden servir como maestros de enriquecimiento para el hombre, tanto para comentar lo revelado por las Escrituras, así como de enseñanza por todo aquello que ella no toca a detalle. Sola Scriptura no niega elementos de recursos terceros para reforzar, argumentar, profundizar o aplicar una verdad profesada inicialmente por las Escrituras. Negarnos a creer que Dios providencialmente puede valerse de elementos fuera de las Escrituras para apelar a lo anterior es incluso herético, porque estaríamos diciendo que Cristo pecó al enseñar mediante parábolas (Mt. 13:3, 10) o aún que su enseñanza clave sobre la providencia «mirad las aves… mirad los lirios» (Mt. 6:26. 28) es inválida. Si Sola Scriptura fuese Solissima Scriptura, tendríamos que erradicar la práctica de la contemplación que tantos salmos nutren (Sal. 8:3; 19:1 cp. Ro. 1:20).

¡Es más! Si seguimos la lógica de ésta doctrina radical, incluso podemos observar que es autocontradictoria, porque hoy no tendríamos himnología que los mismos f.m. frecuentan. Solo pensemos ¿quien podría imaginar un mundo sin las melódicas letras navideñas de Wesley -Ángeles cantando están; Ven, Jesús muy esperado-, el canto de confianza de Spafford -Estoy bien con mi Dios-, el victorioso himno de Matthew Bridges -A Cristo coronad-, o el sumamente contemplativo verso de Stuart K. Hine -Cuan grande es Él-, solo por mencionar pocos ejemplos? Con los inflexibles límites legalistas que algunos desean imponer con Solissima, no tendríamos himnarios en nuestras capillas.

El fundamentalismo moderno, lamentablemente, ha escalado a puntos tales que se llega a negar absolutamente todo, por más efectivo y sensato que sea para el crecimiento de la razón, sencillamente porque no se encuentra entre Génesis y Apocalipsis. Un verdadero misterio de la epistemología. Y, aunque Latinoamérica aún no ve a sus predicadores del f.m. llegar a estos niveles -aún más, la historia contemporánea nos hace creer que nos brincamos esa etapa de la historia-, nunca está de más estar preparados para argumentar que sí, la Escritura es la única fuente de Revelación Divina, pero Dios ha dotado al hombre de la mente de Cristo (1 Co. 2:16), de modo que la razón, el pensamiento y los recursos externos son buenos compañeros de lectura, contemplación, meditación y estudio.  

Sola Scriptura no niega herramientas y apoyos para la interpretación.

Imaginen por un momento que yo les invitara a invadir Polonia para descubrir si un Coup d’Etat -un golpe de Estado- es una forma efectiva y pacífica de realizar una transición gubernamental. Sumado a que la gran mayoría de ustedes estarían llamando al hospital psiquiátrico más cercano, estoy seguro de que todos me entregarían muy amablemente un libro de historia «para que lo descubra sin tener que intentarlo». Y es que, solo un loco -o un necio- no se valdría de mirar atrás y escuchar la voz de los maestros que ya han caminado por el sendero en el que ahora el tal se encuentra para actuar en consecuencia.

Bien, al momento de hacer labor de estudio teológico, particularmente al estudiar las Escrituras para interpretar, el movimiento fundamentalista moderno casi exige despojarnos de todos los recursos que puedan obstruir la pureza de la meditación en las Escrituras exclusivamente. Su frase más sonada y que resume su pensamiento en cuanto a esto es «ningún credo sino la Biblia… ninguna confesión sino Cristo», la cual, irónicamente, es atribuida a Orígenes ‘el pagano’ (Aniol, 2024; Armstrong, 1967), quien se distingue de ‘el de Alejandría’ en que el primero despreció por completo la enseñanza del Concilio de Nicea -que resume la doctrina de la Trinidad- y terminó negando la divinidad plena de Jesucristo. Quién creería que incluso el primer fundamentalista moderno en la historia fue un hereje.

El problema se encuentra, como siempre, en la radicalización de esta ‘vuelta a la ortodoxia bíblica’ que, hoy vemos manifestada como una negación de la doctrina histórica y que lamentablemente ha comenzado un sentir cismático -es decir, de división- entre las denominaciones fundamentalistas -modernas- y las históricas. Aunque, no debemos confundirlos, esto no es por mero fanatismo, sino por un deseo de preservar la pureza de la doctrina cristiana que, de acuerdo a su teología, ellos sostienen. Es decir, en realidad los f.m. únicamente aceptan fuentes de otros f.m. y solamente de ellos. Aquél que profundice en la historia del fundamentalismo clásico podrá confirmar que parte de esta actitud fue producto de ver a la teología cuáquera como la única que no venía de una tradición histórica -y por lo tanto, sujeta a la corrupción humana-.

A pesar de lo sectario que puede sonar, la causa fundamentalista tiene algo de justificación histórica en su celo por las Escrituras y su separación de las tradiciones históricas. El movimiento, como lo vimos ya, se levantó en medio del liberalismo que promovió el avance de las teorías científicas, pero también así en medio del expansionismo de los movimientos restauracionistas -aquellos que creían que era necesario una reconstrucción total del sistema religioso- en los Estados Unidos, como lo fue el Mormonismo desde 1830 -particularmente durante la controversia por la monogamia de 1890 (Powell, 1994)- y las misiones nacionales de la Sociedad del Atalaya -los Testigos de Jehová- en 1880 y hasta 1900 (WTB&TC, 1959). Frente a los tales, estos pioneros fieles se levantaron para predicar los Fundamentos y, seguiré insistiendo, fue una obra providente y, a los ojos de muchos de nosotros incluso, un avivamiento (Longfield, 2000).

Ahora, ¿nos justifica esto para que nosotros tengamos una postura tan radical como ellos? No. En su providencia, Dios ha permitido que varios hombres prediquen la Verdad Revelada y, citando a Isaac Newton, al escucharlos a ellos, estamos caminando «a hombros de gigantes». Esto no descarta que, como hombres, son sujetos a pecado y errores en sus conclusiones teológicas que pueden ser corregidas (Hch. 18:26), pero que no descartan al ministro (Tit. 3:13). Como ejemplos bíblicos tenemos a San Pedro mismo, que aún siendo apóstol de Jesucristo, cayó en el error judaizante y fue reconvenido después (Gál. 2:11-12); más adelante vemos casos como el legalismo en el monasticismo que surgió, el simbolismo de la Comunión de U. Zwinglio, la democratización de la Iglesia de Knox, la desconexión del carácter institucional de la iglesia de los metodistas y los puritanos, el eleccionismo de K. Barth o el dispensacionalismo de varios maestros contemporáneos. Podemos no coincidir con todo lo que dicen (Hch. 15:39-40 cp. Gal. 2:13), pero seguimos proclamando a una sola voz «Vengan a Cristo» (Col. 4:10 cp. 1 Co. 9:5-6; nótese que la historia parece indicar que Bernabé se arrepintió de sus posturas judaizantes). Así, claro que hacemos bien en subirnos a sus hombros para crecer juntos en Cristo y, aún más, estudiar con más exactitud la Palabra de Dios a fin de que, el día de mañana que nuevamente Satanás quiera levantar una ola de académicos que ataquen a las Escrituras, podamos defender la causa de Cristo (1 Pe. 3:15) con argumentos inexcusables (2 Co. 10:5) renovando el voto original de los fundamentalistas clásicos, que era realzar la Bandera de las Escrituras en medio de un mundo en tinieblas para llevar a todos de vuelta a Su luz admirable (1 Pe. 2:9).

Recapitulemos…

Hoy hemos examinado un poco al fundamentalismo moderno y cómo es que su énfasis en el Solissima puede terminar siendo peligroso y catalogado de fanatismo; sin embargo también hemos visto la pura intención del fundamentalismo clásico. Y, hermanos, hoy sí que vivimos una lucha cultural y académica. Hoy no luchamos contra darwinistas o freudianos. Hoy luchamos contra la justicia social, contra el radical-socialismo -o neoizquierdismo, o como lo hagan llamar los periodistas hoy-, contra el Estado jacobino, contra el postmodernismo y contra el progresismo ideológico. Estás llamado a la guerra, hermano; esta es la hora de la lucha. En medio de un mundo que quiere que escuchemos las opiniones de todos, aceptemos las verdades relativas y que celebremos las diversidades de ideología, alza tu biblia conmigo y proclamemos: Sola Scriptura.

A Dios sea la Gloria.

Fuentes de Consulta.

  • Taylor, R. S., Grider, J. K., Taylor, W. H., Conzález, E. R., & Rodríguez, J., eds. (2009). En E. Aparicio, J. Pacheco, & C. Sarmiento (Trads.), Diccionario Teológico Beacon. Casa Nazarena de Publicaciones.

  • Pollock, J. C. (1956). Has England’s Glory Faded? Christianity Today, 1(5), 8-10.

  • Wurth, G. B. (1957). Theological Climate in America. Christianity Today, 1(10), 10-13.

  • Louw, J. P., & Nida, E. A. (1996). En Greek-English lexicon of the New Testament: based on semantic domains (electronic ed. of the 2nd edition.). United Bible Societies.

  • Moulton, J. H., & Milligan, G. (1930). En The vocabulary of the Greek Testament. Hodder and Stoughton.

  • (2011). The Lexham Analytical Lexicon to the Greek New Testament. Logos Bible Software.

  • Aniol, S. (2024, August 28). No creed but the Bible? G3 Ministries. https://g3min.org/no-creed-but-the-bible/

  • A. H. Armstrong, (1967), The Cambridge History of Later Greek and Early Medieval Philosophy, pp. 198-199. Cambridge University Press.

  • Powell, A. K. (1994). Utah History Encyclopedia.

  • Jehovah's Witnesses in the Divine Purpose, Watch Tower Bible & Tract Society, 1959.

  • Longfield, B. J. (2000). For Church and Country: The Fundamentalist-Modernist Conflict in the Presbyterian Church. The Journal of Presbyterian History (1997-), 78(1), 35–50. http://www.jstor.org/stable/23335297