Un líder fortalece a otros.
Durante los últimos años, se ha visto a la iglesia temerosa por la enfermedad y la muerte, la luz se ha puesto debajo de un almud, el evangelismo fue hecho prisionero del pánico y la ansiedad. ¿Qué hicieron muchos líderes de las iglesias? Se quedaron en casa, cerraron los templos y suspendieron las visitas. Si el líder sucumbe ante el pánico, el pueblo tendrá pánico. Un líder débil en su confianza debilita a otros. Muchos pastores temieron tanto la enfermedad física que no vieron venir una pandemia espiritual en la iglesia, los síntomas de esta grave enfermedad que aún está entre nosotros son el desanimo, el pecado, la separación, el divorcio, la ociosidad y, como resultado de todas las anteriores, la apostasía (1 Ti. 4:1-2). ¿Cómo los doctores siguieron asistiendo a los hospitales y los pastores cerraron las iglesias? ¿No es la iglesia el hospital del alma? (1 Ts. 4:18).
En México hay cientos de millones de pecadores que necesitan a Cristo y en el mundo hay miles de millones de personas que mueren sin Él como su Salvador (Mt. 9:37). ¿Dónde están los líderes como Nehemías que fortalecen a otros para que la obra de Dios no se detenga? ¿Dónde están los líderes que dicen con Pablo: “Para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia…” y que enseñan a la iglesia que más deseable es el cielo que la salud? Jesucristo advirtió a los discípulos que sufrirían grandes calamidades en la tierra, pero que podrían sobrellevarlas recordando que su casa los esperaba en el Cielo (Jn. 14:1).
¿Dónde están los líderes que encaminan a sus ovejas al cielo? (He. 13:7, 17) ¿Dónde están los líderes como Calvino, que cuando la peste azoto a Ginebra y se requería de un misionero en los hospitales se puso de pie y sin fluctuar dijo: '¡Iré yo!'? Al reformador no lo dejaron ir por causa de su importancia para la iglesia, pero su ejemplo y valentía fue tal que Peter Blanchet se levantó en su lugar y visito a los enfermos de peste, uno por uno hasta que el mismo se enfermó y murió.
Una iglesia acobardada necesita pastores valientes, como David, quien peleaba contra osos y leones por amor a su rebaño. ¡Levántate, iglesia del Señor! (Mt. 28:19-20).