Buscando a Dios en lugares incorrectos.

Podríamos ver las nubes si nos colocamos encima de ellas, ¿no?

Me encanta la aviación -aunque, confieso, desde aquí abajo-. Y, en ese sentido, quisiera que imaginemos que estamos en un vuelo comercial. Después de registrar las maletas y abordar, el avión despega sin retrasos ni problemas -las ventajas de la imaginación- hasta alcanzar la altura permitida de vuelo -que, no es otra cosa que la cantidad de pies sobre el nivel del mar que un avión vuela para seguir una ruta predefinida-. Nuestra aeronave ya está en la altura designada pero, al mirar los cielos, nuestra mente siempre curiosa pregunta “¿qué hay por encima de las nubes?”.

Si vamos con el piloto, y le pedimos que modifique la calibración de su altímetro -el instrumento que le dice a qué altura nos encontramos- podríamos subir unos cuantos miles de pies más, y así podríamos ver más arriba de las nubes. Sin embargo, al llegar a la cabina con semejante propuesta, seremos inmediatamente rechazados y se nos exigirá que volvamos a nuestros asientos -y probablemente nos prohiban volver a volar con dicha aerolínea-. Y, no es que no tengamos permitido conocer lo que está por arriba, sino que el propósito de la aeronave no es explorar los cielos, sino llevarnos a un destino en tierra.

Trayendo la ilustración anterior al campo de la teología -particularmente a la apologética, es decir, la defensa de la fe cristiana- debemos ser cautelosos cuando queremos vernos más inteligentes que Dios, usando nuestros propios métodos para encontrarlo -cuando Él ya se ha revelado a nosotros en las Escrituras-.

¿A qué nos referimos con lo anterior? Varios teólogos han desarrollado argumentos en pro de la existencia de Dios en el universo, muchos de ellos fueron incluso abrazados con enorme éxito a través de los siglos. Sin embargo, con el resurgir de la tradición reformada y, a partir de varios movimientos en defensa de la Suficiencia de las Escrituras, hemos visto como la razón humana ha perdido campo para dar paso a las Escrituras y, aunque parezca extraño decirlo -si Dios lo permite, hablaremos de esto muy pronto-, ¡es lo mejor que pudo pasar!

En esta ocasión, he decidido compartir algunos de estos argumentos humanos sobre la existencia de Dios y, después de la lectura, podremos concluir que es verdad, solo la Escritura provee un argumento sólido, perfecto e innegable de la realidad de nuestro Dios, el Dios verdadero.

Creo que existe, entonces debe de existir...

El argumento ontológico -que significa ‘en su ser’ o ‘por/en sí mismo’- es algo profundo en la filosofía, pero nada complejo una vez descifrado. Simplemente nos dice que si tenemos una idea de Dios por encima de la comprensión humana, es porque ese Dios debe de existir -aunque no necesariamente como lo hemos imaginado, puesto que nuestro razonamiento puede estar equivocado-. Este pensamiento está íntimamente ligado a la tesis de René Descartes en El Discurso del Método: "cogito, ergo sum" (es decir, "pienso, luego existo”).

Su razonamiento más puro y concreto se puede resumir tal que: "Tengo una idea de Dios, por lo tanto, Dios debe de existir”. Y, si esto aún parece difícil de comprender, podemos replantearlo como “el pensar en Dios, aún sin haberlo visto, significa que necesariamente debe existir; si no, ¿cómo llegamos al concepto de ‘Dios’?”.

Sin embargo, el argumento ontológico realmente no nos da una verdadera prueba de la existencia de algún dios -dejemos a un lado siquiera si este 'dios' es el Dios de la Biblia-. Si lo vemos muy detenidamente, el campo donde algo existe es en la cognición (por ejemplo, puedo imaginar un unicornio azul y este debe de existir, cuando menos, en mi mente), ¡esto no prueba realmente nada! Si algún beneficio hay de este argumento, es que sí sustenta el hecho de que hay un trasfondo para pensar en "Dios", puesto que estamos moralmente programados. Es decir, pensar en Dios no prueba que Dios existe, pero sí que lo necesitamos, de otro modo no pensaríamos en Él.

Si hay una creación, hay un Creador...

El principio detrás del argumento cósmico -el cosmos explica a Dios- reside en darle una causa primera a todas las cosas. Si hemos de aceptar la evolución, ¿qué causó la evolución? Si decimos que fue el entorno, entonces ¿qué causó el entorno que lo propició? Si decimos que la configuración del universo ¿qué causó la actual configuración del universo? Si decimos que fue su origen, concretamos que su origen está en la Creación y, por lo tanto, el Creador, la Causa Primera.

Aunque al principio podemos decir que es un argumento sólido, debemos ser cuidadosos porque no podemos reconocer a Dios como la Causa Primera de varias cosas (el pecado y el mal, por mencionar solamente dos, cp. Hab. 1:13). Por lo tanto, aunque Dios es Creador de todas las cosas por definición, no es el origen de todas las cosas de manera ontológica -Dios no puede ser el origen del mal o del pecado-. Por lo tanto, no podemos decir que, por medio de la causa natural de las cosas conocemos al Dios de las Escrituras -aunque si nos deja muy en claro que hay algo o Alguien detrás de todo-.

Si algo prueba la causa primera es la necesidad de Dios, y no tanto su existencia. Es decir, demuestra que debe de haber algo detrás, sin llegar a precisar que ese «algo» es, en realidad, Dios.

Así fuimos formados...

Todos hemos escuchado la frase “cualquier parecido con la realidad, es mera coincidencia”, generalmente con cierto tono de sarcasmo. Y este sarcasmo es el que sustenta el argumento teleológico -que se puede entender como ‘el propósito’ o ‘el fin’ de las cosas-. El argumento propone que, tanto los seres humanos como el resto de los seres animados -objetos móviles, estén vivos o no- tienen un fin, pero no en sentido temporal -se acabarán- sino teleológico -cumplirán con su objetivo-. Si esto es así, y entendiendo que no hay objetivos que sean realmente independientes -mis objetivos de hoy están relacionados a los de ayer-, entonces hay «algo» detrás que configuró el «objetivo» del Universo entero, del que desprenden todos los demás.

Si esto parece confuso, quizás las palabras del Dr. Stephen Hawking respecto a esto puedan ayudarnos a simplificarlo. Él propuso que el argumento teleológico expone el diseño inteligente de la creación. Es decir, si hay evidencias de un propósito y una inteligencia detrás de lo natural, entonces fue preconcebido de manera inteligente por Dios.

Sin embargo, muchos recordarán que el Dr. Hawking ¡era ateo! ¡no creía en Dios! ¿Cómo es, entonces, posible que un hombre ateo apele a la belleza del universo con el argumento teleológico? Bueno, en lugar de ‘Dios’, él aseguraba que había algo por encima de nosotros que la ciencia eventualmente explicaría y que nos daría la respuesta a todas nuestras dudas sobre nuestra existencia.

Como podemos ver, entonces, el argumento teleológico es válido desde el punto contemplativo (¡Mira lo que ha hecho nuestro Dios!) pero no es suficiente para sustentar la realidad de Dios, nuestro Dios.

El Estándar del bien...

¿Qué nos hace buenas personas? ¿Acaso es tan malo decir, por ejemplo, una mentira piadosilla? ¿Es incorrecta la eutanasia? Esos conflictos morales nos llevan a pensar en el estándar con el que tomamos decisiones morales, es decir, ¿qué nos lleva a tomar estas decisiones? Muchos creen que es un tema cultural, debido a que ‘hay algunas correctas aquí que allá no lo son’, pero, en realidad, esto no aplica siempre, pues en todos lugares es incorrecto matar por gusto, abusar sexualmente de algún menor de edad o simplemente desear el mal para todos.

Teólogos y filósofos coinciden en que este dilema moral es preconcebido en el corazón del hombre, de modo que no tiene nada que ver con el hecho de que está en una cultura u otra pero, ¿quién ha puesto ese estándar moral en el hombre? La respuesta del teólogo apunta directamente a Dios, Él es Bueno y, en Su Conocimiento, nos ha dotado de conciencia para discernir lo bueno de lo malo. Sin embargo, el dilema se amplia -y hasta puede chocar- si nosotros creemos que Dios ha colocado igualmente el mal en nosotros (puesto que ninguno de nosotros nace bueno, Ro. 3:10-18). Entonces, a pesar de ser un fuerte argumento, puede resultar difícil de asimilar si no comprendemos por completo la Responsabilidad Humana.

"Torre a aeronave, altitud a once mil pies".

Volvamos a volar en avión por un momento. Al igual que un altímetro, si nosotros no calibramos nuestro instrumento correctamente, podríamos encontrarnos en un serio problema. Si subimos más de lo que deberíamos -añadiendo filosofías, pensamientos y demás razonamientos a nuestra teología- podríamos despresurizar nuestra cabina rápidamente y correríamos el riesgo de morir. Si descendemos por no tener nuestro instrumento calibrado, podríamos colisionar con algo en tierra -como una montaña, un edificio o algún otro avión en ruta-. Es por eso que nuestra principal fuente de conocimiento acerca de Dios y su relación con nosotros debe ser las Escrituras.

El razonamiento humano es una buena herramienta complementaria a la apologética, pero no es la única, ¡y mucho menos la más importante! La razón humana es un don de Dios mismo (1 Co. 2:16), pero no significa que sea el único don, ¡aún más! ¡Cristo mismo, el Verbo de Dios, es el mayor y mejor don que Él nos pudo dar (Jn. 1:1-18)! ¿Por qué poner a un montón de neuronas enviando impulsos eléctricos unas a otras por encima del Hijo de Dios encarnado? No, hermanos.

Ahora, claro está que lo anterior nos presenta el problema de que no podemos subir nuestra aeronave tanto como quisiéramos -creanme, soy el primero que quisiera surcar el espacio con ustedes- pero, esto también es parte de la Enseñanza de nuestro Padre para con nosotros. Mientras que no podemos conocer exhaustivamente a Dios (Job 11:7), las Escrituras nos dan suficiente -y aún más que suficiente- conocimiento de Dios y acerca de Dios para adorarle y disfrutar de Él en esta vida (Jn. 5:39 cp. 17:3). Entonces, vayamos a la altura que se nos permite, con nuestro altímetro calibrado y ¡conozcamos a Dios en Su Palabra!

A Dios sea la Gloria.

Postdata: Tengo el grato privilegio de conocer a muchos de ustedes en persona y, aunque no soy psíquico, sé que deseosos estarán de decir “bueno, ¿y dónde están los argumentos sólidos/bíblicos de la apologética?” A lo que responderé con mucho gusto y, tan teológicamente como nuestro sitio de estudio me lo permite, dentro de ocho días, si nuestro Señor nos da vida para ello.

Alfonso I. Martínez

Estudiado en TMAI, maestro dominical y escritor académico y de ocio, Poncho decidió fundar el ministerio de "Teología Para Todos" como una apertura e introducción de la teología académica para la comunidad laica de habla hispana, sosteniendo que ésta es esencial para el cristiano que desea conocer a Dios. Se dice discípulo de John Owen.

https://twitter.com/alfonso_ima
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