Lamentablemente, la iglesia ha perdido la cultura del «temer a Dios». Creemos que el temor bíblico es un equivalente pleno de «respeto», por lo que resulta inconcebible que Dios sea «terrible» o que uno deba tener «terror». Las imágenes del Éxodo de un pueblo atemorizado (Ex. 20:18-19) era porque se sabían idólatras, ¿cierto? Isaías se sabe muerto porque vio la Santidad del Dios Todopoderoso, pero ¡vamos! ¡Era un hombre inmundo! ¿no es verdad (Is. 6:5)? O, ¡Que decir de Pedro! él mismo ruega a Cristo que se aleje porque, ¡era un pecador! (Lc. 5:8). «No» dice la iglesia contemporánea «no es necesario tener terror por Dios, ¡si Él es Amor!». Una vez más… Es lamentable.

El texto de Miqueas es perfecto para ilustrar por qué utilizo éstas palabras para tales expresiones son sentido pues, en él hallamos una imagen de un Dios que, parece que lo es todo, excepto Amor. No que Dios no sea Amor, sería blasfemia negarlo (1 Jn. 4:6), pero argumentar que el Amor de Dios lo priva de airarse o de ser celoso, de ejercer Su Justicia en plenitud o mostrarse como Sublime, sería igualmente blasfemo (Ex. 15:3 cp. Ap. 19:1-3). 

La Salida de Dios.

El texto comienza con la expresión «porque», lo que nos regresa al versículo anterior, que reza “oigan, pueblos todos; escucha, tierra y cuanto hay en ti; Sea el Señor Dios testigo contra ustedes, el Señor desde Su santo templo”. Ahora bien, de éste recordamos que es un imperativo para ver la Misericordia de Dios, pues nos permite ver el juicio antes de sufrirlo con el objeto de producir en nosotros el arrepentimiento (He. 4:16), algo en lo que nuestro texto hoy profundiza, y veremos por qué.

La expresión «el Señor sale» (יֹצֵ֣א) es una imagen aterradora por sí sola. Vista bajo el contexto (Miq. 1:2-7),  el texto no indica una salida en rescate (Jn. 3:13-15) sino para emitir juicio, ¡y vaya qué juicio! (cp. Is. 26:21; 64:1-2; Os. 5:14-15).

Los creyentes generalmente asumimos que éstas palabras van contra los incrédulos, aquellos que han negado total, enfática y directamente a Dios, pero notemos lo sumamente aterrador que es esto, en realidad. El Señor ha prometido que Él volverá como Juez no solo a los incrédulos (Ap. 1:7), a las Iglesias promete un final terrible de no arrepentirse (Ap. 2:5, 16, 22-23; 3:3, 17), aún recordamos las horrendas palabras que Cristo le mencionará a todos los ‘creyentes’ que no obedecieron «apártense de Mi, malditos» (Mt. 25:41). Estas palabras, estas imágenes no son aterradoras para quien las desconoce, sino para aquellos que, conociéndolas, aún no se someten.

Al mismo tiempo, «su lugar» -de donde Él saldrá- es inconfundible, Dios está en los Cielos (Miq. 1:2 cp. Sal. 115:3) y, de nuevo, a pesar de que esto es esperanza para el creyente (Ap. 22:20), va a ser el evento más escandaloso y aterrador para el incrédulo, ¡y más para el que sí le conoció y no se entregó a Él!

Escuchar que el Señor sale, desde la perspectiva del que no se salvará, debe ser la causa de terror más grande jamás habida. Ver a Jesucristo descender de las nubes (Ap. 1:7), glorioso y radiante (Ap. 19:11-13), sólo para darte cuenta que de aquél lugar que tanto has leído, tus ojos jamás podrán ver. Sin lugar a dudas, quien viva esto en carne propia estará rogando estar soñando, ¡ahora es comprensible por qué los hombres rogaban la muerte antes de la Venida del Señor! (cp. Ap. 6:16-17; 9:6). 

La Llegada de Dios.

Si la salida del Señor desde los cielos es aterradora, ¡cuánto más será el momento de su llegada! El texto de Miqueas profetiza su Venida con palabras tremendas: «Debajo de Él los montes se derretirán, y los valles se partirán, como la cera ante el fuego, como las aguas derramadas por una pendiente» (Miq. 1:4).

De nuevo, debemos desconectar nuestro cerebro cristiano para ver a Dios desde el lente del que se le opone, de sus enemigos. Para ello, las palabras de Job son exactas para verlo. Sólo imaginemos ver llegar a Dios con esta descripción tan potente:

Él derriba, y no se puede reedificar; aprisiona a un hombre, y no puede ser liberado. Él retiene las aguas, y todo se seca; y las envía, e inundan la tierra. En Él están la fuerza y la prudencia, suyos son el engañado y el engañador. Él hace que los consejeros anden descalzos, y hace necios a los jueces. Rompe las cadenas de los reyes y ata sus cinturas con cuerda. Hace que los sacerdotes anden descalzos y derriba a los que están seguros. Priva del habla a los hombres de confianza y quita a los ancianos el discernimiento. Vierte desprecio sobre los nobles y afloja el cinto de los fuertes. Él revela los misterios de las tinieblas y saca a la luz la densa oscuridad. Engrandece las naciones, y las destruye; Ensancha las naciones, y las dispersa. Priva de inteligencia a los jefes de la gente de la tierra y los hace vagar por un desierto sin camino; Andan a tientas en tinieblas, sin luz, y los hace tambalearse como borrachos (Job 12:14-25).

El principio de la sabiduría…

Con estas descripciones, será sorprendente ver al hombre que no esté llorando como un recién nacido del pavor de encontrarse frente a frente con el Supremo Dios. Ese saco de huesos, agua y tierra que ha desafiado al Todopoderoso está solo delante de Él, mientras Dios mismo extiende su Brazo para descargar su Justicia sobre hasta la última molécula del pecador. 

Ver los pecados propios -y sí, lo digo con vergüenza y por experiencia propia- bajo la lente del terror a Dios nos debe dejar tan fríos e inmóviles como un cadáver mismo que ya ha pasado por ese Juicio. Debería profundizar en nosotros el deseo por la muerte, por huir del Juicio tan pesado que ha de caer sobre nosotros. Y quiero aprovechar esto para aclarar, ruego al lector que no me malentienda. Sé del Amor de Dios, abrazo y me amparo en Sus Misericordias, su Gracia me mantiene respirando hasta este momento. Pero no puedo dejar de pensar que ese Dios que hoy me abraza tiene el poder -y, francamente, todo el derecho- de voltear su espalda contra mí y dejarme morir en este preciso instante. Si algo hace el temor a Dios, es valorar más y más que, en Su Clemencia y Compasión, no descarga su Ira.

Siendo así, ¿no es, acaso, muy sano pensar en el temor que debemos tenerle a Dios? ¿por qué sería algo malo estar pasmados en miedo del terrible Poder del Altísimo? Sin duda, no debe ser nuestro motivo principal para estar de rodillas delante de Él (1 Jn. 4:19), pero sí que mantiene en nosotros la conciencia de no dejar que nuestra confianza humana borre de nuestros corazones quién es Aquél que está siendo clemente con nosotros. No es un dios cualquiera el que nos ha mostrado misericordia, es el Dios Vivo y Verdadero del que hablamos hoy.

A Dios sea la Gloria.

Alfonso I. Martínez

Estudiado en TMAI, maestro dominical y escritor académico y de ocio, Poncho decidió fundar el ministerio de "Teología Para Todos" como una apertura e introducción de la teología académica para la comunidad laica de habla hispana, sosteniendo que ésta es esencial para el cristiano que desea conocer a Dios. Se dice discípulo de John Owen.

https://twitter.com/alfonso_ima
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