¿Decir la verdad es discriminación y odio?

El pasado 21 de septiembre, delante de la Cámara de Diputados de México, la persona que responde al nombre de "Salma Luévano" presentó una iniciativa para reformar los artículos 8 y 29 de la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público, argumentando que "una gran cantidad de líderes religiosos se han opuesto a [sus] derechos fundamentales, categarizando a [la comunidad LGBT] de pecadores... Incluso... [incitando] al linchamiento bajo una falta [de] libertad de expresión". Añadiendo que los mensajes de odio en su contra representan "un ultraje a la dignidad humana". En otras palabras, el discurso presentado pretende hacer creer que nosotros, promotores de la fe, cantamos a una sola voz: "¡Mátenlos!". Nada puede estar más alejado de la realidad.

Sin embargo, lo alarmante de la iniciativa propuesta es que se pretende sancionar a la predicación abierta de pasajes tales como los hallados tanto en el Antiguo Testamento (Lv. 18:22; 20:13; Dt. 22:5) como en el Nuevo Testamento (Mr. 10:6; Ro. 1:26-28; 1 Co. 6:9-11; 1 Ti. 1:8-11; He. 13:4; Jud. 1:7), violentando totalmente las libertades de expresión, opinión y creencias que la Constitución ha defendido con tinta y sangre humana desde 1917.

Por lo anterior, quiero poner en claro dos cosas muy importantes. En primera instancia, quiero aclarar que nuestra predicación no es un discurso de odio ni de discriminación y, en segundo lugar, quiero afirmar la libertad de expresión de la que se dio uso al presentar la iniciativa, y de la que hago uso al predicar el Evangelio de Jesucristo.

¿Y si dijesemos que, en lugar de discurso de odio, es de amor?

El argumento central es, según la persona que vistió de obispo católico al momento de presentar la iniciativa, que los predicadores promovemos el odio e incitamos a la violencia a la comunidad LGBT, algo que es intolerablemente falso.

Si alguno de nosotros nos hallásemos en un inminente peligro de muerte -supongamos, a punto de saltar de un edificio-, las personas que tienen amor hacia nosotros harían todo lo humanamente posible por rescatarnos, llamando a los bomberos, subiendo al tejado e incluso corriendo a derribarnos con tal de detener nuestra marcha hacia la muerte. Nosotros, si teníamos la intención de concluir con nuestra existencia ¡claro que nos molestaría en un primer momento si logran detenernos! ¡Acaban de frustrar nuestro plan por acabar con nuestro sufrimiento y dolor! Pero, lo que no se ve por el frustrado suicida en ese momento, es el gran amor que se tiene por uno, de modo que las demás personas movieron cielo, mar y tierra con tal de salvar su vida. Un pensamiento similar está en el corazón del cristiano.

El Dios que hizo los Cielos y la Tierra ha decretado como abominable cualquier tipo de perversión moral que se practique (¡Él es Perfecto! cp. Lv. 18:22) y por causa de nuestros pecados -incluidos los de carácter íntimo y sexual- serán juzgados y sentenciados delante de Dios, de forma que somos destituidos de Su Gloria por ser hallados culpables (Ro. 3:23). Pero la Esperanza del cristiano es el Evangelio de Jesucristo quien, aún nosotros mereciendo el juicio, vino a morir en nuestro lugar (Ro. 5:8) y, no solo ya no cargamos nuestra culpa, sino que se nos ha dado un nuevo corazón (Ez. 36:26) y una mente pura (1 Co. 2:16) a fin de cumplir las palabras de Cristo "ve, anda y no peques más" (cp. Jn. 8:11b).

El mensaje, entonces, no es un llamado a hacer una cacería de brujas y a quemar en la hoguera a la comunidad LGBT, ¡todo lo contrario! Anhelamos que ellos lleguen al arrepentimiento para que sean librados de la pena por sus pecados (2 Pe. 3:9). El mensaje del Evangelio, entonces, no es "mueran, malditos infelices" sino "arrepentíos, porque el Reino de los Cielos se ha acercado" (Mt. 4:17). No negamos que ellos así nacieron, pero necesitan nacer de nuevo (Jn. 3:3). No es un mensaje de condenación, sino de arrepentimiento, de amor y de persuasión, ¡Ven a Cristo, y ven ahora!

No tengas temor, cristiano.

¿Qué pasaría si se modifica la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público? Primero y, antes que nada, el amparo se halla en que nuestra predicación no es discurso de odio. Debemos recordar siempre que jamás está en nuestro menester como cristianos el condenar a los demás, sino hacerlos conscientes de que ellos se han condenado a ellos mismos (cp. Jn. 3:17-18).

Sin embargo, sabemos que de uno u otro modo aquellos que desean silenciar la Verdad van a encontrar la manera de llamarnos racistas, homofóbicos y demás despectivos, categorizando nuestra predicación como "discurso de odio" (algo que, ya comprobamos en este artículo, no es). ¿Qué nos queda? ¿Someternos a nuestras autoridades y respetar que silencien el Evangelio? ¡No!

Sin duda, como ciudadanos, creemos que las autoridades civiles han sido puestas -de forma permisiva y providencial- por Dios (Ro. 13:1), pero su autoridad está sometida bajo la Ley de Dios, de modo que no hay ley o norma por encima de Dios mismo y Su Ley (cp. Dan. 2:20-21). Por más que la Constitución de nuestro país nos diga que es la autoridad suprema en cuanto a lo civil, la Autoridad Suprema de Fe, Moral y Práctica por excelencia es la Palabra de Dios (Sal. 19:7-11).

De este modo, debemos siempre atender aquella Ley que sea mayor y, en el caso del cristiano, la Ley que está por encima de todas las demás es la Palabra misma de Dios, la cual nos dice que, antes que a las leyes humanas, es necesario obedecerlo a Él (Hch. 5:29), confiados en que, aún si nos cuesta la persecución política o, en un caso muy extremo, la vida, Él nos da el valor para soportar en la batalla (2 Ti. 2:1-4). Nuestra labor es perseverar hasta la muerte, pues Él nos dará la Vida Eterna a cambio (Ap. 2:10).

Postdata: ¡Es pecado! ¡Arrepiéntase!

Sin duda, no podría decir que apelamos a amar a la comunidad LGBT sin llamarlos, en el Amor de nuestro Señor, a que vengan a la fe, ¡conozcan que Él nos ha llamado a la Santidad! ¡Él nos acepta a pesar de quienes somos! Tan solo basta venir a Él y aceptar su instrucción y Voluntad a nuestras vidas. En este sentido, a usted que se presentó en el Palacio Legislativo para llamar a este mensaje "de odio", permítame decirle: ¡No es verdad! Es con gran amor y afecto que le extiendo el llamado a usted, ¡Venga a Cristo, y venga ahora! En Él hay verdadera identidad, en Él hay salvación, en Él hay libertad.

A Dios sea la Gloria.

=0=

Anexo como referencia para consulta una copia, actualizada a fecha de publicación de este artículo, de la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público, cuya última reforma fue el pasado 17 de diciembre de 2015.

Alfonso I. Martínez

Estudiado en TMAI, maestro dominical y escritor académico y de ocio, Poncho decidió fundar el ministerio de "Teología Para Todos" como una apertura e introducción de la teología académica para la comunidad laica de habla hispana, sosteniendo que ésta es esencial para el cristiano que desea conocer a Dios. Se dice discípulo de John Owen.

https://twitter.com/alfonso_ima
Anterior
Anterior

Un gran mensaje de un libro pequeño.

Siguiente
Siguiente

Alabando Inteligentemente.