Alabando Inteligentemente.
Algo verdaderamente hermoso dentro del cristianismo que de ninguna manera puede faltar en la preciosa comunión entre Dios y los hombres son los cánticos de alabanza. La adoración, expresada a modo de canto hacia Dios, va más allá del gusto que un creyente puede tener por tal acto. Uno no alaba únicamente porque siente gozo al hacerlo. Se trata de la real importancia de la actividad por el gusto que Dios tiene por ella. No se trata de una mera tradición humana. La música es un invento de Dios al igual que lo es el hombre. La alabanza es el resultado de dos hermosas y peculiares creaciones divinas, trabajando satisfactoriamente en armonía para adorar al Rey de toda la tierra (Sal. 150:1). El hombre, la obra preferida de lo alto, hace uso de la incontenible e intangible belleza llamada música para declararle al Señor sus incuestionables atributos de manera solemne y alegre, -O, al menos, así debería ser-.
Una realidad, por otro lado, que es bastante triste, es que la iglesia moderna ha inclinado las balanzas hacia el lado incorrecto al tratarse de este tema. Los cantos de hoy parecen tener la intención de agradar más a la audiencia terrenal de lo que quieren agradar a Dios mismo. Ya no se considera al oído de Dios. Lo que importa es endulzar al oído humano. El compositor y el adorador moderno, parecen darle más importancia a esa belleza llamada “música”, que a esa otra belleza (infinitamente más importante) llamada doctrina cuando, en realidad, nada impide que la buena música y la buena teología armonicen para así brindarle al cielo cantos dignos de ser escuchados (He. 13:15).
No hay enemistad entre la música y Dios. La música no tiene conciencia propia como para revelarse a su creador. El enemigo de Dios es el hombre que no le ama (Stg. 4:4), y es el hombre el que viéndose corrompido por el pecado, corrompe todo lo que está a su alcance (Ro. 3:10-18). Y así es como el mundo ha corrompido a la música, y solo basta con escuchar la música de nuestros tiempos y su contenido tan deplorable para darnos una idea clara de que no miento en esto.
Por lo tanto, si hay algún sitio donde la música y los cánticos pueden conservar su estado original y donde pueden cumplir con el propósito para el cual fueron creados, es dentro de la iglesia. No porque bailar una balada, o dedicarle una canción romántica (y decente) a nuestra pareja, o tener algún género musical preferido este mal. Pero ahí no descansa el principal propósito por el cual la música y los cánticos fueron creados. La música nació de Dios y a El debe volver (Ro. 11:36), y solo un cristiano puede ser realmente consciente de ello. Por eso es que dentro de la iglesia no podemos, en lo absoluto, contaminar a la alabanza. Mas allá del género o estilo musical (que igual creo que hay estilos musicales que no sirven para alabar), nuestro enfoque principal debe estar en el contenido, en lo que decimos.
Ciertamente el hombre cristiano debe hablar siempre como lo que es: un ser pensante. Y más cuando la persona a la que se dirige el creyente, es a Dios mismo. Por eso el salmista lo deja claro: “Cantad con inteligencia” (Sal. 47:7), porque el cristiano jamás puede -ni debe- decir cosas a la ligera y ¡mucho menos al alabar al Rey Supremo! La Biblia nos muestra innumerables salmos y pasajes referentes a la alabanza, Los suficientes para saber cuál es la manera correcta de llevarla a cabo. Y aún si no tuviéramos tales ejemplos, el carácter de Dios revelado en su Escritura, sería suficiente para mostrarnos las más correctas formas de alabarle y los límites que no debemos cruzar (1 Pe. 1:15-16).
Ciertamente, cualquier persona que tuviese la oportunidad de estar delante de un rey, sería extremadamente cuidadosa a la hora de hablar. En un caso así no solo cuidaríamos nuestras palabras, sino también el modo en que las diríamos. Decirle a un rey que es “muy buena onda” no sería precisamente una ofensa, pero si una completa irreverencia y falta de respeto a su posición. Del mismo modo, al cantarle a Dios, debemos ser estrictamente cuidadosos con lo que decimos y cómo lo decimos. No hay libertad de ideas cuando se trata del carácter de Dios (Mal. 3:6; He. 13:8) pero dentro de la libertad que si tenemos para expresarnos, tenemos que ser reverentes siempre, debemos cantar únicamente las verdades absolutas de Dios reveladas en su Palabra, procurando que, al hacerlo, sea siempre de manera respetuosa y sensata (Sal. 2:11).
Como creyentes, estamos obligados a estudiar La Escritura y no únicamente para la defensa de nuestra fe, o para la predicación misma, también porque nadie puede adorar de manera correcta a un Dios que no conoce, y realmente nadie puede conocer a Dios, si no es por el medio supremo que Él nos dio: La Biblia (Jn. 5:39). Dios no quiere que experimentemos ninguna sobrenaturalidad o éxtasis en la alabanza.
Cabe aclarar, sin perder el enfoque en el aspecto litúrgico de la adoración, que con danza, o sin danza, con batería, o con solo una guitarra, se puede realmente ser reverente al momento de alabar. Sin querer ser repetitivo, quiero dejar en claro que lo incorrecto está en proclamar cosas anti-bíblicas, tanto como permitir que las emociones nos guíen por completo y de ese modo, arriesgarnos a dejar la adoración a un lado a la hora de adorar (por más irónico que eso suene). Se puede cantar con alto o bajo volumen, se puede usar un ritmo acelerado o lento, se puede bailar (sin caer en lo ridículamente libertino) o no se puede bailar, pero el sentido y vocación está en que, sea como sea que lo hagamos, no olvidemos lo que hacemos: ALABAMOS A DIOS.
Ponía de ejemplo a un rey terrenal y sobre el respeto que debería recibir de cualquier individuo. Pero Dios no es un rey terrenal (eso es claro). A un rey terrenal podríamos alabarle con nuestros labios, mientras le maldecimos en nuestro interior por su manera de gobernar, y él no tendría manera de saberlo, se sentiría complacido por lo nuestras hipócritas palabras y eso sería todo. Bien, “Dios es el Rey de toda la tierra; cantad con inteligencia” (Sal. 47:7). Dios es un Rey especial, no es “un rey más”, y por eso es digno de recibir cánticos especiales (Ap. 4:11), ‘cánticos inteligentes’.
Como decía, a un rey terrenal se le podría alabar con la boca de la manera más solemne y se le podría odiar con el corazón y, humanamente hablando, sería una jugada inteligente. Pero delante de Dios, una jugada así, sería realmente estúpida. Se podría decir que los primeros dos pasos a seguir para brindar una alabanza inteligente a Dios que hasta ahora hemos visto, son: (1) Proclamar cosas correctas y (2) hacerlo de manera correcta. Pero un canto inteligente a Dios va aún más allá. No se podría lograr sin el tercer punto que responde a lo siguiente: ¿Qué pasaría si alguien cantara únicamente alabanzas bíblicas y procurara hacerlo de un modo que considera reverente, pero en su corazón no creería lo que proclama?
Hermanos, si un hombre canta algo anti-bíblico, puede tratarse de alguien que ignora una verdad o que es un irreverente. Pero si alguien que canta salmos e himnos, y estando consciente de lo que dice no vive lo que proclama, es realmente un mentiroso o un hipócrita. No solo es cantarle a Dios que “Él es Rey” porque La Biblia dice que Dios es Rey. Es cantarle a Dios que es Rey porque es realmente Rey de mi vida. Ese es el canto más inteligente.
Cantar con inteligencia es esto: Expresar a Dios sus más grandes verdades de manera reverente, porque se han vuelto una verdad indiscutible en mi vida. El Rey de la tierra no es un rey al que le debamos endulzar el oído. Nuestro Dios es un rey que se ve complacido por cantos que son entonados por sus instrumentos santificados, por corazones sinceros (1 Sam. 16:7 cp. Pr. 17:3). Cantarle con inteligencia a Dios es que las verdades que proclamemos sean primeramente verdades en nuestras vidas. Si canto que Dios es Soberano (Dan. 4:35), es porque ciertamente reina en mi vida (Sal. 33:12). Si canto que Dios es Bueno, es porque no tengo dudas de eso. Si canto que Dios es Santo, es porque le temo. Si canto que Dios me ama, es porque he visto claramente Su Fidelidad en mi vida. Si canto que es Él Digno de alabanza, es porque realmente creo que Él es “El Rey de toda la tierra…” (Sal. 47:7).