¿Le faltaba un libro a la Biblia?

¿Nueva información sobre… Cristo?

Recientemente se encontró nueva información en un manuscrito acerca de la vida de Jesucristo. Particularmente, se trata de un papiro griego hallado en Egipto, del s. IV-V, que contiene un fragmento del “Evangelio de la Infancia” atribuido a San Tomás, Apóstol de Jesucristo (Kutz, 2024). Ahora bien, el papel ya había sido desenterrado hace tiempo. De hecho, se hallaba en la librería de la Universidad Estatal de Hamburgo “Carl von Ossietzky”, en Alemania (Steinmeyer, 2024), pero hasta hace poco, dos traductores estudiosos se dieron a la tarea de analizarlo a fondo.

Este descubrimiento es sumamente importante, pues las copias que hasta hoy habían del Evangelio de Tomás eran en latín, lo que posicionaba la copia más reciente del texto alrededor del 1100-1200. Con el hallazgo, podemos confirmar que este documento fue contemporáneo al Concilio de Calcedonia (451 dC), aunque algunos historiadores consideran que su escritura fue alrededor del s. II, siendo contemporáneo con Apocalipsis y las cartas de Clemente de Roma y Orígenes de Alejandría. También confirma que la escritura del evangelio apócrifo fue en griego, y no siríaco, como se creía. En él, se encuentra inscrito un pasaje donde Cristo convierte unas bolas de arcilla que él amaso en palomas.

Ante esto, algunos hermanos han revivido el gran debate del canon bíblico, trayendo a cuestionamiento la prácticamente nula información acerca de la infancia del Señor Jesucristo en las Escrituras, considerando que parte de estos apócrifos podría ser cierto e históricamente correcto. Con base en esto, el día de hoy analizamos el “Evangelio de la Infancia” a la luz de las Escrituras, a fin de comprobar qué es verdad, qué no lo es, y si realmente deberías tomar tiempo en su lectura, sea como libro canónico o como deuterocanónico (no herético, pero tampoco inspirado).

¿De verdad Cristo hizo eso… de niño?

El Evangelio de la Infancia según Tomás narra varios milagros de Cristo. Teniendo cinco años, Tomás argumenta, Jesús purificó agua de un río que luego usó para hacer arcilla y formar doce palomas (Inf. Gos. Thom. 2:1). En respuesta a una travesura del “hijo de Anás”, Jesús lo secó, matándolo -aunque algunos argumentan que sólo secó su brazo, de modo que no hubo muerte- (Inf. Gos. Thom. 3:3). Jesús también ‘mató con su voz’ a un niño que chocó con Él mientras corría (Inf. Gos. Thom. 4:1). El niño Jesús, al ser acusado de aventar a un niño de un primer piso y matarlo, brincó sobre el niño y lo llamó a la vida -como a Lázaro- preguntándole si Él era culpable de su muerte; el niño resucitó diciendo que «su Señor no lo había matado, sino devuelto a la vida» (Inf. Gos. Thom. 9:3).

Cristo, aún siendo un niño de cinco años, le pegó el pie a un hombre que se lo cortó con un hacha (Inf. Gos. Thom. 10:1-2). Teniendo seis años, Jesús recogió agua en una suerte de bolsa formada con su túnica (Inf. Gos. Thom. 11:2). A sus ocho años, multiplicó semillas de trigo (Inf. Gos. Thom. 12:1-2) y alargó una pieza de madera sólida (Inf. Gos. Thom. 13:1). Mientras aprendía griego y hebreo, Jesús fue golpeado por insubordinación y, maldiciendo a su maestro, éste cayo muerto (Inf. Gos. Thom. 14:2), para resucitarlo días después mediante la fe de su tercer profesor (Inf. Gos. Thom. 15:4). Jesús, saliendo al campo con su hermanastro Jacobo, lo curó de una picadura de víbora (Inf. Gos. Thom. 16:2). Resucitó a un bebé de pecho (Inf. Gos. Thom. 17:1-2). Y, por si todo lo anterior fuese poco, Tomás narra que Jesús también resucitó a un hombre de una construcción que colapsó (Inf. Gos. Thom. 18:1).

Una variante del texto griego -conocida como Griego B (Meeks, 2016)- incluye también el relato de la huida a Egipto donde supuestamente Cristo resucita a un pez y un episodio donde Jesús y sus padres no regresan por anuncio angelical a Israel, sino porque son expulsados de Egipto. 

Ahora bien, la pregunta es clara, ¿no es verdad? ¿será que todo esto es verdad? ¿nos estamos perdiendo de una emocionante y bastante intrigante parte de la vida del Señor por ser tan estrictos en cuanto a la Canonicidad de las Escrituras? Para ser breves, no. Aquí el porqué.

Las múltiples menciones de Tomás de que los padres de Cristo y los judíos vieron estos milagros tempranos (Inf. Gos. Thom. 2:5; 3:3; 4:2; 9:3; 10:2; 14:2; 17:2; 18:2) es casi imposible; no porque Jesús no pudiese hacerlos -pues aún en su niñez Jesús fue verdaderamente Dios (Mt. 2:11; Lc. 2:11, 25-30)- sino porque la reacción de sus connacionales no hubiese sido la misma cuando les predicó en su ministerio temprano, tratando de asesinarlo (Lc. 4:22-23, 28-29). Del mismo modo, contadas son las veces que los Evangelios narran que Cristo fue adorado como Hijo de Dios (Mt. 2:2; 14:33; 17:2, 6; 28:9; Jn. 9:38; 20:28), siendo que todos son cercanos a Él o los receptores directos de un milagro/señal que los llama a la adoración.

Al mismo tiempo, severas posiciones teológicas de Tomás son, cuanto menos cuestionables, por no decir altamente heréticas. Como ejemplo, Tomás argumenta que José tuvo que amonestar a Cristo -lo que implicaría que Jesús pecó-. Así también se asegura que las palabras de Jesús “fueran buenas o malas” se cumplían (Inf. Gos. Thom. 5:1-2). Jesús igualmente le enseñó griego a su profesor ‘Zaqueo’ usando métodos de lingüística y epistemología gnósticas (Inf. Gos. Thom. 6:3-4), así como a su segundo profesor de griego y hebreo (Inf. Gos. Thom. 14:2). La multitud que vio ciertos milagros llegó a cuestionar que Jesús era ‘como un dios’ (Inf. Gos. Thoms. 17:2). Como remate a sus herejías, el libro tiene posturas arrianas -al sugerir que Cristo ‘nació’ antes de la fundación del mundo (Inf. Gos. Thom. 7:2)-.

¿Por qué tanto ruido con un libro… herético?

La noticia del descubrimiento del papiro corrió como pan caliente entre los círculos cristianos anglos, llegaron aún a los medios hispanohablantes como ‘un descubrimiento sorprendente de la vida de Cristo’. Esto no es más que muy buena mercadotecnia y muy mala investigación histórica, puesto que “la infancia de Jesucristo” lleva más tiempo entre nosotros que meramente un par de días.

Hace más de mil seiscientos años, mientras se luchaba por el canon bíblico -reconocer cuáles libros son inspirados del Espíritu Santo y cuáles no-, el Evangelio de Tomás no estuvo exento al escrutinio académico. Hombres sabios y diligentes leyeron con cuidado este libro, comparándolo contra las Escrituras para saber si era inspirado por el Espíritu Santo y, por ende, merecedor de incluirse en la colección de las Palabras de Cristo (Hch. 17:11 cp. 2 Ti. 3:16). Sin embargo, la historia -y su exclusión en nuestras biblias- claramente argumentan que la decisión tomada hace más de un milenio y medio fue un contundente «no».

Ireneo de León erudito y padre de la Iglesia -siglo II, probablemente el último discípulo de los doce apóstoles-, clasificó de herejía éste evangelio -Tomás- al comentar que “aduce… un número indescriptible de escritos apócrifos y espurios… para confundir las mentes de los hombres necios y de aquellos que ignoran las Escrituras de la verdad… presenta… esa historia falsa y perversa que relata que nuestro Señor replicó: "Primero dime qué es Alfa, y luego te diré qué es Beta". Esto lo interpretan en el sentido de que sólo Él conocía lo Desconocido, que reveló bajo su tipo Alfa” (Roberts & Donaldson, 1868; énfasis añadido).

Sumado a todo lo anterior, y como si más argumentos fuesen necesarios, ni la iglesia romana misma considera éste escrito como canónico. En Decretum Gelasianum -‘el decreto de Gelasio’, del siglo VI-, el papa Gelasio I definió como heréticos, entre muchos otros libros, los cuatro apócrifos atribuidos a San Tomás: los Hechos de Tomás, el Evangelio de la Infancia de Jesucristo, el Santo Evangelio según Tomás y el Apocalipsis de Tomás (Wolcott, 2016). 

Aún es muy improbable que Tomás no haya escrito -o dictado- esta obra. El discípulo de Cristo, no solo es pocas veces mencionado en las Escrituras (Jn. 11:16; 14:5; 20:24-28), sino que también su trazo apostólico está entre aquellos de los que menos registro tenemos. Eusebio de Cesarea -o Pánfilo-, quien es conocido como «el padre de la teología histórica» escribió que Tomás probablemente predicó hacia el oriente, de modo que pudo haber llegado a Siria o incluso hasta la India (Eus., Hist. eccl. 3.1.1; Schaff, Wace & McGiffert, 1890). Esto estaba en acuerdo con la idea de que la obra fue originalmente escrita en siríaco -idioma predominante en oriente-. Sin embargo, ahora que se ha descubierto su origen más próximo en griego, aleja más a Tomás como el autógrafo del mismo, por lo que ahora una mayor posibilidad fuese que alguno de sus discípulos haya atribuido la obra a su maestro y propagado la obra o, lo que es más aceptado por la mayoría de los académicos bíblicos, que la obra sea falsamente atribuida al apóstol para pasar como ‘inspirada’. Prueba de ello es lo que comenta el académico Rick Brannan (2013), quien argumenta que el autor del libro quiso presentar historias como una sombra de los milagros que Cristo sí hizo en su vida adulta, y así autentificar su obra.

Entonces, sobre la infancia de Jesús… ¿Qué sabemos?

Junto a los relatos de la Natividad en Belén -aunque ellos vivían en Nazaret- (Mt. 1:18-25; Lc. 1:26-38), sabemos que algunos hombres conocían plenamente de la deidad de Jesús (Mt. 2:1-2; Lc. 2:8-20, 25-38). Al octavo día de su nacimiento, el Señor es circuncidado y presentado como “Jesús” (Lc. 2:21); así también fue presentado en el templo, donde se autentifica su primogenitura de María (Lc. 2:22-24). Igualmente sabemos que a su temprana edad sus padres lo llevaron en huida a Egipto por causa de Herodes (Mt. 2:13-15) para luego vivir en Galilea -al norte de Israel- protegiendo así a Jesús de Herodes Arquelao (Mt. 2:21-23; Lc. 2:39).

En cuanto a su estatus socioeconómico, sabemos que Cristo no vivía en la extrema pobreza -puesto que sus padres no optaban por rebelarse en el censo (Lc. 2:3-5 cp. Hch. 5:37) y Cristo fue educado y letrado desde su niñez (Lc. 2:47)-, pero es probable que haya vivido en la clase media-baja (Lc. 2:24 cp. Lv. 5:11; 12:8; Lc. 2:41). Así, es muy probable que la enseñanza de Cristo haya sido una combinación de la instrucción rabínica de la zona, sumado la mentoría directa de José (Mt. 7:3-5).

De su diario vivir como niño, sabemos que tuvo una infancia común, en el entendido de que no expuso su omnisciencia en la niñez sino que, a los ojos humanos, ‘crecía y se fortalecía’ (Lc. 2:40, 52). Aunque desconocemos prácticamente todo de disciplina parental, apegados a que Cristo fue/es impecable (2 Co. 5:21), debemos negar a toda costa que Jesús, aún como niño, haya desobedecido a sus padres (Lc. 2:51).

Convenientemente, el incidente en el templo es mencionado por Tomás, siendo una copia casi exacta del relato en Lucas (Inf. Gos. Thom. 19:1-5 cp. Lc. 2:41-51). Esto con el objeto de mostrar el lado humano del niño Jesús. Sin embargo, argumentos múltiples se han hecho sobre la permanencia de Cristo en el templo, siendo la más fuerte que Él mismo atiende a quedarse durante la Pascua en Jerusalén en el mismo templo donde unos días antes el cordero pascual, símbolo de Su propia muerte, habría sido sacrificado (Lc. 2:49). Esto explica la respuesta de María quien, conociendo quién era/es su Hijo (Lc. 1:32-33) y, sin entender las Palabras del Niño (Lc. 2:50), las guardó para meditar en ellas (Lc. 2:51b; Farmer, 1906).

Ante esto -y, comparado con la distintiva extensión de los últimos tres años del Señor en la tierra-, una pregunta válida puede ser “por qué sabemos tan poco”; sin embargo, ésta puede replantearse como “por qué tenemos, aunque sea poca, información de la infancia de Cristo”. Y no me malentiendan, amados hermanos, no pretendo demeritar los primeros veintinueve años de nuestro Señor en la tierra; sin embargo, si estos no contribuyeron significativamente al ministerio terrenal de Cristo, es necesario preguntarnos qué hacen en las narrativas de Mateo y Lucas.

La respuesta nuevamente nos llevará a la teología y a la historia, pues encontramos que el propósito de grabar el nacimiento virginal y la infancia del Salvador es múltiple. Ataca las herejías que predicaban que Jesús no tuvo un cuerpo de carne (Lc. 2:12), confirma que la profecía de Is. 7:14 es en referencia a un verdadero nacimiento virginal (Mt. 1:16, 18) así como que su lugar de nacimiento sería Belén (Mic. 5:2 cp. Mt. 2:5-6; Jn. 7:42), consolida el ministerio de Cristo como ‘la intervención divina’ esperada (Ro. 1:3-6; Gal. 4:4), revela que, aún siendo judío, sería adorado por todos -siendo sabios gentiles los primeros en adorar al ‘rey de los judíos’ (Mt. 2:11)-, entre muchos otras clarificaciones que consolidan a Jesucristo como el Dios-Hombre, el Verbo encarnado (Jn. 1:14).

«No… lo sabemos».

Llegando, entonces, al veredicto final, ¿le hace falta un libro a la Biblia? La respuesta puede ser un sólido «no», pero esa solidez rápidamente puede tambalear.

En realidad, desconocemos con total certeza si hay por ahí algún libro inspirado que no esté en las Escrituras -por ejemplo, sabemos que dos cartas de Pablo a los corintios y una a los laodicenses están perdidas-. Sin embargo, aunque no sepamos si hay algo más que Dios haya hablado en algún otro tiempo, sí que sabemos que no necesitamos otro libro, porque hoy Él nos habla por medio de Cristo, su Único Hijo, nuestro Señor (He. 1:1-2).

Por otro lado, añadir un libro más a la Escritura el día de hoy implicaría dos cosas terribles. Primero, eso sería equivalente a llamar a la Biblia “incompleta” al menos hasta hoy y, segundo, seria igualmente darnos autoridad igual -o aún superior- a los apóstoles para reconocer, modificar y adicionar textos inspirados como canónicos, algo para lo que solo Cristo Jesús tiene autoridad (Ap. 22:18-19).

En otras palabras, sabemos que hay cosas que Dios sí dijo y de las que no tenemos forma humana de conocerlas (Ap. 10:4), pero lo que conocemos es suficiente, porque Cristo es Suficiente (Jn. 5:39 cp. Col. 2:10). De este modo, las Escrituras que tenemos hoy también son Suficientes a nuestras vidas (2 Ti. 3:16). 

Amados, confiemos en que Dios ha guardado su Palabra en su Providencia y Soberanía. No nos dejemos influenciar por «nuevos» datos sobre algo que la Biblia no dice. Ellos hablan del papel que copiaron unos escribas, nosotros predicamos al Verbo que habitó entre nosotros (Jn. 1:14).

A Dios sea la Gloria.

Fuentes de Consulta.

  • Kutz, A. (2024, June 12). NewsNation. NewsNation. https://www.newsnationnow.com/religion/jesus-bible-manuscript-infancy-gospel-of-thomas/

  • Steinmeyer, N. (2024, June 9). Early copy of Infancy Gospel of Thomas identified - Biblical Archaeology Society. Biblical Archaeology Society. https://www.biblicalarchaeology.org/daily/biblical-artifacts/inscriptions/early-copy-of-infancy-gospel-of-thomas-identified/

  • Earliest manuscript of Gospel about Jesus’s childhood discovered. (n.d.). Humboldt-UniversitäT Zu Berlin. https://www.hu-berlin.de/en/press-portal/nachrichten-en/june-2024/nr-2464

  • Infancy Gospel of Thomas — Gospels.net. (n.d.). Gospels.net. https://www.gospels.net/infancythomas

  • Brannan, R. (2013). Greek Apocryphal Gospels, Fragments and Agrapha: Introductions and Translations. Lexham Press.

  • Burke, T. (2022). Infancy Gospel of Thomas. En T. Burke (Ed.), The NASSCAL Handbook of Christian Apocryphal Literature. Faithlife.

  • Meeks, C. (2016). Infancy Gospel of Thomas. En J. D. Barry, D. Bomar, D. R. Brown, R. Klippenstein, D. Mangum, C. Sinclair Wolcott, L. Wentz, E. Ritzema, & W. Widder (Eds.), The Lexham Bible Dictionary. Lexham Press.

  • Irenaeus of Lyons. (1868–1869). The Writings of Irenæus (A. Roberts & J. Donaldson, Eds.; A. Roberts & W. H. Rambaut, Trads.; Vols. 1 & 2). T. & T. Clark; Hamilton & Co.; John Robertson & Co.

  • Eusebius of Caesaria. (1890). The Church History of Eusebius. En P. Schaff & H. Wace (Eds.), & A. C. McGiffert (Trad.), Eusebius: Church History, Life of Constantine the Great, and Oration in Praise of Constantine (Vol. 1). Christian Literature Company.

  • DECRETUM GELASIANUM. (2016). En S. Pagán, D. G. Ruiz, & M. A. Eduino Pereira (Eds.), Diccionario Bíblico Eerdmans (pp. 461-462). Editorial Patmos.

  • Wolcott, C. S. (2016). Decretum Gelasianum. En J. D. Barry, D. Bomar, D. R. Brown, R. Klippenstein, D. Mangum, C. Sinclair Wolcott, L. Wentz, E. Ritzema, & W. Widder (Eds.), The Lexham Bible Dictionary. Lexham Press.

  • Lake, K., & de Zwaan, J. (1916–1918). Acts of the Apostles (Apocryphal). En J. Hastings (Ed.), Dictionary of the Apostolic Church (2 Vols.). Charles Scribner’s Sons.

  • Ramos, A. (2016). Infancy Narratives in the New Testament Gospels. En J. D. Barry, D. Bomar, D. R. Brown, R. Klippenstein, D. Mangum, C. Sinclair Wolcott, L. Wentz, E. Ritzema, & W. Widder (Eds.), The Lexham Bible Dictionary. Lexham Press.

  • Manser, M. H. (2012). Diccionario de temas bíblicos (G. Powell, Ed.). Software Bíblico Logos.

  • Farmer, G. (1906). Boyhood of Jesus. En J. Hastings (Ed.), A Dictionary of Christ and the Gospels: Aaron–Zion (pp. 224-230). T&T Clark; Charles Scribner’s Sons.

Alfonso I. Martínez

Estudiado en TMAI, maestro dominical y escritor académico y de ocio, Poncho decidió fundar el ministerio de "Teología Para Todos" como una apertura e introducción de la teología académica para la comunidad laica de habla hispana, sosteniendo que ésta es esencial para el cristiano que desea conocer a Dios. Se dice discípulo de John Owen.

https://twitter.com/alfonso_ima
Anterior
Anterior

Magna Scriptura Dei.

Siguiente
Siguiente

Dios, lxs cristianxs y la LGBT.