Predicando Pavadas III: Las Fuerzas del Cielo

Desde que se popularizó en Internet la cátedra económica del Dr. Javier Milei, ahora presidente de Argentina, muchos han tomado el texto de 1 Macabeos 3:19 como canónico en su vida. Y, es entendible que un texto tan motivador y con tan grande principio teológico como lo es la confianza plena en Dios sea el motto de todos nosotros. Basta con citarlo para contemplar la profundidad de lo antes mencionado: «porque la victoria en la batalla no consiste en la multitud del ejército, pues del cielo viene la fuerza».

El problema con la cita anterior es que algunos lo consideran como parte de las Escrituras, mientras que otros, no. Si bien, casi todos los teólogos cristianos, católicos y ortodoxos confirman que hay libros que no deben ir en la Biblia -como la Ascensión de Isaías, Asunción de Moisés, el Libro de Enoc, Libro de los Jubileos, Apocalipsis Griego de Baruc, Cartas de Aristeas, Tercero y Cuarto de Macabeos, Salmos de Salomón, Secretos de Enoc, Oráculos Sibilinos, Apocalipsis Siríaco de Baruc, Epístola de Baruc o el Testamento de los Doce Patriarcas (Douglas & Tenney , 2011)-, no parece que logramos ponernos de acuerdo qué libros son inspirados por Dios (2 Ti. 3:16).

Ahora, pareciera que empezamos con mucha academia, ¿no es verdad? Desarrollemos. El canon de la Biblia es, en pocas palabras, el conjunto de los libros que Dios ha inspirado para comunicar fiel y finalmente su revelación con el hombre (2 Pe. 1:19-20). Así, los libros canónicos son todos aquellos que han sido verificados en su autoría, historicidad y/o inerrancia en tanto a la verdad doctrinal e histórica que Dios ha revelado. Por otra parte, con libros apócrifos nos referimos a aquellos escritos anónimos atribuidos a personajes célebres -como apóstoles o profetas de la Biblia- o con autoridad en el pasado para dotarlos de mayor autoridad o credibilidad, a menudo escritos por los discípulos de la persona fallecida basándose en lo que ésta enseñó -o supuestamente enseñó- (Magnum, 2014). No obstante, hay un tercer grupo de libros que algunos consideran canónicos, mientras que otros los consideran apócrifos. Estos son los pseudoepígrafos.

Los eruditos protestantes emplean el término "pseudoepígrafos" para designar una clase de escritos extracanónicos, en su mayoría de origen judío, que los católicos-reformados, de acuerdo con el antiguo uso cristiano, suelen llamar apócrifos. Muchos de estos escritos son seudónimos -es decir, escritos a nombre de alguien más- pero otros son anónimos, de modo que el nombre "pseudepígrafos" es aplicable a toda la clase sólo a potiori. Los que introdujeron éstos textos sin duda tenían en mente principalmente los distintos apocalipsis, como IV Esdras, en los que la atribución de la autoría a algún hombre famoso de la antigüedad es una parte esencial de la ficción. Los libros incluidos bajo el nombre de "Pseudoepígrafos" son muchos y variados; varios de los más importantes han salido a la luz recientemente, y continuamente se hacen nuevos descubrimientos (Singer, 1901-1906).

A partir de todo lo anterior, vuelvo a mi tesis inicial. Muchos han retomado la lectura de los libros de los Macabeos, así como el resto de los pseudoepígrafos -estos son Macabeos I y II, Tobías, Judit, Adiciones a Ester, Sabiduría, Sirácida, Baruc y Adiciones a Daniel, con algunas biblias añadiendo dos o tres libros más- como una práctica regular para el fortalecimiento de su fe, como si éstos libros merecieren hallarse a la par de las Escrituras, fundamentando esta práctica en que estos están incluidos en algunas traducciones latinas de las Escrituras -particularmente las promovidas por Roma-. El problema no está, sin embargo, en tomar dichas lecturas -llegaremos ahí-, sino creer que son parte de las Escrituras, ¡esa sí que es una pavada! Hoy estudiaremos por qué nosotros, como protestantes, no consideramos a los pseudoepígrafos como Escritura, y si es correcto -o pecaminoso- leerlos y aprender de ellos.

Los pseudoepígrafos no son inerrantes.

Historicamente, estos libros tienen errores. Si bien, libros como Primero Macabeos, en palabras de Errington (2016) es la fuente más importante para conocer la historia de Israel de mediados del siglo II, es inexacto en la división del reino Alejandrino (1 Mac. 1:7), así como la supuesta filiación entre el reino de Esparta y Judea (1 Mac. 12:6-7, 21). Bechtel (1907-1913) defiende que estas imprecisiones histñoricas no son culpa del autor, pues está citando a alguien más que sí estaba en un error -como los amigos de Job al mal-aconsejar a su amigo en agonía (Job 42:7)-. Sin embargo, este argumento es inválido porque las citas -también erróneas- suceden hasta adelante en el libro (1 Mac. 8:1-16), mientras que el marco histórico con sus fallas está al inicio del libro.

El caso de Tobías no es distinto. Lutero parece haber sido el primero en poner en duda la historicidad literal de este libro, considerándolo más bien como un romance didáctico. El gran número de detalles personales, locales y cronológicos que impregnan el libro le dan la apariencia de ser un registro histórico; no obstante, esto no es más que parte de la intención artística del autor. Su objetivo realmente fue interesar, instruir y animar a sus lectores, que aparentemente se encontraban en el exilio y habían caído en tiempos difíciles (Daves, 1915), pero una historia fabulosa o parabólica no contiene tantos detalles como los sugeridos en este libro. Esto significa que [1] o Tobías es un libro que buscó ser histórico y ha sido desmentido, o [2] es un libro fantástico -una parábola o alegoría- que incluye muchísimos más detalles de los que podríamos esperar o necesitar, descalificando dicho género. No hay otra escapatoria.

Cuando vemos el libro de Judit, por otro lado, es digno de un estudio más profundo. El libro de Judit ofrece una historia de fe para aquellos confrontados con los horrores del exilio, y motivación y esperanza para una nación débil y atormentada, aunque sus datos históricos no parecen ser precisos, sino más una analogía del pueblo judío en Samaria (Meyer, 2014). Tan difícil es el argumento en defensa de este libro que aún el judaísmo mismo considera la historia como entretenimiento y no como Escritura (Handy, 2000). El hecho de que las referencias históricas tiendan a ser recuentos de material bíblico con adiciones imaginativas de la geografía y la nacionalidad por parte de un autor que conocía la Torá y los Profetas, sugiere que la intención era componer un relato corto y ficticio que entrelazara elementos de las tradiciones de Israel con acontecimientos históricos de épocas más recientes en una narración educativa (ibid.) Sin embargo, el mal uso de las interpretaciones alegórica y literalista terminaron en concluir que el libro es [1] históricamente impreciso o [2] de múltiple interpretación -puesto que Roma llegó a usarlo para defender la Mariología oscurantista-.

Ahora, no pretendo hacer aquí un estudio exhaustivo de cada imprecisión histórica de los pseudoepígrafos -aunque, mala idea no es-. Sin embargo, la idea general está demostrada. Ningún libro de la Biblia tiene conflictos de imprecisiones históricas o múltiples interpretaciones que sustancialmente divida al pensamiento cristiano como lo hacen estos libros. Si bien, hay libros con sus respectivas dificultades y retos de interpretación -como Cantares o Hebreos- éstos no poseen imprecisiones históricas o sesgos retóricos que los confundan de género literario o intención. Aún más, son libros que no se contradicen, algo que vale la pena desarrollar enseguida.

Los pseudoepígrafos no son teológicos.

Doctrinalmente, algunos pasajes de estos libros enseñan pavadas -y, por lo tanto, descalifican a todo el texto, claro está-. Por ejemplo, Primero Macabeos sirve como un segmento de propaganda para la dinastía asmonea -es decir, de Judas Macabeo-. El narrador constantemente glorifica y justifica la actuación de sus fundadores contra el movimiento helenista, de modo que Dios ya no es el rescatador milagroso de Israel, sino el Dios que los héroes asmoneos adoran (Johnson, 2014; 1 Mac. 5:61-62). Tan propagandístico es este escrito, que Segundo Macabeos es una reedición de una parte de los hechos narrados por el primer libro, pero que ahora introduce doctrina nunca antes vista por la fe judeocristiana, como la intervención por los muertos (2 Mac 12:43b-45). En otras palabras, mientras que el primero falla en reconocer la intervención de Dios en la historia, el segundo enfatiza tanto el misticismo en la intervención que acaba en una especie de esoterismo donde Dios, y muchas otras entidades espirituales, intervienen. 

Tobías, siguiendo con los espíritus nuevos, introduce la figura del arcángel Rafael, quien aparece en respuesta a la limosna y la oración de Tobit -su padre-, enviado por Dios para ayudarles. Rafael se describe a sí mismo como uno de los siete ángeles que "están preparados y entran ante la gloria del Señor" (Tob. 12:15). Su problema yace en describir que él mismo lucha contra los demonios (Jud. 9) y ayuda a los mortales, pero su esfera es únicamente celestial -lo que sea que eso signifique-, y recuerda a Tobit y Tobías que en realidad no comía ni bebía, sino que sólo lo parecía. Todo lo anterior refleja la desarrollada angelología -la doctrina que estudia a los seres espirituales, particularmente a los seres celestiales- del periodo postexílico (Soll, 2000) y que en ningún otro lado de las Escrituras vemos semejante personaje o acciones.

Judit, por otro lado, a pesar de tener un claro mensaje doctrinal en torno a la fe en el Dios de Abraham, sí que destaca varios elementos que la historia no ha pasado desapercibidos. Principalmente, Roma se ha encargado de marcar una tipología entre Judit y María para defender sus posturas en tanto a la veneración de la madre del Señor Jesucristo (Handy, 2000). Definitivamente, será difícil -entiéndase la ironía- de hallar algún texto bíblico que justifique la veneración-adoración a María y que empate con el sentido hermenéutico que se le da a Judit que, no solo es impreciso, podemos incluso clasificarlo como blasfemo -esto es, a la interpretación romana del texto-.

Otros tantos libros como Sabiduría y Eclesiástico tienen serios problemas teológicos. Kuo (2014) nota que, primero, enseñan la eternidad del alma (Sab. 8:19-20) casi enseñando doctrina gnóstica-platónica (Sab. 9:15) en total contradicción con las Escrituras (Gn. 2:7). Al mismo tiempo, aunque los aires sobre la ‘sabiduría’ que hallamos en el octavo libro de Proverbios es similar a los hallados en ambos textos, es imposible reconciliarlos dado que los apócrifos -particularmente Sabiduría- sugiere que la sabiduría -como tipo de Cristo- fue creada (Sab. 7:25-26) contrastando con la eternidad enseñada en el canon (Pr. 8:24, 27, 30).

Estos son breves ejemplos, ¡imaginen cuántos detalles más nos podríamos encontrar si comentáramos estos libros verso por verso! Sin duda, hay dos que tres pasajes muy válidos de rescatar, algunos con fuerte y sólida teología bíblica. Pero un libro inspirado es medio correcto. Una mancha, por más sutil que sea, impide que califiquemos al vestido como ‘limpio’; lo mismo sucede con el término inspirado

Los pseudoepígrafos no fueron preservados providencialmente.

Quizás entre los argumentos más débiles para algunos amantes del debate lingüístico-académico está escuchar que «si Dios hubiese querido preservar éstos libros como Escritura, estarían hoy en nuestras Biblias». Los grandes apologistas -principalmente los que han roto definitivamente con Roma, léase Catolicofobia- sencillamente no terminan por apelar plenamente ante el argumento de la providencia porque tiende a dar paso con mucha facilidad a una postura más moderada del debate canónico, conocido como Prima Scriptura -de eso reflexionaremos en un momento más-. Sin embargo, abstenernos totalmente de un argumento así es también demeritar la soberana intervención de Dios en la historia humana. Una lectura al libro de los Hechos de los Apóstoles -o como se nos enseña a llamarlo en el seminario, los Hechos del Espíritu Santo a través de sus Apóstoles- podrá demostrar que es un error pensar que Dios no interviene en favor de Su Iglesia. ¿Por qué sería la excepción la preservación de Su Palabra, la cual dijo, por cierto, que no pasaría aún si pasan el cielo y la tierra (Mt. 24:35)?

La Biblia -protestante- que tenemos en nuestras manos es fruto de la evaluación y estudio hecha por hombres como San Ireneo, San Clemente de Roma, San Agustín, San Jerónimo, San Atanasio de Alejandría y muchos otros padres de la iglesia que trabajaron arduamente para reconocer -no dictar ni autorizar, nótese la enorme diferencia- qué libros fueron inspirados por Dios (Frame, 2018). Lo último es de vital importancia. Debemos entender que la canonicidad no se extiende, sino que se reconoce. Para entender mejor esto, notemos que ninguno de nosotros dicta o autoriza donde o con qué fuerza nos afecta la gravedad, sencillamente reconocemos que ahí está, empujándonos hacia abajo. En el debate por los libros inspirados, no dictamos o autorizamos qué libros están o no inspirados, simplemente reconocemos que aquí están, guiándonos hacia arriba (Jn. 14:6 cp. Lc. 24:27).

Hay excepciones muy interesantes -¿alguien más notó el ‘protestante’?-, claro está. Judit y Ester eran considerados libros gemelos -no en igualdad de contenido, sino de tratamiento-, y algunos padres de la iglesia -como San Clemente de Roma- lo consideraban como canónico, por lo que algunos teólogos lo citan en sus trabajos, mientras que otros, no (Meyer, 2014). Particularmente, Judit tuvo pleito entre las escuelas literales -sobre todo en Constantinopla- y fue hasta los concilios de Cartago (397 d.C.) y Trento (1545 d.C.) que fueron reconocidos como canónicos por Roma, casi trescientos y mil doscientos años después, respectivamente (Davies, 1915), por lo que los protestantes, por indecisión -es decir, que reconocieron que Dios no otorgó unidad de pensamiento a todos- se abstuvieron de añadirlo al canon.

Las Adiciones a Ester igualmente han sido parte del canon bíblico equitativamente con el libro mismo de Ester -es decir, la Iglesia históricamente los trató como una unidad- hasta el día que se reconoció del AT hebreo-masoreta que no las contenían en los primeros siglos después de Cristo (Crawford, 2016; Whitcomb, 2014). La razón por la que los protestantes nos abstenemos que estos textos son varios. Uno es que resulta prácticamente imposible saber la fecha y la ubicación precisa de los agregados, por lo que tampoco podemos apuntar a la autoría y autenticidad de las mismas. Así también, muy probablemente fueron escritos con el fin de afirmar explícitamente lo que Ester enseña de forma implícita, esto es, Dios controla todo (ibid.; Est. 4:13-14). Y bueno, hay muchos otros libros que exponen los detalles vistos en esta y aquella partes de las Escrituras, y no por eso los canonizamos.

Un ejemplo más -y que va a pisar callos de hermanos muy amados-, lo hallamos con el libro de Sabiduría. San Jerónimo -autor de la Vulgata- y San Agustín de Hipona tenían posturas opuestas respecto de este libro, solo que sorprenderá a muchos saber que coinciden con el papista, no con el firme pre-reformador. Mientras que San Jerónimo se oponía a la canonicidad del libro atribuido a Salomón, el teólogo de Hipona lo tenía como su libro favorito, de modo que varios de sus escritos, particularmente “De Trinitate” -Sobre la Trinidad- lo citan. Pese a lo anterior -y eso que hablamos del mismísimo San Agustín-, el libro no es preservado como canónico, llegando al punto tal de que pocas veces es citado por los círculos romanos contemporáneos, pese a que es parte del canon romano.

En conclusión a esto, los dos mil años que han pasado son también un instrumento divino para decirnos qué libro es y qué libro no es. De nuevo, no porque lo diga tal o cual, sino porque Dios así lo ha permitido providencialmente. Si alguno quisiera añadir hoy Judit o la Sirácida a la Biblia, sería lo mismo que decirle a Dios “¡hey! Tu Revelación suficiente estaba incompleta, por lo que la iglesia recibió una biblia incompleta de Tú parte por dos milenios completos pero, ¡suerte la tuya que vine para corregirlo!”. Aquél que se ofende con una actitud así estará de acuerdo conmigo, la Providencia es el argumento definitivo para la canonicidad. 

Quizás, solo quizás… ¿Prima Scriptura?

Resta solo responder la pregunta. ¿Es sano que los creyentes leamos los pseudoepígrafos? Mi respuesta personal -enfatícese, hablo sólo por mi persona- es que sí… con algunos asteriscos.

Leer Macabeos debe ser equivalente para el cristiano como leer una biografía de algún creyente. Es una historia inspiradora y con grandes momentos que nos animan a mantener la confianza en Dios ante las dificultades, pero no es Escritura. Tiene errores -como cometen errores los hombres- y debe examinarse a la lupa de la Palabra (Hch. 17:11).

Leer la Sirácida, Eclesiástico o Sabiduría debe ser equivalente para el creyente como leer proverbios chinos o manuales de administración personal y colectiva. Son recursos que tienen principios morales y que nos llevan a una perspectiva más práctica de una vida piadosa, pero no es Escritura. Algunas enseñanzas son incluso contrarias a la Santa Biblia y, hacemos bien en guiarnos por el principio de que la vida piadosa nace primeramente del temor a Dios (Pr. 1:7), de quien aprendemos perfectamente en Su Palabra revelada (2 Pe. 1:19-21).

Leer Tobias, Adiciones a Ester, Adiciones a Daniel o demás narrativa se puede comparar con leer los fabulosas -y siempre recomendadas- novelas de C. S. Lewis, las épicas historias de Tolken, o las interesantes novelas históricas basadas en narrativas bíblicas. Todas nos transportan a un mundo fantasioso, pero diseñado por hombres pecadores, tratando de emular la belleza de la trascendente realidad de lo divino, pero limitados por la lengua humana. Es decir, uno podrá reconocer características válidas y rásgos de carácter propios de un hombre piadoso, pero no es Escritura. Son narrativas tan épicas como las de Tolken, y tan profundas como las de Lewis, pero tan imprecisas como las de LaHaye -el que lee, entienda-.

Finalmente, amados hermanos, a eso me refiero yo al hablar de Prima Scriptura -aunque algunos reconocerán correctamente que en realidad sí es Sola Scriptura-. No creo que sea prudente satanizar la lectura de libros que promueven los principios que nosotros defendemos. Entiendo que su tratamiento por la historia y por aquellos que los han querido exaltar nos orillan a tener más cuidado al aproximarnos a su lectura; no obstante, negarnos a conocer parte de la literatura de aquél tiempo es cerrarnos la puerta a un contexto histórico y literario muy necesario para el académico de las Escrituras.

Un consejo resta, sí. Estén alertas si se acercan a leerlos. El cristiano sabio sabe que todo debe examinarse a la luz de la Palabra (Sal. 119:105) y, si bien mi caso hoy fue con el deseo de que les perdamos el miedo, sí que haremos bien si los leemos comparándolos contra las Escrituras (Hch. 17:11) y eso solo sucederá si, antes de ver lo que se dice que es Escritura, conocemos a fondo lo que sí sabemos que es Escritura.

A Dios sea la Gloria.

P. D. Este artículo lo escribo en especial dedicatoria a mi amado hermano Sergio Acosta, a quien le mando un fraternal y muy cálido abrazo esperando, como dicen ‘por allá’, poder pronto ‘echar un mate con vos’…

Fuentes de Consulta.

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  • Mangum, D. (2014). The Lexham Glossary of Theology. Lexham Press.

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Alfonso I. Martínez

Estudiado en TMAI, maestro dominical y escritor académico y de ocio, Poncho decidió fundar el ministerio de "Teología Para Todos" como una apertura e introducción de la teología académica para la comunidad laica de habla hispana, sosteniendo que ésta es esencial para el cristiano que desea conocer a Dios. Se dice discípulo de John Owen.

https://twitter.com/alfonso_ima
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