No son seres humanos.

Hace aproximadamente cien años, un joven derrotado por la primera guerra mundial veía como su nación caía en la vergüenza global, humillado hasta lo más profundo en su sentir nacionalista, hundido en una crisis económica personal y social que les tomaría décadas para recuperarse, imposibilitado de sentirse seguro en medio de fuerzas militares y completamente derrotado moralmente entre el genocidio, el amoralismo y el libertinaje. Alemania sin duda tuvo una fuerte caída durante la crisis mundial de 1929. Seguramente no hace falta hacer mucha memoria para que el nombre de A. Hitler venga a nosotros, y es que este hombre definitivamente marcó la historia de los conflictos armados en el mundo, pero también es un ícono de la maldad y el racismo que puede haber en las profundidades del corazón humano, colgándose la vergonzosa medalla del genocida más desalmado de la historia moderna, con un mínimo calculado de seis millones de muertes indirectas a su nombre.

Aunque todos conocemos la historia de la Segunda Guerra Mundial -o, al menos, correctamente la juzgamos como mala e inmoral-, muy pocos entienden como el Führer amasó al Tercer Reich para resultar en el número de muertes que hoy cuentan los libros. Tristemente este ‘como’ faltante en muchos aumenta el constante, latente y muy real peligro de que reviva en la sociedad el viejo pero sabio dicho: "el que no conoce la historia está condenado a repetirla”.

Mediante la siguiente comparación, me gustaría dejar muy en claro la carga en la conciencia que deberíamos tener por el contemporáneo movimiento pro-aborto en todo el mundo, pues las cifras a escritura de este artículo, hacen parecer que las muertes de Hitler en 1944 parezcan un juego de principiantes. Amados, el aborto hoy es el Segundo Holocausto de la humanidad.

Los judíos no son seres humanos.

Adolfo Hitler múltiples veces se pronunció en todos los medios posibles respecto a la supremacía de la raza aria y cómo ésta se mantenía superior por mucho de las demás, siendo la peor de todas las escorias, tanto la judía como la raza negra. Sus discursos antisemitas contenían frecuentemente frases de Martín Lutero -algo que definitivamente trataremos la próxima semana- y aún de Jesucristo, de quien dice en Mein Kampf que él -Adolfo- estaba, en su opinión, actuando "de acuerdo a la Voluntad del Dios Todopoderoso". El mandatario germánico ordenó a sus científicos probar, mediante experimentos y observaciones, cómo la distinción racial era una realidad científica, aparte de demostrar que los judíos, por más parecidos a los humanos que fuesen, no podían ser considerados así.

Claramente, el dictador alemán olvidó que Dios se ha hecho una nación santa (1 Pe. 2:9) de todo pueblo, lengua, tribu y nación (Gal. 3:28), a fin de que nadie pueda jactarse de mayor habilidad, aptitud, jerarquía o cualquier otra cosa que le haga sobresalir, pues todos estamos sumisos a Cristo (1 Co. 1:31). De hecho, aún más, el mismo Jesucristo hizo lo impensable en su tiempo, ¡hablar con una samaritana! (Jn. 4:9).

De la misma manera en que el gobierno alemán se encargó de demostrar que los judíos no son seres humanos, “la actual ciencia demostró” hace unos años que los embriones y fetos -términos a los que se aferran a utilizar- no han desarrollado aún nervios, órganos vitales, no sienten dolor alguno y aún ni siquiera desarrollan su "forma humana" hasta determinadas semanas del embarazo, haciendo posible -y en algunos casos, recomendable- la interrupción definitiva del embarazo, cesando el desarrollo del bebé.

La sociedad progresista ha olvidado la claridad del tema. En cuestión de palabras, los términos embrión y feto vienen del latin fetus y del griego ἔμβρυον, que significan ‘cría’ o ‘descendencia’, y ‘brote’ o ‘lo que crece dentro’, respectivamente; es decir, su redefinición de términos ignora completamente la lingüística, la ciencia histórica, y aún el simple sentido común. Así también, el progresismo abandona completamente el hecho de que fuimos creados por Dios (Gn. 1:26-27; Sal. 139:13). Uno puede proponer aún que el embarazo solamente es el medio por el que llegamos al mundo, engendrados por nuestros padres, pero la creación, quien está detrás del origen de cada ser vivo es Dios (Col. 1:15-16). Siendo así, ¿quién de entre nosotros tiene el derecho de tomar la vida de cualquiera si le pertenecen a Él? ¿quién está libre de pecado como para ser verdugo de su hermano? ¡Nadie! (Ro. 3:10). Fue un error decir que los judíos no eran seres humanos, es un error decir que los bebés en el vientre no son seres humanos.

Los judíos traen enfermedades, epidemias y pobreza.

El Führer justificó la matanza en Auschwitz argumentando que los judíos eran una carga para el pueblo alemán, el pueblo de Sión cargaba con pestilencia y enfermedades mentales, las cuales impedían el avance de la sociedad pura y aria. Su paranoia por la perfección social lo llevó a considerar una carga -y no seres humanos- a los discapacitados, los enfermos mentales, las personas con enfermedades virales y aquellos que vivían en pobreza extrema y dependían del subsidio y sustento del Estado. ¿Su solución para esta problemática tan grave? Campos de trabajos forzados y, cuando uno podían trabajar, su siguiente parada era el exterminio.

Hoy vemos un argumento muy similar en cuanto al aborto se refiere. Se está de acuerdo con este gran crimen bajo la tesis de que ‘es falto a la moral traer al mundo a un ser humano con capacidades distintas’ -como lo es el síndrome de Down, por ejemplo-, en un estatus social bajo o como producto de un delito federal -como lo es el abuso sexual-. De este modo, matar al bebé en su temprana edad es la vía para que no viva una calidad de vida inhumana, sin amor y expuesto al dolor y problemas del mundo.

Nuevamente esto me lleva a la Soberanía de Dios, quien decide en Su Voluntad -la cual el hombre jamás podrá comprender en plenitud (Is. 55:9-11 cp. Ro. 11:33)- cómo y por qué motivos una criatura nace en una circunstancia u otra. Un caso claro de esta situación es un hombre que nació ciego (Jn. 9:1-2). Si este hombre hubiese sido concebido en el s.XXI, bueno, probablemente mucho se debatiría si algunos lo dejarían nacer o no, pero sabemos que habría quienes estarían manifestándose en la plaza de gobierno del país exigiendo la muerte del pequeño, para evitarle una calidad de vida ‘terrible’. Sin embargo, por la Gracia de Dios, él nació en el primer siglo y, cuando los discípulos le preguntaron a Cristo por qué él nació con esta característica, el Señor dio una respuesta maravillosa: ¡Para mi Gloria! (Jn. 9:3).

La crisis de alipori en la mente del incrédulo jamás le permitirá ver la belleza de la vida humana concedida por Dios, para Su Gloria (Is. 43:7; Jn. 15:5; 1 Co. 10:31). Si nacemos plenos, para la Gloria de Dios nacimos plenos. Si nacimos con capacidades distintas, para la Gloria de Dios nacimos con capacidades distintas. Si nacimos entre los ricos, para la Gloria de Dios es; si entre los pobres, para la Gloria de Dios es. Si vivimos, para Dios vivimos y si morimos, para Dios morimos.

Los judíos, sencillamente, merecen morir.

Esta frase es común entre los neonazis, particularmente entre las olas urbanas que se apoderaron de Europa y América durante la Guerra Fría. La confianza y severidad con la que hombres y mujeres decían estas expresiones parecía evocar incluso el deseo de que pudiesen encontrarse con un judío en las calles, para ellos mismos hacer la noble labor de ayudar a la humanidad, matándolo. Al menos, si algo podemos rescatar, los mismos judíos supieron organizarse en grupos de autodefensa y protección, no con el fin de devolver fuego con fuego, sino sencillamente para proteger a los suyos del odio sinsentido de sus opresores.

Hoy, desgraciadamente, no es lo que ocurre en nuestro planeta. Los más inocentes entre nosotros, aquellos pequeños que estarían por nacer, son víctimas de una cruel ola de pañuelos verdes y puños alzados exigiendo el derecho a salvaguardar la salud de la humanidad, asesinándolos a sangre fría. El mundo ha volteado la espalda a la única población que no puede organizarse en grupos de autodefensa, que no puede acudir a las cortes y presentar su caso para apelar al simple y sencillo derecho a vivir, que no puede gritarle a su madre desde el vientre que tenga misericordia y que no lo mate. Hemos convertido al genocidio en un ‘beneficio para la salud de las mujeres’.

Cristianos, pregúntense seriamente, ¿qué hubiese pasado si Jocabed hubiese abortado a Moisés? ¿si Ana hubiese abortado a Samuel? ¿si Betsabé a Salomón? ¿si Elizabeth a Juan? ¡¿si María al Señor Jesucristo?! A veces olvidamos que detrás de un precioso bebé que creció para ser una parte vital de la historia, hay una mamá que fue/es bienaventurada, porque recibió, en carne y hueso, el obsequio de Dios a la humanidad, es decir, otra generación que tiene la oportunidad de voltear a Él en arrepentimiento (2 Co. 6:2). Cada bebé concebido en el mundo es una muestra de la Paciencia y la Clemencia de Dios hacia esta humanidad perversa y sin corazón, matar el obsequio de Dios, entonces, es martillar la cruz más profundo y llenar de más sangre la copa de ira que la humanidad tomará al final de los tiempos.

Amados, ¡vengan a las trincheras! ¡luchemos por la vida! Acabemos de una vez con la masacre más grande que la humanidad ha cometido, y demos gracias a Dios por el obsequio más grande de la Gracia Común: La vida desde la concepción.

A Dios sea la Gloria

Alfonso I. Martínez

Estudiado en TMAI, maestro dominical y escritor académico y de ocio, Poncho decidió fundar el ministerio de "Teología Para Todos" como una apertura e introducción de la teología académica para la comunidad laica de habla hispana, sosteniendo que ésta es esencial para el cristiano que desea conocer a Dios. Se dice discípulo de John Owen.

https://twitter.com/alfonso_ima
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