Desnutrición Espiritual.
Pierden los entrantes por causa de los salientes.
Hace ya algunos años tuve el privilegio de trabajar en una escuela cristiana donde, cada viernes buscábase que un pastor predicara una palabra de aliento para los niños. Lamentablemente, esta experiencia nos demostró a los profesores que, aquellos con el oficio del pastorado no podían predicar bíblicamente a niños -pues los niños recibieron muchas veces un devocional moralista de cuarenta y cinco minutos-, o lo que era peor, no querían -pues, ¿cómo hacer un estudio teológico profundo a niños que olvidarían el sermón en un par de horas?-.
Por la Gracia de Dios, en tres ocasiones -hubo más, pero éstas fueron marcas clave y claras- pude ser testigo del Espíritu Santo hablando con firmeza y exactitud a mis alumnos, anulando todo argumento de la imprudencia -o hasta cinismo, cada quien juzgue- de los demás pastores. Por medio del Dr. Luis Contreras, el Mtro. Antonio Ortega y el Mtro. Israel Villanueva, la Palabra de Cristo pudo llegar a niños que tenían entre seis y diecinueve años, ¡sí, ese era el margen de edad de la audiencia! Y lo más sorprendente fue que, contrario a las sospechas de varios adultos -incluidos miembros del profesorado-, fueron éstos sermones teológicos los que más cautivaron la conciencia de los pequeños.
Uno podría preguntarse, ¿cómo lograron una hazaña tal, como lo es predicar teología a niños y no sencillamente dejar lecciones morales? A lo que quisiera proponer una pregunta más importante ¿cómo es que los demás pastores no lo lograron? ¿por qué hacemos menos las mentes de aquellos de quienes es el reino de los cielos? (Lc. 18:17). Hoy día, las escuelas dominicales son únicamente cantos y juegos, centrándose en cómo hacer divertido su aprendizaje antes que en la doctrina misma que debe enseñarse; los niños llegan a sus padres con pulseras, dulces, dibujos, globos y demás juguetes pero, cuando uno les pregunta si hubo memorización bíblica, si aprendieron algo de Dios que puedan ver reflejado en su vida el día de hoy, o incluso alguna doctrina teológica que los preparará para el futuro, son paredes en blanco.
De este modo, quisiera hacer una defensa de la enseñanza teológica en las aulas de los más pequeños, de modo que dejemos de centrar juntas y juntas en cómo adornar y prestemos mayor atención en cómo enseñar, menos en qué coreografías les gustará más y más en qué tan sana es la letra que cantarán, menos en mandamientos de hombres y más en enlistarlos en la Armada de Cristo.
No obstante, aclaro desde ahora. Tampoco estamos promoviendo aquí el neutralizar la enseñanza didáctica y los métodos pedagógicos que promueven un aprendizaje completo en los más pequeños de nuestras congregaciones. Cantar, repetir y bailar pueden ser un apoyo casi que fundamental para reforzar la doctrina bíblica a enseñar. Pero, observen junto conmigo que son un refuerzo, y no el foco, el centro siempre debe ser Cristo Jesús (He. 12:2).
Sufren los inocentes por causa de los ignorantes.
Cristo dijo «dejen a los niños y no les impidan que vengan a mí» (Mt. 19:14). Muchos asegurarían que éste versículo es suficiente prueba para decir que Dios ama a los niños. Sin embargo, una verdad totalmente evidente se halla dentro de este texto tan sencillo y que, por el deseo emocional y sentimental de tratar la teología para los niños como un conjunto simplista de «cantos y juegos», la hemos hecho a un lado, cuando es central y fundamental para el desarrollo teológico de los más pequeños.
Observemos que el texto nos hace ver que los niños vinieron a Cristo. A pesar de que fueron adultos quienes llevaron a los niños a Jesús (Mt. 19:13), el texto no da ninguna señal de que éstos pequeños desconocieran quién es Cristo como para rehusarse a ser bendecidos por el Maestro o que hayan denotado aburrimiento, impaciencia o desesperación; por el contrario, el hecho de que Jesús reprende a sus discípulos con la expresión μὴ κωλύετε αὐτὰ ἐλθεῖν πρός με (lit. ‘no les impidan a ellos venir hacia mí’; v.14), sugiere incluso que los niños tenían el deseo de acercarse al Señor. La implicación es sencilla, los niños fueron instruidos por sus padres, quienes cumplieron la Gran Comisión con sus hijos de forma responsable (Mt. 28:20 cp. Hch. 16:31), de modo que la Promesa de Cristo cumplió al no alcanzar a los adultos de la casa, sino también a los niños (Hch. 2:39) y así ellos, junto con sus padres, anhelaban acercarse a Jesucristo por su bendición.
Podemos concluir, entonces, que privar a los niños de acceder a la teología desde su temprana edad es negarles el privilegio de ser bendecidos por Cristo tan plenamente como Él así lo propone en el texto; es negarles a sus conciencias el conocer las maravillas y misterios del Dios Todopoderoso que creó los cielos y la tierra. Es reducir la práctica de la meditación y contemplación del Dios Infinito (Ro. 11:33). Amados, estamos haciendo, tacos de aire con la teología cuando la presentamos a los niños. ¿Acaso ustedes, mis amados hermanos, le quitarían las vitaminas y nutrientes que los niños tanto necesitan a su temprana edad, solo porque comer azúcares es más divertido para ellos?
Éste fue el error del pueblo de Israel en el desierto. En lugar de cumplir con el mandato de transmitir la plenitud de la Ley y la profundidad teológica del Pacto de Dios y su significado (Ex. 13:14-16; 20:1; Dt. 6:4, 7), se dedicaron a compilar la teología en cantos y rezos que los niños memorizaron, pero que no supieron como vivir (Is. 29:13; Mt. 5:22, 39; 15:8). La transmisión textual de la Ley es un milagro de la Providencia divina (Mt. 5:18; 24:35), pero el espíritu de la misma había muerto en las manos de los rabíes, padres y maestros que fallaron en enseñarla al corazón de sus hijos, la siguiente generación.
Del mismo modo, es importante notar que la reprensión de Cristo no fue hacia los adultos que catequizaron -sinónimo de educaron- a sus hijos, ¡sino a los discípulos que lo estaban impidiendo! Fijemos nuestra vista en como Jesús estaba en tal disposición de bendecir a los pequeños que la exhortación no fue a los padres, como diciendo «no aburran a los niños con mis palabras» o «dejen que los niños jueguen», sino a los discípulos, al punto de que las Escrituras nos narran que Él «se indignó» (lit. ἠγανάκτησεν, traducido como ‘indignarse; airarse’; cp. Mr. 10:14) por sus acciones prohibitorias. Es decir, el corazón del texto no radica en bajar la teología al nivel de los niños, sino comprender que la teología no requiere bajarse para que los niños las puedan apreciar, meditar en ella y aplicarla a sus vidas.
Ahora parece que las tablas se han invertido. Las iglesias se indignan cuando buscamos catequizar e instruir teología. Creemos que los niños no requieren una carga teológica como los adultos, excusándolos en que deben ‘aprender a su nivel’. Si bien, es cierto que la instrucción debe ser aplicada para sus edades -nótese la diferencia entre impartida y aplicada; una lidia con lo que dice la biblia, la otra en el cómo vivirla-, no descarta que viven en un mundo que no los buscará devorar a su edad. El pecado no llega por niveles o por edad, sencillamente llega.
Mueren cadetes por causa de los autoritarios.
Amados hermanos, quisiera repetir las últimas palabras que acaban de leer, expandiendo un poco más la idea. El pecado no se presenta delante de los niños con cantos y juegos, el mundo no esperará a que nuestros hijos sean adultos y tengan criterio para empezar a tentarlos y arrastrarlos en el camino que lleva directo a la perdición. El catecismo del mundo empieza con una película que les enseña a seguir su corazón, con una canción que les hace pronunciar son libres tal y como son, con un programa televisivo donde él se viste como ella y es normal, o que él se enamoró éste otro y todos festejamos por ello. Pero -léase con sarcasmo- ¡descuiden! Están a salvo durante dos horas los días del Señor, cuando aprenden cantando que un pato llamado Juan -si es que lo patos pudieran hablar- nos aconseja a ser obedientes y memorizando que dos animales -o catorce- de cada especie entraron en el arca.
De nuevo, no estoy tratando de desestimar la valiosa información que estos trocitos de enseñanza puede inyectarse en los corazones de los niños. Volviendo a la escuela donde trabajé, llamábamos pepitas de oro a los devocionales y rasgos del carácter de Cristo que buscábamos inculcar en los pequeños. Sin embargo, así como en la alimentación del cuerpo físico, el alma no puede -o, al menos, no debe- vivir a base de píldoras, sino ser alimentado por una balanceada y nutritiva dieta que incluya frutas fáciles de procesar, pero también carne que fortalezca los músculos.
El mundo está listo para enfrentar a nuestros hijos -por no decir, ya está atacándolos-, y nuestro movimiento en respuesta, como la guerra que es, debe ser con toda la intención de neutralizar los planes del ejército enemigo y liquidar -sí, lo leyeron correctamente- a sus actores. La vida -y la eternidad- de la generación de hombres y mujeres que tomarán el púlpito, los instrumentos musicales, los salones de clase y las charolas con pan y vino está en peligro, y representa un movimiento muy cínico de parte de la iglesia -y de sus líderes, principalmente- negarse a prepararlos a las armas -espirituales- (Jud. 23 cp. Ef. 6:11-12).
¿Podemos observar el peligro latente en ésta generación? Los más pequeños están en la primera línea de la guerra contra las ideologías progresistas del mundo ¡y las armas que les estamos dando son dibujos del ballenas comiéndose a Jonás, paletas de sabores y una coreografía que les dará pena bailarla en dos semanas más! ¡Es la teología lo que realmente necesitan! Entiendo, amados, que esto puede ser una píldora difícil de tragar, pero estamos en una guerra, no hay tiempo para las emociones y los sentimientos. Como en una guerra terrenal, la guerra espiritual que enfrentan nuestros hijos es a matar o morir (1 Pe. 5:8).
Así, podemos concluir que los pastores, maestros, predicadores, padres y madres que no se preocupan por la teología que reciben sus hijos es responsable por su temprana muerte espiritual pues, si bien cada quien somos responsables por nuestras propias acciones (Ez. 18:20), el camino que uno toma es -en gran parte- resultado de la educación que recibe en casa (Ef. 6:4 cp. Pr. 22:6). Por algo Santiago nos advierte contra hacernos maestros (Stg. 3:1) porque, mal-entrenar a las nuevas reservas de la armada de Cristo conlleva una pena muy dura, tanto que Jesús no nos la revela, sino que nos dice qué sería menos difícil de llevar como sentencia en comparación (Mt. 18:6; Lc. 17:2). Una vez más, esto es guerra.
La teología no tiene que ser aburrida, pero tampoco debe ser un juego.
Amados, si sus hijos se enfrentaran a una crisis espiritual donde haya dolor, depresión, desesperanza, desesperación y distracciones, ¿cómo les gustaría prepararlos? ¿cantando ‘el padre Abraham’ y dando vueltas (Gal. 3:7), o mostrándoles que nuestro Dios tiene control de cada molécula en este vasto universo (Mt. 6:26-30)? Ruego a Dios que éste no sea su caso pero, ¿qué les gustaría que sus hijos escucharan en la próxima escuela dominical si ustedes sufren un paro cardíaco hoy? ¿que Sansón era muy fuerte porque Dios le daba fuerzas (Jue. 16:28), o que nuestro Señor nos acompaña incluso al morir, pues es el puente hacia nuestro Hogar Celestial (Sal. 23:4)?
Esto no suprime que puedan jugar, cantar verdades teológicas con letras sencillas. Como prueba, mañana en la iglesia entonaremos todos juntos un canto que dice una y otra vez “yo tengo un Amigo Fiel… yo tengo un tierno Amigo Fiel… qué gran gozo que Él, mi Amigo es”. Tampoco se está en contra de que reciban uno que otro caramelo después de su catecismo -obsérvese, después-. Al final, es precisamente el corazón del niño que descansa en la confianza absoluta de aquellos que lo sustentan -sus padres, en la tierra- mientras que éste puede distraerse y jugar lo que debemos enseñarles, pero ahora en el plano espiritual, de forma que vean que Dios es su verdadero Sustentador (Col. 1:17-18, 21-22). Sin embargo, el argumento es por que la enseñanza debe ser un momento de plena seriedad o, ¿quién de ustedes disciplina a sus hijos mediante juegos y cantos? ¿No es el juego después de la exhortación? Seriedad y solemnidad a lo que seriedad y solemnidad merece.
Por el enorme respeto que guardo a los padres de mis alumnos, me reservaré los terribles testimonios -contados, si de algún alivio sirve- del camino que éstos han tomado gracias a los devocionales de cuarenta minutos, los cantos y los juegos. Por otro lado, mi corazón llora de alegría al ver a otros más -uno de ellos, leyendo estas letras, lo sé- sosteniéndose firmemente a nuestro Señor quienes, por más difícil que parece la lucha, no solo cantan ‘yo tengo una barquito que Cristo la guía…’ sino también ‘mi suerte, cualquiera que sea, diré: ¡estoy bien! ¡Tengo paz con mi Dios!’. Unos buscan entrara a la universidad porque ‘todo lo pueden en Cristo que [los] fortalece’, mientras otros reciben sus títulos, poniendo en las inscripciones ‘ya no vivo yo, mas vive Cristo en mi’.
Amados, una vez más. Estamos en guerra, y vienen por nuestros hijos. Está en nosotros equiparlos únicamente con cantos, dibujos y caramelos, o vestirlos con toda al Armadura de Dios. Mañana el enemigo los tentará a desertar la armada de Cristo; tenemos que actuar hoy.
A Dios sea la Gloria.