La iglesia está llena de hipócritas, y tú eres uno de ellos.
Hace algunos años, tuve la oportunidad de ver una serie de televisión con mi familia donde, durante un momento específico de cada episodio donde aparece la familia del protagonista hacen burla de la religión cristiana y la hipocresía que envuelve a sus profesantes; en particular, a los practicantes de la tradición bautista en el sur de los Estados Unidos. La familia completa muestra su hipocresía respecto a su fe -orando por intereses personales, usando la fe en provecho personal o citando las Escrituras a su conveniencia-, a lo que igualmente suman al pastor de la iglesia a la que asiste esta familia, pues cuando se enfrenta a sus problemas personales, éste comienza a cuestionarse si debería quitarse la vida en algún punto; y aún los servidores de la iglesia son fumadores, alcohólicos, drogadictos, ladrones o políticos -lo cual, siguiendo el argumento de la serie en cuestión, muestra corrupción-. Sin duda, algunos estarán tratando de hacer memoria para saber de qué serie televisiva estoy hablando, pero mi argumento va más allá del nombre de una producción visual.
“Pero, hermano, ¡es comedia! Se supone que deben causar gracia”. Cierto es que uno puede justificar esto con un sencillo “es chiste” pero, ¿desde cuándo hacemos burla de algo que es mentira? ¿no nos reímos de algo porque “es verdad”? Lo que realmente es preocupante de esto es que el mundo piensa así de nosotros; es extremadamente alarmante que el mundo, en lugar de hacer burla de nuestra santidad y vida en el Espíritu, nos señalen por nuestra hipocresía. Y no me malentiendan, no estoy diciendo que no deberían hacernos burla, Cristo nos advirtió que seríamos objeto de risas, burlas y hasta violencia (Mt. 5:10-11), pero, ¿por qué razón se burlan de nosotros? ¿por seguir fielmente la causa de Cristo o por solo fingir que medio-seguimos la causa de Cristo?
¿Qué está pasando?
Responder a esta pregunta es relativamente sencillo, aunque quisiera ampliarla un poco más: ¿Por qué el mundo se burla de los cristianos en general? ¿por qué somos la principal causa de burla en la cultura popular? No es por nuestra doctrina, sino por nuestra vida hipócrita. Y, ¿por qué la iglesia actúa de la manera en que actúa? Porque la realidad es que son pocos los que asisten al templo, que leen sus Biblias y que oran en respuesta al Amor de Dios en sus vidas, señal de que sus vidas caminan hacia la santidad (1 Jn. 3:6-7, 9), pocos son los que han puesto, junto al apóstol Pedro, un “¡Hasta aquí!” a su pecado (1 Pe. 4:3), aún se pueden recoger en un puño el nombre de aquellos que procuran vivir sabiéndose a la Sombra del Señor y deshaciéndose de tantos ídolos que van identificando en su diario caminar (1 Jn. 5:20-21).
Siguiendo nuestra línea de preguntas, podríamos invocar el ¿por qué sucede esto? Sencillamente, porque creemos en un dios distinto a aquél de las Escrituras. Un concepto erróneo de Dios lleva a una fe errónea hacia Él (Jn. 5:39).
Esta actitud es similar a la de los samaritanos en tiempos del rey Ezequías. Al tiempo en que Asiria regresó a algunos de los cautivos -y otros pobladores- para ocupar nuevamente la ciudad, creyeron conveniente que sirvieran a todos los dioses que Asiria había conquistado, incluido el Dios Verdadero (2 Re. 17:30-34), sin embargo, esto era una tremenda afrenta contra Dios, quien había mandado explícitamente a no tener dioses ajenos delante de Él, cosa que los samaritanos ignoraron (2 Re. 17:38-40). Unos años después, Samaria fue tomada nuevamente (2 Re. 18:10).
Nosotros somos iguales que aquellos, nuestra boca canta en la iglesia cada día del Señor, mientras que maldice a cuanto hombre se cruza en nuestro camino el resto de la semana -incluso a nuestras autoridades… el que lee, entienda-, nuestras manos presentan las ofrendas en la iglesia cada día del Señor, mientras que muestran señas obscenas o puños hieren a nuestro prójimo los otros seis días; nuestros ojos prestan lectura a la Palabra de Dios el día del Señor, pero es ahogada en los programas de televisión, series en streaming y demás contenido durante el resto de la semana, y nuestros oídos prestan atención al sermón dominical en el templo cada día del Señor, pero rápidamente olvidamos lo que escuchamos el resto de la semana, prestando mayor atención al chisme y las estupideces que el mundo invita a escuchar y en lo participamos sin meditar.
Pero, no es tan malo, ¿o sí?
Supongamos que desconocemos completamente los Diez Mandamientos -y aún que ignoramos el sentido común- y le mentimos a una persona para no herirla. Probablemente lo justificaríamos como una mentira blanca o una verdad a medias. Por otro lado, si nos hacen jurar frente a un juez que diremos “la verdad, solo la verdad y nada más que la verdad”, y si aún somos advertidos de que cometer perjurio -mentir- será causa de una condena de tres a seis meses de prisión, pensaríamos dos veces antes de decir, aunque lo creamos bueno, una mentira blanca.
Ahora bien, ¿por qué en un caso creemos que estaría bien mentir mientras que en el otro no? Porque no sufriremos consecuencias en uno -o eso creemos-, mientras que en el otro estamos condenados a sufrirlas de tan solo imaginarlo; en otras palabras, bajo la regla que se miden nuestras acciones se determina la paga por nuestras fallas. Siendo así, debemos entender que la Ley de Dios, que nos manda a no dar falso testimonio (Ex. 20:16) es perfecta (Sal. 19:7) y dada por un Dios Santo (Ex. 20:1-2), de hecho, tres veces Santo (Is. 6:3-4) y quien demanda el estándar de su Ley, es decir, la perfección (Mt. 5:48). De este modo, entonces, entendemos por qué es que algo como la mentira -o el falso testimonio, para ser más concretos- sea tan delicado para el Señor y, como consecuencia, la sentencia sea la muerte misma (Ro. 3:23; 6:23).
Ahora, ¿por qué decimos que es malo? Porque lo único que conseguimos al dar falso testimonio es ser descubiertos, recordando que nada oculto quedará así, sino que, eventualmente será manifiesto a todos, y esto es deshonrar a Dios delante de Él mismo, torciendo nuestros caminos, como lo mencionaría el profeta Ezequiel y diciéndole a Dios “amóldate a nosotros” (cp. Ez. 18:25-26). Asimismo, en cuanto nuestra falsedad sea descubierta, hemos de ser motivo de burla entre los incrédulos, y permítanme preguntar ¿qué honroso será ser el motivo de burla de los incrédulos hacia Dios? ¿qué tan bien se puede sentir alguien que es la causa por la que los perdidos se preguntan en alta voz “¿Donde está tu Dios?” (Sal. 42:10)?
Y ¿Cómo dejo de ser un hipócrita?
La solución está frente a nosotros, aunque queramos negarla: andemos en integridad de corazón. Pablo lo mencionó de una manera muy directa a los Colosenses, después de exhortarlos respecto a la disciplina legalista que algunos judaizantes trataron de iimponerles (Col. 2:23). El apóstol comienza el tercer capítulo de su epístola animándolos: “Si habéis resucitado con Cristo”, es decir, si en verdad son creyentes, si en verdad no eres -o no quieres ser- un hipócrita, si es cierto que en ti arde la flama del Evangelio de Jesucristo: “¡Buscad las cosas de arriba!” (Col. 3:1). El llamado es a poner nuestra mira, nuestro objetivo, nuestra mente, alma y corazón en la Persona y Obra de Cristo (Col. 3:2) por el simple hecho de que esta vida no la vivimos para nosotros mismos, sino para nuestro Salvador (Col. 3:3 cp. Ro. 14:8; He. 12:2; 1 Pe. 2:21).
Si amamos al Señor, sigamos sus pisadas, andemos conforme a su ejemplo, como es digno de Él (Col. 1:10), dando siempre, sea de palabra o de hecho, la gloria solo a Él (1 Co. 10:31; cp. Col. 3:23).
A Dios sea la Gloria.