Un gran mensaje de un libro pequeño.

Los profetas menores generalmente son un área gris y olvidada en nuestras biblias. ¿Quién de nosotros ha leído con detenimiento alguno de aquellos doce libros como lo hacemos con uno de los Evangelios, o como si fuera una de las cartas paulinas? Algunos pueden argumentar “bueno, sucede que son libros muy pequeños” o “son difíciles de interpretar”. Sin embargo, debo confesar que ambas razones son inexactas e incorrectas si es que leemos a ‘los doce’ con el detenimiento que se le da al resto de las Escrituras. Cuando llegamos a acercarnos a estos libros con atención y meditación, notamos que tienen tantos nutrientes espirituales y agua viva como los otros cincuenta y cuatro libros de la Palabra. Por este motivo, hoy quisiera comenzar a hablar acerca del libro de Miqueas.

Miqueas es un libro muy infravalorado en las Escrituras. En sus siete capítulos hallamos varias verdades que, como creyentes, debemos tener muy presentes en nuestro diario vivir. El mismo autor era un hombre contemporáneo de Isaías sumamente respetado por todo Judá, incluido el mismo rey Ezequías (Jer. 26:17-19). ¿Cómo sabemos esto? Bueno, ninguno de nosotros -o eso creo- conocemos en persona al Presidente de México -o el país donde residen-, sin embargo, si éste llegara a verse con ustedes, no necesitaría presentación, porque sus credenciales y su fama lo anteceden. Lo mismo sucede con Miqueas, quien simplemente se describe a sí mismo “Miqueas de Moréset” (Miq. 1:1) y que aún los profetas en tiempos de Jeremías usaron estas mismas tres palabras para citarlo (Jer. 26:18). Profundicemos un poco más en esto.

El nombre Miqueas es hebreo (מִיכָה֙) y significa ‘quién como el Señor’. En cuanto a su persona, Miqueas no debe confundirse con el profeta Micaías, con quien comparte nombre -en el original hebreo- pero que probablemente pudo ser ascendiente suyo (1 Re. 22). Miqueas, por otro lado y, como ya lo compartimos, fue contemporáneo de Isaías, con quien se sumó al ministerio, dado que el profeta mayor comenzó su ministerio con un monarca anterior, Uzías (Is. 1:1). Asimismo, también compartió el oficio con Oseas (Os. 1:1) y, probablemente con Amós (Am. 1:1). Por otro lado, su ciudad natal, Moréset, era una pequeña villa cercana a Gat, al occidente de Jerusalén, muy probablemente lo que hoy es Luzit, Israel. Fuera de esto, no conocemos más de él y sus orígenes pero, el contenido del libro demostrará rápidamente que ésta información es más que suficiente, pues el centro de sus palabras no son él mismo, sino la Palabra del Señor que vino a él.

¿A quién le habló Miqueas?

Es importante destacar que Miqueas mismo reconoce profetizar “en los días de Jotam, Acaz y Ezequías, reyes de Judá” (Miq. 1:1), lo que significa que su profecía se enfoca en el reino del sur del cual, dos de los tres reyes de su ministerio fueron llamados ‘buenos’. Por esto, podríamos esperar una profecía ‘alentadora’ por parte de Miqueas, reconociendo el esfuerzo del pueblo por seguir la ley. Sin embargo, hallamos un devastador anuncio de parte de Dios en los siete capítulos de la profecía, donde Dios declara que “el Señor Dios [es] testigo contra [la tierra]… por la rebelión de Jacob” (Miq. 1:2ss, 4a). Es necesario, entonces, ver el contexto histórico de estos tres reyes que nos ayudará a contestar por qué Miqueas profetiza como lo hace.

Con respecto del primer rey, Jotam, a pesar de que éste, en palabras de los cronistas, “hizo lo recto delante de Dios” (2 Re. 15:34; 2 Cr. 27:2a), no quitó los altares a los baales que sus antecesores habían levantado en los montes de Jerusalén (2 Re. 15:35). Es decir, aunque en su fe individual se mantuvo en el camino del Señor, jamás usó los dones y la autoridad que Dios le concedió (Dn. 2:21) para obrar con justicia y encaminar al pueblo delante de Dios (cp. 1 Ti. 2:1-3; Hch. 26:29; Ro. 13:3-4) como lo haría su tataranieto segundo, Josías (2 Re. 23). Jotam pudo ser un rey que confiaba en el Señor en lo privado, pero que nunca presentó aquella fe en público, una luz que se escondió debajo de una vasija (Mt. 5:15).

Acaz, el segundo rey a quien Miqueas ministra, fue un rey totalmente infiel a Dios (2 Re. 16:2; 2 Cr. 28:1-2), quien mató a sus propios hijos, sacrificándolos a los baales (2 Re. 16:3; 2 Cr. 28:3-4). Aún más, cuando el Señor los castiga enviando a Edom para imponer tributo sobre ellos, Acaz no se arrepintió, antes mandó solicitar apoyo al rey de Asiria (2 Re. 16:7; 2 Cr. 28:16), quien también le impuso tributo (2 Re. 16:17-18; 2 Cr. 28:20-21). No conforme, el hombre destruyó los instrumentos del templo y los quemó a los dioses de los Asirios, en su lógica, porque ellos si protegían a su pueblo (2 Re. 16:4, 8, 12-16; 2 Cr. 28:22-25). Es precisamente durante este periodo donde Dios envió varios de sus profetas a los reyes de Israel y Judá a proclamar el arrepentimiento (2 Re. 17:13), pero el resto, lamentablemente, es historia (vv. 14-17). Bajo Acaz, el Señor finalmente ejecutó el exilio de las tribus del norte, llevándolas a Asiria (2 Re. 17:20-23) y por si fuera poco, cuando Él mismo mostró compasión y les permitió habitar en su tierra invadida, los israelitas se apegaron a la fe de los asirios y los extranjeros, adorando aquellos dioses junto al Dios Vivo y Verdadero (2 Re. 17:29-33). Acaz es la definición clara del abandono de la fe.

Finalmente, Ezequías, el tercer rey durante el ministerio de Miqueas, es calificado como ‘bueno’ (2 Re. 18:3, 5-6; 2 Cr. 29:2), pues él se rebeló contra Salmanasar, el rey de Asiria, así como a los monarcas de Filistea y Edom (2 Re. 18:7-8), sumado a que restauró el servicio exclusivo a Dios dentro del templo (2 Cr. 29:5-7, 29-30, 35-36; 30:6-9) y mandó la destrucción de todos los lugares altos para adoración de otras deidades (2 Cr. 31:1). Muchos podríamos pensar “bueno, ¿y por qué Dios lo habría de disciplinar?”, a lo que la respuesta es sencilla, él tuvo temor de Senaquerib, heredero de Asiria y le dio la plata del templo de Dios como tributo para evitar una invasión (2 Re. 18:14-16). Sin duda, Ezequías hizo bien en consultar al Dios Vivo respecto de esto y resistir el sitio (2 Re. 19:14), sin embargo, no descarta que esta no fue siempre su actitud. Aún más, durante sus últimos años de vida, en la enfermedad y, a pesar del favor de Dios, él se mostró orgulloso (1 Cr. 32:25; Is. 39:1-8). Ezequías es la prueba de que aún sin los errores de Jotam o Acaz, el corazón del hombre sigue siendo ególatra y necesitado del Espíritu (Jer. 17:9).

¿De qué habló Miqueas?

Miqueas, visto el panorama, profetizó la caída de Samaria (Miq. 1:5–9), la destrucción de Jerusalén (Miq. 1:1–16; 3:12), el cautiverio babilónico y el regreso del exilio (Miq. 4:6–10), así como el nacimiento del futuro gobernante davídico de Dios en Belén (Miq. 5:2). Habló acerca de la falsedad total de Israel y la falsedad hipócrita de Judá (Miq. 3:9-12), y extendió al pueblo el deseo de Dios por ser obedientes y devotos a Él (Miq. 6:6-8).

La cultura comercial y secular de Judá reemplazó el ideal del pacto de Dios. Los ricos se hicieron ricos a expensas de los pobres. La creciente -y engañosa- prosperidad económica en la época de Miqueas  -especialmente durante el reinado de Ezequías- incrementó la insensibilidad hacia los débiles (Miq. 2:1–2) y una flagrante indiferencia hacia las leyes fundamentales de Dios (Miq. 6:10–12). Los jueces y los legisladores se involucraron en conspiraciones, sobornos y otros tipos de corrupción (Miq. 3:1–3, 9–11; 7:3). Los líderes religiosos estaban más preocupados por ganar dinero que por enseñar la Palabra de Dios (Miq. 3:11). Los ricos aprendieron a separar su adoración de la práctica cotidiana (Spurgeon, 2019). La profecía de Miqueas es una denuncia contra el actuar social del pueblo, el corazón de los gobernantes y la hipocresía de sus congregaciones. Y como toda buena profecía, es un llamado al arrepentimiento.

¿Qué nos dice Dios en Miqueas?

¿Qué, pues, podemos aprender de todo esto? Que no hay gobernante -humano- perfecto, y de esto podemos extraer tres conclusiones.

En primer lugar, no hubo rey en Judá o Israel que no pecara delante de Dios -aunque algunos se hayan arrepentido-. Sin duda, esto habla a nuestros corazones pues, nosotros vivimos en un mundo donde tampoco hay monarcas, presidentes y ministros perfectos. Aún más, la gran mayoría de ellos son inconversos, blasfemos y pecadores. Pero nosotros confiamos en nuestro Dios, como Miqueas, que aún viendo el terrible juicio de Dios, conoció que él descansaba en la Mano del Soberano del Universo (Miq. 7:7, “pero yo pondré mis ojos en el Señor, esperaré en el Dios de mi salvación. mi Dios me oirá”).

También así, en segundo lugar, podemos concluir que Dios hace juicio contra los gobernantes que no le representan correctamente como imagen de Su Justicia (Ro. 13:1-2, 4). Todos los que están en autoridad y administración son llamados a ejercer respetuosa y sabiamente sobre aquellos que están debajo de ellos (Pr. 16:12, 29:14; Ec. 5:8-9; Ef. 6:9). Sin duda, esto debe reflejarse en todo aquello que Dios ponga bajo nuestra administración; sea nuestra esposa, nuestros hijos, empleados, discípulos, incluso colegas o compañeros, debemos aprender a andar como es digno del Señor (Col. 1:10) obrando siempre con justicia y actuando siempre como Cristo lo hizo al pisar la tierra (1 Pe. 2:21) Como el mismo profeta lo mencionó “practicar la justicia y andar humildemente con tu Dios” (Miq. 6:8).

Finalmente, en tercer lugar y, como origen y fruto de lo anterior, el Espíritu Santo nos habla en Miqueas sobre nuestros corazones, nuestra vida como cristianos puede que esté llena de ídolos tallados no con nuestras manos, sino con nuestra mente, de modo que a Dios adoramos con la boca, pero a ellos ellos los adoramos con el corazón (Hab. 2:18-20). Así como Miqueas los llamó al arrepentimiento (Miq. 6:6-8), nosotros somos llamados al arrepentimiento. En palabras del Profeta que es mayor que Miqueas, nuestro Señor Jesús “misericordia quiero y no sacrificio, porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Mt. 9:13). Aprendamos del pueblo de Judá, instruido a arrepentirse y ver a su Señor; dejemos nuestros caminos erróneos y veamos a la Cruz, veamos a Cristo.

Si Dios lo concede, las siguientes semanas iremos avanzando en este breve estudio de algunos pasajes de Miqueas, donde estoy seguro que Dios nos hablará y nos exhortará a volver de nuestros caminos egoístas, a mirar al Trono de Gracia, y a entregar nuestras vidas -nuevamente- a Él. Por ahora, nos queda poner en práctica lo que acabamos de concluir: poner los ojos en el Señor, practicar la Justicia y pedir perdón como pecadores que somos.

A Dios sea la Gloria.

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Fuentes de Consulta.

  • Beal, A. (2014). Miqueas, Libro de. En J. D. Barry & L. Wentz (Eds.), Diccionario Bíblico Lexham. Lexham Press.

  • Spurgeon, C. H. (2019). RVR 1960 Biblia de Estudio Spurgeon: Biblia (A. Güerci Hotton, Ed.; A. Tessore Firpi, M. Robaina, C. Romanenghi, G. Scribere, G. D. F. de Colacilli, & J. H. Güerci, Trads.). Biblias Holman.

  • Exell, J. S. (n.d.). The Biblical Illustrator: The Minor Prophets: Vols. I & II. Fleming H. Revell Company.

  • Shaw, C. S. (2000). Micah, Book of. En D. N. Freedman, A. C. Myers, & A. B. Beck (Eds.), Eerdmans dictionary of the Bible. W.B. Eerdmans.

Alfonso I. Martínez

Estudiado en TMAI, maestro dominical y escritor académico y de ocio, Poncho decidió fundar el ministerio de "Teología Para Todos" como una apertura e introducción de la teología académica para la comunidad laica de habla hispana, sosteniendo que ésta es esencial para el cristiano que desea conocer a Dios. Se dice discípulo de John Owen.

https://twitter.com/alfonso_ima
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