Lutero, el antisemita.
La fiscalía acusa a Lutero de odio.
Muchos creerían que la Historia de la Iglesia es un libro de texto lleno de héroes perfectos; hombres y mujeres que manifestaron, con cada gota de sudor y hasta derramar la última de sangre, el vigor y virtud del cristianismo fiel. Personajes que la historia debe reconocer como ejemplos morales, justos, casi que perfectos. Sin embargo, este pensamiento puede tener sus sombras, más si dejamos de ver la linea del tiempo tan general y nos acercamos mucho a los eventos específicos que rodean a la iglesia.
Tal es el caso de Martín Lutero (o San Martín Lutero, en los cánones protestantes más tradicionales). Un hombre que no requiere carta de presentación, pues su nombre es sinónimo del protestantismo, la defensa ávida de la Autoridad de las Escrituras, la justificación por la fe sola y el antipapismo romano. Pero, ¿qué pasaría si dijésemos que Martín Lutero también fue conocido por ser antisemita?
En efecto, mucha de la propaganda religiosa nazi tenía fuertes conexiones a los textos luteranos más controversiales, usando y citando frases de Lutero para promover odio hacia los judíos. Aún más, varias iglesias confesantes, por temor a la censura pública o la represión, comenzaron una serie de sermones antisemitas basados en textos no solamente del monje reformador, sino de varios otros personajes religiosos luteranos. Si bien, la iglesia fiel resistió ferozmente al movimiento xenófobo aleman con valentía y determinación, queda la oscura pregunta por resolver, ¿era Martín Lutero un antisemita? ¿hubiese él apoyado al movimiento contra el judaísmo en la Alemania nazi?
Para responder esta pregunta, tenemos que leer el libro religioso favorito de los nazis, “De los judíos y sus mentiras”, escrito por Lutero en respuesta a una pregunta hecha en sus últimos años de vida sobre la evangelización a los judíos; el monje alemán redacta ésta carta que puede resumirse en la expresión ‘no pierdan su tiempo’. Los publicistas de la obra en inglés remarcan -y la historia nos confirma- que Martín Lutero procuró evangelizar a los judíos durante sus primeros años como protestante, apelando a su común enemistad teológica con Roma; sin embargo, después de varios años ignorado y, sumado a fuertes pérdidas en su vida personal, pareciera que el reformador alemán volteó sus espaldas al esfuerzo y entregó a los judíos al fuego eterno en 1543. Solo leyendo sus palabras podremos juzgar justamente si Lutero habló con la razón o con el estómago.
Finalmente y, antes de entrar en materia, es importante aclarar algo muy importante. Esta investigación y lectura definitivamente no es sostenida por Teología Para Todos. Si bien, creemos que los judíos, así como los gentiles, deben creer en Jesucristo para ser salvos (Ro. 1:16; He. 3:1-4), de ninguna manera creemos que esto deba ser motivo de odio o discriminación a los judíos; siguen siendo seres humanos, nuestro prójimo y nuestra misión (Hch. 1:8; Ro. 3:29-30).
La presentación de evidencias.
Lutero es duro en sus escritos, eso es algo innegable. En su celo por la religión pura, sus escritos contra el papado están llenos de insultos al Sumo Pontífice y sus arzobispos tales como “un burro sabe que es un burro y no una vaca. Una piedra sabe que es una piedra; el agua es agua, y así sucesivamente a través de todas las criaturas. Pero ustedes, imbéciles locos, no saben que son imbéciles” o “¡Eres un burro rudo, y yun burro seguirás siendo!”. A los cristianos en Estrasburgo les escribe “Váyanse, en el nombre de mil demonios, y rómpanse el cuello antes de largarse de la ciudad” y a Roma remata “¡eres la prostituta de los herejes!”. El hombre tenía un estómago muy colérico.
En el caso que nos compete, el reformador comienza sus fuertes palabras desde el prefacio mismo, donde trata a los judíos como ‘un pueblo perverso’. Durante el libro, su principal calificativo es cabezas duras y ‘asnos’ y, cuando llega a hablar de las enseñanzas rabínicas y talmúdicas, comenta que aún beber del venenos del Basilisco -una bestia mitológica de la Edad Media- sería mejor que escuchar su cátedra. Definitivamente, Lutero paree estar probando su culpabilidad, ¿no es así?
Sin embargo, antes de lanzarnos a una conclusión tan acelerada, es importante entender el contexto en que Lutero escribe dichas acusaciones. Si bien, debemos reconocer que las declaraciones del reformador son totalmente desafortunadas y subidas de tono, éstas son producto de dos principales factores que él mismo menciona en su escrito, previo a las mismas.
En primer lugar, Martín Lutero argumentó que los judíos se jactaban de una religión fallida. Su prueba principal -que, por cierto, hasta hoy es vigente- es que no ha habido un tercer templo, por más intentos registrados en la historia que ha habido para conseguirlo. La diáspora final que sucedió en tiempos de Roma no ha logrado consumarse, pues hasta hoy los mismos judíos se dividen en sionistas y no-zionistas, de modo que la unidad nacional, prometida en la Torá -según ellos-, sigue sin concretarse y, con fuerza remata Lutero, su tope religioso, se halla en el cumplimiento del Salmo 118:22-23, la Piedra Angular ha sido su desastroso tropiezo.
En segundo lugar, los judíos de la Edad Media atravesaban por un panorama muy difícil. No podemos esconder que la iglesia de Roma, por medio de la -no tan- Santa Inquisición despenó el espíritu nacional y fervoroso del espíritu judío. Los semitas estaban dispuestos a morir por la fe que defendían patrióticamente -por esto, muchos argumentan que el sionismo puede ser incluso rastreado hasta éstas fechas-. Bajo esta perspectiva, el pensamiento judío comenzó a ser de victoria, considerándose a ellos mismos como un pueblo superior, intelectuales muriendo a manos de salvajes paganos que no conocían al Dios Vivo y Verdadero. Sin lugar a dudas, la consecuencia principal fue una ruptura social donde geniales y judíos, mutuamente, se volvieron xenófobos y discriminantes.
Así, entonces, el contexto histórico nos permite entender que Lutero escribe en medio de una sociedad dividida. Pensémoslo de este modo, ¡es como el mundo político actual! ¿O acaso no vemos a aquél candidato insultando a su oponente y viceversa? Bien, una situación similar puede comprenderse de esto. Las condenas del reformador alemán no eran sencillamente salidas de un hígado antisemita y resentido con el pueblo abrahámico, sino que es nutrida igualmente por el contexto social e histórico que vivía el entonces Sacro Imperio Romano.
La apelación.
Sin embargo, algo debe decirse con franqueza, Lutero escribe su condena después de varios párrafos de apelación. Si bien, decir “sus sinagogas deben ser quemadas… sus rabinos deben ser amenazados de muerte de enseñar… los privilegios de viajar deben estar absolutamente prohibidos para ellos… deben ganarse su pan con el sudor de sus narices” puede ser una conclusión muy cruda, debemos rescatar que no deja de ser una conclusión.
El cuerpo del mensaje, lo que antecede a la descarga del enojo del alemán es una historia de plegaria y súplica para venir a Cristo. En varias ocasiones, Lutero argumenta que, al verlo por las calles y en las plazas, el “[tuvo] compasión de ellos”, de modo que les predicaba, desde las palabras de la Torá, acerca del Mesías. Aún antes de concluir de tan colérica forma, Lutero expresa que su amor personal, y aún el de la iglesia hacia los judíos había llegado a ser tan grande que “no llamamos a sus madres [prostitutas] como ellos llaman a María… no los llamamos a ellos bastardos, como ellos llaman a nuestro Señor Cristo. Nosotros no les ofendemos, [sino que] les deseamos toda clase de salud corporal y espiritual”. En varios párrafos iniciales lo leemos mencionando lo virtuoso de orar por los inconversos, principalmente por los judíos. Sin duda, es como si dos personas distintas hubiesen escrito este libreto.
Probablemente las recomendaciones de Lutero por ser sumamente duro hacia los judíos haya sido motivado por el sentimiento nacionalista judío que lamentaba la poca fuerza demostrada en Persia, en tiempos de la reina Ester. La historia -y Lutero mismo- denota que varios talmudistas del medievo enseñaban que, cuando se levantaron contra los persas para volver del exilio, hicieron mal en dejarlos vivos, de modo que era posible argumentar que su exilio -que hasta hoy es- es consecuencia de su pecaminosa clemencia. Esto, sumado a todo lo anterior, pudo ser la gota que derramó el vaso y que encendió la ira del reformador en contra del pueblo judío. Razón de lo anterior es que precisamente Lutero parece ‘cambiar de actitud’ cuando escribe lo anterior en su libreto, de modo que concluye con sus terribles palabras.
¿Ha llegado el jurado a un veredicto?
Es casi inconcebible que el mismo hombre que haya escrito “Jesús nació siendo judío” (1523) para defender a los judíos de los abusos de Roma, solo veinte años después estaba recomendando tratamientos e insultos tan duros contra los mismos. Si no conociésemos nada de Lutero, salvo éstas dos obras, cualquiera podría concluir que el hombre vivió una pésima experiencia con los judíos, o sencillamente que estaba loco. Como primera conclusión, definitivamente debemos coincidir con que, éste no es el Martín Lutero al que estamos acostumbrados, ésta es una cara sombría, amarga y cruda del hombre que predicó la Justificación por la fe sola.
Sin embargo, contexto del monje reformado hay. Lutero fue un creyente sólido, un apasionado ferviente por el Evangelio de Cristo, y un predicador elocuente. Sus contribuciones más importantes a la iglesia fueron en voz, predicando a multitudes en universidades y plazas antes de su exilio, y con la tinta a otros miles -millones, contando su legado- a través de cartas, tratados teológicos, tesis y demás obras que hoy nos alcanzan.
Claro está, no podemos disminuir la gravedad de sus palabras. Lutero fue tan lejos en su crítica que se ganó al excomunión de prácticamente cada religión y organización que criticó. Su imagen es objeto de burla y escarnio en el Vaticano; los judíos le atribuyen el florecer del sentimiento antisemita en Europa Central, y demás anécdotas que sus escritos lograron en una breve vida escritor de tan solo cuarenta años a la tinta. Sin lugar a dudas, Lutero debe ser hallado culpable de romper el mandamiento que Pablo nos instruye, al hablar siempre con bondad, sazonando nuestras palabras (Col. 4:5-6). Es casi irónico que, el mayor especulador de la canonicidad de Santiago, terminó cayendo en las advertencias que el autor mismo hace (Stg. 3:9-10, 13; 4:11; 5:19-20).
Ahora bien, el antisemitismo es un fenómeno moderno. El odio al pueblo judío por nacer judío no es algo que sucedía en tiempos de Lutero. Si bien, el conflicto religioso puede dar pistas de algo similar, el antisemitismo está cimentado en la etnia judía, no en su religión. Es decir, mientras que Lutero sentía recelo hacia los judíos por su religión, los nazis sentían odio hacia los judíos por su etnia. Uno puede cambiar de religión, pero no hay forma humana de cambiar de etnia. Lutero no era antisemita, y cargar sobre sus hombros una piedra tan pesada como lo es el Holocausto, sería severamente injusto, pues estamos culpando a un hombre por la muerte de seis millones de seres humanos que ocurrieron cuatrocientos cincuenta años después de su propia muerte. Amados, no hay duda. Lutero no fue antisemita.
Lecciones para el juez.
Como lo acabamos de comentar, Lutero definitivamente no puede ser tachado de antisemita, pero tampoco puede justificarse sus acciones, sin lugar a dudas, pecó en dejar que su celo fuese motivado por el odio al paganismo, antes que el amor por el pagano. Sin embargo, considero que esto también debe alcanzarnos a nosotros con una lección de vida. De otro modo, ¿por qué Dios dejaría providencialmente que la historia recordara tan terrible paréntesis en la teología luterana?
Es importante que las palabras de Pablo que nos instruyen a medir nuestras expresiones sean grabadas en los cimientos de nuestro pensar (Col. 4:6). El cristiano no tiene una cláusula en el mandamiento del amor que le permita odiar al prójimo cuando éste ha rechazado el evangelio. Si bien, nuestro Señor nos indica que no debemos perder el tiempo con quienes clara y abiertamente rechazan el Evangelio (Mt. 10:14), será imposible citar un texto donde Cristo mande maldecirlos, porque jamás lo instruyó. Si bien, el enojo es una emoción natural, el dominio propio es una acción espiritual (Gal. 5:22), de modo que debemos obedecer al Espíritu y no a la carne.
Y es que los debates modernos están llenos de provocaciones al cristiano. El ateo es experto en ofender al cristiano y despertar su ira por medio de blasfemia e insultos a Dios. Los judíos más celosos de su ley aún se atreven a repetir las injurias de los fariseos a nuestro Señor, ¡que decir de las creencias islámicas o de los movimientos orientales! Sin duda, el cristiano es tentado a tomar la pluma y el tintero de Lutero para descuartizar con palabras a todos aquellos que se oponen a la Sacra y Pura Verdad de Jesucristo. Sin embargo, esta actitud es incorrecta, pues olvidamos que nosotros mismos éramos blasfemos, injuriosos y ofensivos a Dios cuando Él, en un Amor inexplicable e incomprensible, decidió rescatarnos (Ef. 2:1-5).
El celo por la fe ortodoxa nos puede consumir por dentro, pero no es nuestra labor condenar, sino, citando a Martín Lutero acerca de los judíos “[hay] que tratarlos con amor Cristiano y orar por ellos, de modo que puedan convertirse y recibir a nuestro Señor“.
A Dios sea la Gloria.
Fuentes de consulta.
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